Evangelio según san Lucas 11, 42-46
Vigesimoctavo miércoles del tiempo ordinario
Jesús dijo a los fariseos: “¡Ay de ustedes, fariseos, que pagan el impuesto de la menta, de la ruda y de todas las legumbres, y descuidan la justicia y el amor de Dios! Hay que practicar esto, sin descuidar aquello. ¡Ay de ustedes, fariseos, porque les gusta ocupar el primer asiento en las sinagogas y ser saludados en las plazas! ¡Ay de ustedes, porque son como esos sepulcros que no se ven y sobre los cuales se camina sin saber!” Un doctor de la Ley tomó entonces la palabra y dijo: “Maestro, cuando hablas así, nos insultas también a nosotros”. Él le respondió: “¡Ay de ustedes también, porque imponen a los demás cargas insoportables, pero ustedes no las tocan ni siquiera con un dedo!”.
Meditación de Osvaldo Iturriaga Berríos
¡Ay de ustedes, fariseos, que pagan el impuesto de la menta, de la ruda y de todas las legumbres, y descuidan la justicia y el amor de Dios!
Siento como si el Señor quisiera decirme “¡Cuidado con la tentación de creerte “buena persona” porque cumples ciertas reglas! Si te piensas perfectamente justo, bueno y autosuficiente, Yo no puedo entrar en ti, ya que tú mismo estás cerrando la puerta a que el Amor pueda actuar en ti y transformarte. Ay de ti, porque solo te quedarás en el cumplir con lo mínimo, en lugar de abrirte al Amor que te impulsa a ser la mejor versión de ti mismo, a salir al encuentro de los demás, a luchar por la justicia y a tratar a todos como si fueran tus hermanos”.
Siempre me ha impactado que durante los Evangelios Jesús nunca condena a nadie, excepto a los soberbios, a los contentos de sí mismos. Muchas veces me siento en conflicto y juzgo con dureza justamente a aquellas personas y sectores dentro de la Iglesia que adoptan una postura similar a la de estos fariseos, poniendo el cumplimiento de la ley y el moralismo por sobre la caridad. Pero al juzgarlos, me pongo en la misma posición de superioridad moral que yo mismo critico y que el propio Cristo condena. Creo que hoy el Señor me llama a crecer en humildad, y dejar de lado todo tipo de juicios, sea a quien sea.
Querido Señor, muchas veces me cuesta ver el límite entre el celo por seguir tus mandamientos y el excesivo moralismo; o el límite entre la compasión y el relativizar todo. Quiero permanecer cerca de Ti para aprender a mirar con tus ojos, para tratar a cada persona con respeto y amor, sin juicios, venga de donde venga, sin perder de vista esa Verdad que viene del Padre y que Tú encarnaste en medio nuestro. Quiero ponerme en tus manos, para tal como tantos otros que te han seguido a lo largo de la historia, luchar por construir un mundo más justo y fraterno. AMÉN