Evangelio según san Lucas 6, 20-26

Vigesimotercer miércoles del tiempo ordinario

 

Jesús, fijando la mirada en sus discípulos, dijo: ¡Felices ustedes, los pobres, porque el Reino de Dios les pertenece! ¡Felices ustedes, los que ahora tienen hambre, porque serán saciados! ¡Felices ustedes, los que ahora lloran, porque reirán! ¡Felices ustedes, cuando los hombres los odien, los excluyan, los insulten y proscriban el nombre de ustedes, considerando os infames a causa del Hijo del hombre! ¡Alégrense y llénense de gozo en ese día, porque la recompensa de ustedes será grande en el cielo! ¡De la misma manera los padres de ellos trataban a los profetas! Pero ¡ay de ustedes los ricos, porque ya tienen su consuelo! ¡Ay de ustedes, los que ahora están satisfechos, porque tendrán hambre! ¡Ay de ustedes, los que ahora ríen, porque conocerán la aflicción y las lágrimas! ¡Ay de ustedes cuando todos los elogien! ¡De la misma manera los padres de ellos trataban a los falsos profetas!

 

Meditación de Osvaldo Iturriaga Berríos

 

«Felices ustedes»

 

Siento como si el Señor me dijera “todos quienes me siguen están llamados a ser felices. La mayor muestra de que estás viviendo según el camino que les he señalado, es que te sientas feliz. No una alegría pasajera, sino una felicidad profunda, que nace de la paz, de la esperanza, de buscar el Reino de Dios. Por el contrario: si te buscas a ti mismo, si vives preocupado de conservar tu propio bienestar, del reconocimiento fácil, vivirás esclavo de tus pequeñeces y de tus posesiones, y no podrás experimentar la verdadera y perfecta alegría”.

 

Este pasaje me recuerda esa expresión que alguna vez usó el Papa Francisco: “un cristiano triste es un triste cristiano”. Si me considero Cristo, estoy llamado a vivir en alegría, porque, ¿qué mayor alegría que saberme amado por Dios? Siendo así, la tristeza, la gravedad, la culpa, el exceso de escrúpulos, son muestras de que mi fe no está bien. Pienso en tantas personas que he conocido que irradian una profunda paz y alegría, y todas ellas tienen en común una profunda relación con Dios. Siento que hoy el Señor me invita a entregarme con esperanza de que su amor siempre tendrá la última palabra.

 

Querido Señor, quiero dejar de poner obstáculos a tu amor. Tú me invitas a ser plenamente feliz, a decir “contento, Señor, contento”, no desde la ingenuidad, sino desde la fe profunda que nace del encuentro permanente contigo. Ayúdame a buscar siempre tu Reino, a poder compartir con otros la Buena Noticia de tu amor eterno por el mundo. Regálame el poder ser instrumento y testimonio de tu amor, a través de mi propia alegría de saberme amado por Ti. AMÉN