Evangelio según Marcos 7, 14 – 23

Miércoles de la quinta semana del tiempo ordinario

 

Jesús, llamando a la gente, les dijo: “Escúchenme todos y entiéndanlo bien. Ninguna cosa externa que entra en el hombre puede mancharlo; lo que lo hace impuro es aquello que sale del hombre. ¡Si alguien tiene oídos para oír, que oiga!” Cuando se apartó de la multitud y entró en la casa, sus discípulos le preguntaron por el sentido de esa parábola. Él les dijo: “¿Ni siquiera ustedes son capaces de comprender? ¿No saben que nada de lo que entra de afuera en el hombre puede mancharlo, porque eso no va al corazón sino al vientre, y después se elimina en lugares retirados?” Así Jesús declaraba que eran puros todos los alimentos. Luego agregó: “Lo que sale del hombre es lo que lo hace impuro. Porque es del interior, del corazón de los hombres, de donde provienen las malas intenciones, las fornicaciones, los robos, los homicidios, los adulterios, la avaricia, la maldad, los engaños, las deshonestidades, la envidia, la difamación, el orgullo, el desatino. Todas estas cosas malas proceden del interior y son las que manchan al hombre”.

 

Meditación de Francisco Bravo Collado

 

Ninguna cosa externa puede mancharlo

 

Es como si Jesús me dijera: “Nada puede mancharte si tú cuidas tu corazón. Veo que cuando escuchas esto te escandalizas. Te preocupas: “¿entonces puedo hacer lo que quiera? ¿Da lo mismo mi comportamiento si cuido la pureza de mi corazón? La gente va a hacer trampa.” Pero no te das cuenta que, en realidad, eres tú el que se está preparando para usar este texto como excusa. Tu corazón es delicado. Tu corazón es sensible. La más pequeña intervención puede transformarlo en algo que no te gusta.”

 

Cuando me enfrento a este Evangelio, veo que Jesús tiene razón. Sé muy bien que el problema no es lo que veo fuera, sino la forma en que lo proceso. Me doy cuenta también cuán valiosa es la guía de la tradición de la Iglesia. Pienso en todas las cosas que haría si no hubiera un catecismo que me guíe. Cuántas cosas probaría. En qué me metería. Y también en qué me he metido en el pasado. Y veo que una vida sencilla y magnánima según los consejos evangélicos es realmente un tesoro.

 

Jesús, entra a mi corazón. Haz que mi corazón no se transforme en un corazón de piedra, sino que sea un corazón de carne. Dame un corazón que lata por Ti, Señor. Dame un corazón que mueva mi sangre para que yo pueda servirte y encontrarte. Dame un corazón sano y generoso. Dame un corazón que sueñe construir tu Reino y ser tu amigo. Dame un corazón que sea capaz de hacer lo que realmente quiere, y que no se abandone a engaños ni ilusiones. AMÉN