Evangelio según Mateo 11, 25-27

Miércoles de la decimoquinta semana del tiempo ordinario

 

Jesús dijo: Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque, habiendo ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes, las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así lo has querido. Todo me ha sido dado por mi Padre, y nadie conoce al Hijo sino el Padre, así como nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.

 

Meditación de Osvaldo Iturriaga Berríos

 

“Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque, habiendo ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes, las has revelado a los pequeños”

 

Siento como si el Señor me dijera “la Palabra de Dios solo puede revelarse realmente a los que se hacen pequeños y sencillos de corazón. Quienes se erigen a sí mismos como sabios, maestros, o como más iluminados o inteligentes que otros, se cierran a la Verdad que emana del Padre, porque creen encontrar respuestas en sus criterios humanos o mundanos. Si quieres recibirme, deja de pensarte o ponerte en un pedestal; despréndete de tu ego y de tus límites, y simplemente abre tu corazón y escucha”.

 

Recuerdo que cuando estaba en el colegio, muchas veces nos recalcaban el pasaje cuando Jesús llama a tener fe como la de los niños. Nunca entendí realmente a qué se refería hasta que fui adulto, una vez que aprendí a dudar y cuestionarlo todo, a considerar que creer en algo en forma inocente es algo ingenuo o tonto, hasta irresponsable. Pero el Señor me llama a volver a esa confianza inicial, no como una actitud inconsciente, sino que asumiendo mi pequeñez y mi falta de entendimiento, para así despojar de mi corazón y de mi cabeza tantos juicios, tantas complicaciones inventadas que me impiden recibir a Dios plenamente.

 

Querido Señor Jesús, tus palabras son tan actuales, tus mandatos son a veces tan simples que, en nuestra pretensión de sabiduría, no soportamos no hacerlos más complicados. Hoy te pido sencillamente poder volver a confiar en Ti, de la misma manera en que los sencillos y pequeños de este mundo -y a quienes muchas veces juzgo como simplones o ingenuos- saben confiar, porque reconocen que Tú eres mucho más poderoso que toda nuestra impotencia humana. Hazme pequeño, para que toda mi grandeza venga de Ti. AMÉN