Evangelio según Lucas 21, 5-9
Trigesimocuarto martes del Tiempo Ordinario
Algunos, hablando del Templo, decían que estaba adornado con hermosas piedras y ofrendas votivas. Entonces Jesús dijo: «De todo lo que ustedes contemplan, un día no quedará piedra sobre piedra: todo será destruido». Ellos le preguntaron: «Maestro, ¿cuándo tendrá lugar esto, y cuál será la señal de que va a suceder?». Jesús respondió: «Tengan cuidado, no se dejen engañar, porque muchos se presentarán en mi Nombre, diciendo: “Soy yo”, y también: “El tiempo está cerca”. No los sigan. Cuando oigan hablar de guerras y revoluciones no se alarmen; es necesario que esto ocurra antes, pero no llegará tan pronto el fin».
Meditación de Juan Francisco Bravo Collado
“No se alarmen”
Es como si Jesús me dijera: “El Templo es el símbolo más concreto de la Alianza de Amor entre Dios y su pueblo. Ustedes no entienden lo duro que era para ellos pensar que podría ser destruido. Mi invitación en este texto es a que tú mismo habites ese continuo destruir y crear de cosas nuevas. No te alarmes: ni lo más sagrado se salva. Déjalo. Así que cuando veas derrumbarse las pequeñas seguridades tuyas, las instituciones en las que confías, los bienes que para ti son valiosos, tus formas de entender el mundo e, incluso, las formas de entenderte a ti mismo: persevera. Conserva la calma y únete a mí en cruz: muere. Y confía que será el Amor de mi Padre quien hará nuevas todas las cosas.”
Conocía el texto, pero nunca había profundizado en él. Me abruma. Me da miedo. Quiero tanto algunas cosas de mi vida, me importa tanto que algunas cosas permanezcan: personas, relaciones, ideas, mi propia fe… y Jesús muestra aquí como todo se destruye. Me duele especialmente porque sé que Él también estaba pensando en sí mismo, en que Él mismo tendría que morir, y la muerte es dejarlo todo. Hoy día quiero encontrarme con esa idea y habitarla durante un rato. Sentir esa tendencia a desesperarme, a manotear, a aferrar… pero permanecer en calma: no alarmarme. Y aprender a confiar a que no soy yo ni mi capacidad de aferrarme lo que me mantiene vivo, sino que el amor y la misericordia de Dios Padre.
Jesús, Tú me invitas a caminar contigo, cuesta arriba hacia el Calvario. Ayúdame a caminar a tu lado, con mi propia cruz, aunque tenga todo el miedo que ciertamente tengo. Dame serenidad para enfrentarme con confianza en tu amor a los misterios del dolor y de la muerte. Que no me alarme. Que pueda permanecer en el corazón del Padre Dios en medio de cualquier tormenta, de la mano de tu Madre, Invicta en el Huracán. Acompáñame mientras mis propias seguridades van muriendo. Dame serenidad ante el dolor. Dame caminar contigo y con mis hermanos con confianza y alegría, habitando serenamente el dolor y la incertidumbre, como testigo de la redención, la resurrección y el amor que recibo de Ti. AMÉN