Ss. Ángeles Custodios
Evangelio según San Lucas 9, 57-62
Miércoles vigesimosexto del tiempo ordinario
Mientras iban caminando, alguien le dijo a Jesús: “¡Te seguiré adonde vayas!” Jesús le respondió: “Los zorros tienen sus cuevas y las aves del cielo sus nidos, pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza”. Y dijo a otro: “Sígueme”. Él respondió: “Señor, permíteme que vaya primero a enterrar a mi padre”. Pero Jesús le respondió: “Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú ve a anunciar el Reino de Dios”. Otro le dijo: “Te seguiré, Señor, pero permíteme antes despedirme de los míos”. Jesús le respondió: “El que ha puesto la mano en el arado y mira hacia atrás no sirve para el Reino de Dios”.
Meditación de Osvaldo Iturriaga Berríos.
“El que ha puesto la mano en el arado y mira hacia atrás no sirve para el Reino de Dios”.
Siento como si el Señor me dijera “seguirme es una decisión que no puedes tomar a medias. No por algo masoquista o porque Dios sea celoso o castigador, sino porque los caminos y criterios divinos muchas veces son opuestos a los humanos. Cuando la lógica humana te sugiera “tienes que sobresalir y no dejarte pisotear”, tal vez Dios te esté llamando a la humildad. O cuando pienses “tengo que ser prudente”, tal vez Dios te está llamando a poner tu confianza en Él y no en lo que crees que te da seguridad”.
Este pasaje del Evangelio suena tan duro… ¿acaso Jesús no quiere que tengamos vínculos afectivos? ¿Espera que deje todo lo que tengo botado, para irme a predicar por las calles? Imagino que no, pero sí me invita a que todas estas cosas y personas en las que pongo mis seguridades no sean un obstáculo o una excusa para evitar seguirlo o escuchar su llamado. Muchas veces, lo que a criterio mío -o de las personas que me rodean y me quieren- puede ser bueno y razonable, puede ser la justificación para ni siquiera escuchar lo que el Señor me está invitando a cambiar.
Señor, quiero poder seguirte sin reservas, pero siento que no puedo hacerlo en mis propias fuerzas. Tengo tantas cosas que me atan, a las que me aferro con fuerza aunque sé que todas son pasajeras y que mi única fuente de verdadera alegría es la comunión contigo. Ayúdame a no poner límites ni excusas a tu acción, ayúdame sobre todo a darme el tiempo de escucharte y saber cuál es tu voluntad para mí, y de esta manera ser instrumento tuyo. AMÉN