San Agustín, obispo y doctor de la Iglesia
Evangelio según Mateo 23, 27-32
Miércoles de la semana vigesimoprimera del tiempo ordinario
Jesús habló diciendo: ¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, que parecen sepulcros blanqueados: hermosos por fuera, pero por dentro llenos de huesos de muertos y de podredumbre! Así también son ustedes: por fuera parecen justos delante de los hombres, pero por dentro están llenos de hipocresía y de iniquidad. ¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, que construyen los sepulcros de los profetas y adornan las tumbas de los justos, diciendo: “Si hubiéramos vivido en el tiempo de nuestros padres, no nos hubiéramos unido a ellos para derramar la sangre de los profetas”! De esa manera atestiguan contra ustedes mismos que son hijos de los que mataron a los profetas. ¡Colmen entonces la medida de sus padres!
Meditación de Osvaldo Andrés Iturriaga Berríos
“Por fuera parecen justos delante de los hombres, pero por dentro están llenos de hipocresía y de iniquidad. ¡Ay de ustedes!”
Con este Evangelio, siento como si el Señor me interpelara fuertemente: “¡Cuidado con la autosuficiencia! Estás acostumbrado a ver la hipocresía en otros, pero tú, ¿miras realmente dentro de ti? ¿No escondes tú también, detrás de una fachada de “buena persona”, una serie de egoísmos, de vanidades y de contradicciones? Cada vez que te pones a ti mismo en un pedestal, considerándote “mejor” que otros, estás actuando como los hipócritas. No solo eso: no dejas espacio para que Dios pueda realmente actuar en ti”.
Siempre me ha sorprendido que Jesús, que a todos perdona sin juzgar, sin importar lo que hayan hecho, solamente es duro con a los hipócritas. No solo eso: los maldice. Y pienso en cuántas veces me encuentro a mí mismo pecando de esa misma soberbia que Cristo denuncia, justamente cuando me pongo a juzgar a otros como “fariseos”. Muchas veces añoro una Iglesia -y una sociedad- más acogedora, menos “juzgadora”, pero hoy este Evangelio me muestra que para ello debo partir por no ser lo que yo mismo critico, reconocerme débil y necesitado del Señor, para que Él convierta mi corazón.
Querido Señor, así como eres grande en tu amor y en tu acogida a todo quien clama a Ti, también eres claro y duro con quienes caen en la tentación de sentirse autosuficientes, o de sentirse “buenos” ante los demás, porque al hacerlo, impido que puedas actuar en mí. Ayúdame a no olvidar nunca que soy débil, que necesito estar unido a Ti para poder crecer en el amor y la misericordia hacia los demás. Enséñame a hacerme pequeño, para poder actuar según tu querer y no el mío. AMÉN