Santa Teresa de Jesús, virgen y doctora de la Iglesia
Evangelio según san Lucas 11, 37-41
Vigesimoctavo martes del tiempo ordinario
Un fariseo invitó a Jesús a cenar a su casa. Jesús entró y se sentó a la mesa. El fariseo se extrañó que no se lavara antes de comer. Pero el Señor le dijo: “¡Así son ustedes, los fariseos! Purifican por fuera la copa y el plato, y por dentro están llenos de voracidad y perfidia. ¡Insensatos! El que hizo lo de afuera, ¿no hizo también lo de adentro? Den más bien como limosna lo que tienen y todo será puro”.
Meditación de Francisco Bravo Collado
“Purifican por fuera la copa y el plato”
Es como si Jesús me dijera: “Ven conmigo a purificar por dentro. Ven conmigo a que lo bueno, lo santo, lo saludable y lo que hace bien sea desde lo más profundo de tu ser. Porque el mensaje que he querido dejar en este texto no se limita a dejar de aparentar: también te pido que limpies por dentro. ¿Por qué se limpia algo? Se limpia para que esté limpio, para que no tenga suciedad; para que pueda funcionar en plenitud. Entonces, limpia tú donde debas hacerlo. Donde está el dolor, la pena, el miedo, la incomodidad; ¡ahí hay que limpiar! Y, en vez de esconderlo, purifícalo con agua limpia, agua nueva… ¡agua del cielo!”
Me sorprende cuán frecuente he encontrado este texto en mi meditación. Intento buscar por qué la Providencia me insiste en esto que yo creía que estaba encontrando su centro. Y es verdad que creo que no limpio las cosas para que otros me vean limpiarlas. Pero también es verdad que, por miedo, incapacidad o flojera, muchas veces la limpieza que hago es más superficial que profunda. Hoy yo siento que Jesús me llama a abrir mis espacios más oscuros y difíciles de abrir; para realizar una limpieza completa especialmente en aquellas cosas que más me cuesta mirar.
Jesús, muéstrame cómo hacer que cada vez que purifico algo en mí, lo pueda hacer de forma completa, profunda y desde lo más interior. Ayúdame a reconocer en mi corazón las impurezas que dificultan que yo me integre a la corriente de gracia que trae el Espíritu Santo y que conduce hacia el corazón del Padre Dios. Y que, cuando las reconozca, tenga la sabiduría, la serenidad, el valor y la humildad que hacen falta para mirarlas de frente. Sáname tú, Señor. Te ofrezco retomar la práctica de la confesión habitual. Esta semana buscaré un confesor, prepararé mi examen de conciencia y pediré el sacramento del Perdón. AMÉN