Evangelio según Lucas 14, 1. 15-24

Trigesimoprimer martes del tiempo ordinario

 

Un sábado, Jesús entró a comer en casa de uno de los principales fariseos. Uno de los invitados le dijo: “¡Feliz el que se siente a la mesa en el Reino de Dios!” Jesús le respondió: “Un hombre preparó un gran banquete y convidó a mucha gente. A la hora de cenar, mandó a su sirviente que dijera a los invitados: «Vengan, todo está preparado». Pero todos, sin excepción, empezaron a excusarse. El primero le dijo: «Acabo de comprar un campo y tengo que ir a verlo. Te ruego me disculpes». El segundo dijo: «He comprado cinco yuntas de bueyes y voy a probarlos. Te ruego me disculpes». Y un tercero respondió: «Acabo de casarme y por esa razón no puedo ir». A su regreso, el sirviente contó todo esto al dueño de casa, y este, irritado, le dijo: «Recorre en seguida las plazas y las calles de la ciudad, y trae aquí a los pobres, a los lisiados, a los ciegos y a los paralíticos». Volvió el sirviente y dijo: «Señor, tus órdenes se han cumplido y aún sobra lugar». El señor le respondió: «Ve a los caminos y a lo largo de los cercados, e insiste a la gente para que entre, de manera que se llene mi casa. Porque les aseguro que ninguno de los que antes fueron invitados ha de probar mi cena».

 

 

Meditación de Francisco Bravo Collado

 

Todos, sin excepción, empezaron a excusarse

 

Es como si Jesús me dijera: “Yo también te invito a una fiesta. Un banquete. Una mesa abierta y generosa para todos. Y te ofrezco las mejores comidas, la mejor compañía, el mejor festejo. Puse todo mi amor en esta fiesta. Por eso me duele cuando no quieres venir. Por eso me duele cuando no llegas preparado para la ocasión. No me dejes con la mesa servida, no me hagas pasar por la pena de haber invitado a mi hijo querido para luego descubrir con dolor que no vendrás a comer conmigo”.

 

Cuando leo este texto me imagino lo frustrante y triste que debe ser invitar a los amigos a una fiesta y que ninguno venga. Pienso en mi propia actitud frente a la Eucaristía, el banquete por excelencia para los católicos. Me doy cuenta con cuánta facilidad hago lo que hacen los invitados del texto: empiezo a excusarme. Que hay otras cosas lícitas y buenas que requieren mi atención, que los sacerdotes que celebran están en tela de juicio, que las prédicas son burdas, que puedo encontrarme con Dios a través de otras actividades. Y que estoy dejando la invitación de lado.”

 

Jesús, yo quiero presentarme a tu fiesta cuando Tú me invitas. Y quiero presentarme con ganas. Perdón porque ando tan desconcentrado, porque cuando llego a tu fiesta me quedo mirando el teléfono, porque me invento otras actividades que realizar. Dame la sabiduría para buscarte en el banquete de la Eucaristía. Dame humildad para reconocer cuando el trabajo de mis hermanos sacerdotes es valioso y está hecho con cariño. Muéstrame el camino hacia la mesa de tu Padre. AMÉN