Evangelio según San Mateo 9, 32-38
Martes de la decimocuarta semana del tiempo ordinario
En aquel tiempo, le llevaron a Jesús un endemoniado mudo. Y después de echar al demonio, el mudo habló. La gente decía admirada: «Nunca se ha visto en Israel cosa igual». En cambio, los fariseos decían: «Este echa los demonios con el poder del jefe de los demonios». Jesús recorría todas las ciudades y aldeas, enseñando en sus sinagogas, proclamando el evangelio del reino y curando toda enfermedad y toda dolencia. Al ver a las muchedumbres, se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y abandonadas, «como ovejas que no tienen pastor». Entonces dice a sus discípulos: «La mies es abundante, pero los trabajadores son pocos; rogad, pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies».
Meditación de Francisco Bravo Collado
Rueguen al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para la cosecha
Es como si Jesús me dijera también a mí: “Ruega por los trabajadores para la cosecha. Pero cuando lleguen, en vez de ponerte a reclamar porque no son como tú querías, aférrate al trabajo que ellos hacen, bendícelos y déjalos ir. ¿Te gustaría que los sacerdotes fueran diferentes? Acéptalos y reconoce lo bueno. ¿Te parece extraña esa tradición oriental que te llama la atención de forma tan profunda? Acéptala y reconoce lo bueno en ella. ¿Tu conciencia y tu intuición te invitan a hacer algo que te produce terror? Acéptalo y reconoce lo bueno en ella.
Cuando empecé a meditar pensé que Jesús me hablaría de la falta de sacerdotes. Pero veo que en vez de pedirme algo que está fuera de mi área de influencia, me pide que trabaje dentro de lo que puedo hacer. Jesús me invita a que, en vez de ponerme a pontificar sobre cómo deberían ser las cosas, me concentre en aceptar lo que se me ofrece. Los sacerdotes que hay hoy, los libros que puedo leer hoy, la tradición y la cultura a la cual puedo acceder hoy, las mociones del Espíritu Santo que me hablan al corazón hoy.
Jesús, que el Padre del Cielo envíe trabajadores para la cosecha. Y que, cuando los encontremos, seamos capaces de reconocerlos y honrarlos. Perdón por creerme tan importante e iluminado que pretendo que la iglesia se conforme según lo que yo creo que deberían hacer mis hermanos. Ayúdame, por el contrario, a que aprenda a valorar lo que ellos hacen, y que me haga responsable por aquella parte que me correspondería haber hecho. AMÉN.