Evangelio según Lucas 1, 67 – 79
Martes de la cuarta semana de adviento
Zacarías, el padre de Juan, quedó lleno del Espíritu Santo y dijo proféticamente: Bendito sea el Señor, el Dios de Israel, porque ha visitado y redimido a su Pueblo, y nos ha dado un poderoso Salvador en la casa de David, su servidor, como lo había anunciado mucho tiempo antes por boca de sus santos profetas, para salvarnos de nuestros enemigos y de las manos de todos los que nos odian. Así tuvo misericordia de nuestros padres y se acordó de su santa Alianza, del juramento que hizo a nuestro padre Abraham de concedernos que, libres de temor, arrancados de las manos de los enemigos, lo sirvamos en santidad y justicia bajo su mirada, durante toda nuestra vida. Y tú, niño, serás llamado Profeta del Altísimo, porque irás delante del Señor preparando sus caminos, para hacer conocer a su Pueblo la salvación mediante el perdón de los pecados; gracias a la misericordiosa ternura de nuestro Dios, que nos traerá del cielo la visita del Sol naciente, para iluminar a los que están en las tinieblas y en la sombra de la muerte, y guiar nuestros pasos por el camino de la paz.
Meditación de Francisco Bravo Collado
Le sirvamos en santidad y justicia, en su presencia, todos nuestros días
Es como si Zacarías me dijera: “Ven, canta conmigo este cántico de alegría y de alabanza, porque nos visita el sol que nace de lo alto. Canta conmigo este mi canto cotidiano. Únete a mi voz y habla de las grandezas de Dios. Resalta su fidelidad y su cariño, proclama su misericordia. Cuéntale a todos que Dios es fiel y no falla, y que nos envía a su hijo para salvarnos: arrancarnos de los enemigos y permitirnos que le sirvamos en santidad y justicia, en su presencia, todos nuestros días”.
Reconozco este texto: es el cántico de Zacarías, que se reza en laudes. Me siento maravillado por la profundidad, sencillez y belleza de estas palabras. Hay tres dimensiones que resuenan con fuerza. Primero, que es una alabanza: habla de Dios, le dice verdades lindas. Segundo, que no es un canto solo para las grandes ocasiones, sino que es para rezar a diario: “todos los días”, “nos visita el sol que viene de lo alto”, etc. Tercero, que propone que en el centro de nuestra salvación está el deseo de que seamos libres para servir al Señor. ¡Este texto es un llamado a alabar y servir todos los días!
Bendito sea el Señor, porque ha visitado a su pueblo, trayéndole un salvador cercano, amigo, presente, Dios y hombre a la vez. Bendito sea el Señor, que se hizo niño; y que permanece aún con nosotros a través de la Eucaristía, la Palabra y el testimonio de sus fieles. Bendito sea el Señor, porque no nos envió un caudillo, un político, un emprendedor ni un filósofo; sino que nos envió un niño que no tiene dónde nacer. Bendito sea el Señor, porque nos envió al cordero que quita los pecados: que es pobre, camina descalzo, parte el pan, come con prostitutas y con borrachos, y nos cuenta parábolas para que conozcamos al Padre. AMÉN