Evangelio según San Mateo 12, 46-50

Martes de la decimosexta semana del tiempo ordinario

Jesús estaba hablando a la multitud, cuando su madre y sus hermanos, que estaban afuera, trataban de hablar con Él. Alguien le dijo: “Tu madre y tus hermanos están ahí afuera y quieren hablarte”. Jesús le respondió: “¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?” Y señalando con la mano a sus discípulos, agregó: “Estos son mi madre y mis hermanos. Porque todo el que hace la voluntad de mi Padre que está en el cielo, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre”.

«Estos son mi madre y mis hermanos. Porque todo el que hace la voluntad de mi Padre que está en el cielo, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre»

Comentario de Francisco Bravo Collado

Es como si Cristo nos dijera: “Los que creen que se han ganado un lugar en mi mesa, que basta con haber nacido en una familia donde todos son de los míos, que es suficiente estar ‘ligado’ a la Iglesia para estar conmigo tienen que entender que esto no es así. Los míos no son los que ‘se supone que son míos’. Mi madre y mis hermanos son los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen, los que construyen sobre roca. No estoy negando mi sangre, estoy reafirmando que no basta con los compromisos formales, que tiene que haber una decisión desde lo profundo del corazón que se refleje en la vida de cada uno de ustedes”.

Me da mucho miedo este Evangelio, me pareciera que Jesús estuviera negando a los suyos. Y en realidad, aunque no sabemos mucho de sus parientes, en el caso de María es todo lo contrario… en vez de negarla la está reafirmando como su Madre, pero desde una dimensión mucho más profunda que la biológica. En este texto Jesús la constituye como Madre de Dios más que en ningún otro texto. Ella es la que escucha y cumple la Palabra, la esclava del Señor, la que dice ‘hágase tu voluntad’, la que tiene el alma traspasada por una espada. Al mismo tiempo, las palabras de Jesús se convierten en un ánimo para nosotros, el resto, que no hemos tenido ningún encuentro físico con Jesús, porque realmente podemos ser sus hermanos si escuchamos y cumplimos la Palabra de Dios.

Querido Jesús, yo quiero estar contigo en todo. No me importa que Tú no corras a mí cuando yo te busque, si puedo saber que Tú me estás confirmando en la fe cada vez que escucho tu Palabra y la cumplo, como María. Dame el regalo de buscarla y escucharla con el corazón, dame el regalo de amar los Evangelios, la palabra de tu Iglesia y sobre todo la palabra con la que nos gritas todos los días a través de los demás. También a través de los deseos que pones en nuestro corazón. Ayúdame a ser fiel a todo lo que me dices, para que siempre pueda ser hermano tuyo y también hijo del Padre. AMÉN