Evangelio según Lucas 7, 31-35
Miércoles de la semana vigesimocuarta del tiempo ordinario
Dijo el Señor: ¿Con quién puedo comparar a los hombres de esta generación? ¿A quién se parecen? Se parecen a esos muchachos que están sentados en la plaza y se dicen entre ellos: ¡Les tocamos la flauta, y ustedes no bailaron! ¡Entonamos cantos fúnebres, y no lloraron! Porque llegó Juan el Bautista, que no come pan ni bebe vino, y ustedes dicen: “¡Tiene un demonio!”. Llegó el Hijo del hombre, que come y bebe, y dicen: “¡Es un glotón y un borracho, amigo de publicanos y pecadores!”. Pero la Sabiduría ha sido reconocida como justa por todos sus hijos.
Meditación de Andrés Osvaldo Iturriaga Berríos
“¿Con quién puedo comparar a los hombres de esta generación?”
Siento como si el Señor me dijera “¡Atento! No dejes que la autocomplacencia te engañe. Cuando te conformas con sentir que haces todo bien, y comienzas a creer que eres mejor que los demás, más sabio, o más cercano a Dios que otros, es hora de detenerte. No sea que el sentimiento de autosuficiencia te haga creer que tu voluntad, que tus prioridades y tu forma de ver las cosas es la única correcta, la única que viene de Dios. Mi camino es uno de permanente conversión, de constante salir de tus estructuras limitadas, y de abrirte a la novedad del Reino de Dios”.
Muchas veces caigo en la tentación, tal vez con muchas otras personas de mi edad, de pensar que mi generación es más justa, más sabia o incluso éticamente más elevada que las que nos precedieron. Y si bien hay aspectos de nuestra visión actual de sociedad que tienden a crear un mayor ambiente de justicia, probablemente esa sensación de “superioridad moral” sea de las cosas que más nos aleja de Dios, haciéndonos dejarlo a un lado, como si fuera un accesorio en nuestra vida. Hoy el Señor me recuerda que soy tan necesitado de su misericordia como cualquiera; y que mientras no lo reconozca, no podré abrir realmente mi corazón a su amor.
Querido Señor, a veces tus palabras son duras, pero tal vez es lo que necesito escuchar para no dormirme en mis comodidades. Regálame esa humildad que viene del sentirse pequeño y necesitado; que cada vez que me sorprenda juzgando a otros, me recuerde que a mí mismo que todo lo que tengo viene de tu gracia, y que tu Palabra no es para guardarla como una lista de tareas cumplidas, sino que un constante llamado a convertirme y cambiar yo, no los demás. Ayúdame a ser un instrumento de Paz en el mundo, que sepa llevar concordia y perdón allí donde todo parece irreconciliable. AMÉN