Evangelio según Lucas 7, 11-17
Martes de la semana vigesimocuarta del tiempo ordinario
Jesús se dirigió a una ciudad llamada Naím, acompañado de sus discípulos y de una gran multitud. Justamente cuando se acercaba a la puerta de la ciudad, llevaban a enterrar al hijo único de una mujer viuda, y mucha gente del lugar la acompañaba. Al verla, el Señor se conmovió y le dijo: “No llores”. Después se acercó y tocó el féretro. Los que lo llevaban se detuvieron y Jesús dijo: “Joven, yo te lo ordeno, levántate”. El muerto se incorporó y empezó a hablar. Y Jesús se lo entregó a su madre. Todos quedaron sobrecogidos de temor y alababan a Dios, diciendo: “Un gran profeta ha aparecido en medio de nosotros y Dios ha visitado a su Pueblo”. El rumor de lo que Jesús acababa de hacer se difundió por toda la Judea y en toda la región vecina.
Meditación de Francisco Bravo Collado
“El Señor se conmovió”
Es como si Jesús me dijera hoy a mí: “Me conmuevo con tu pena. Veo cuando te cuesta. Me doy cuenta cuando sientes que no puedes más y que algo te supera. Pareciera que tú crees que Yo, al ser Dios, al ver las cosas desde lejos y en perspectiva, me olvido del dolor. Y no es así: yo veo tu pena y me conmueve. Si bien generalmente lo que te enreda son cosas que no son lo más importante… igualmente me conmueve. Con mayor razón me preocupo de ti, y más me conmuevo. Pide ayuda, reza y confía.”
Yo no lloro como la viuda de Naím, pero sí paso penas. Sí tengo momentos duros e inciertos e incluso, a veces, el miedo hace que reaccione mal: tiro una pachotada, me hago el importante, ignoro a las personas o a las situaciones que asocio con esa pena. Posteriormente, me cuesta enfrentarme con las actitudes que tomo y trato de bloquearlas, de reprimirlas. En este Evangelio, al ver que Jesús se conmueve ante la viuda de Naím, me identifico con ella y siento que Jesús también se conmueve con mi propia actitud. Me alivia y me tranquiliza pensar que Jesús se conmueve con mi pena.
Jesús, te entrego mis penas y mis frustraciones. A veces me parece que son penas tontas e injustificadas, sabiendo que tengo tanto que agradecer… pero son lo que son, y aquí están ante Ti. Ayúdame a mirarlas y apreciarlas con serenidad y confianza. Haz que, en Ti, sepa reconocerlas en su justa medida y aprenda a caminar con ellas como un aprendizaje, una ofrenda o un regalo. Gracias por conmoverte por mí. Enséñame, asimismo, a yo conmoverme por las penas de mis hermanos. AMÉN