Evangelio según Lucas 2, 22. 36-40

Lunes del tiempo de Navidad

 

Cuando llegó el día fijado por la Ley de Moisés para la purificación de ellos, llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor. Había allí una profetisa llamada Ana, hija de Fanuel, de la familia de Aser, mujer ya entrada en años, que, casada en su juventud, había vivido siete años con su marido. Desde entonces había permanecido viuda, y tenía ochenta y cuatro años. No se apartaba del Templo, sirviendo a Dios noche y día con ayunos y oraciones. Se presentó en ese mismo momento y se puso a dar gracias a Dios. Y hablaba acerca del niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén. Después de cumplir todo lo que ordenaba la Ley del Señor, volvieron a su ciudad de Nazaret, en Galilea. El niño iba creciendo y se fortalecía, lleno de sabiduría, y la gracia de Dios estaba con Él.

 

Meditación de Francisco Bravo Collado

 

Todo varón primogénito será consagrado al Señor

 

Jesús pareciera decirme: “¡Celebra con Simeón! ¡Alégrate con él! Pero no te desanimes si no te sientes igual que él, y no crees que puedes morir en paz. Yo no solo vine a liberar al pueblo elegido, sino que vine a liberarte a ti. Entonces, si el llamado a tu corazón es morir en paz, ¡escúchalo! Lo importante es que celebres mi llegada a tu vida, que me sigas, y que vivas de acuerdo a mi llamado. Hoy día, en la Iglesia, quiero tener Simeones que se alegren de verme llegar, y que puedan responder al llamado de sus corazones: ya sea en la paz o en la acción.”

 

Me emociona este texto cuando Simeón ve a Jesús, lo toma en brazos, y alaba al Señor, diciendo que ya puede morir en paz. ¿Puedo decir yo lo mismo? ¿He logrado conocer a Jesús de una forma tan profunda que puedo decir con tranquilidad que puedo morir en paz? Creo que no. No puedo morir en paz, me queda mucho por hacer. Más que a morir en paz, siento que Jesús, en esta etapa de mi vida, me llama a vivir en acción. Pero ciertamente que quiero celebrar con Simeón la llegada de la luz para alumbrar a las naciones y la gloria de su pueblo Israel.

 

Señor, yo también quiero esa paz que tuvo Simeón al verte. Tú sabes que yo voy contigo por los caminos que me llames, ya sean de vida o de muerte. Pero hoy día, siento que me llamas a construir. Acompáñame en las responsabilidades de todos los días. Enséñame a construir sobre cimientos firmes y a estar dispuesto, como Tú, a cargar la cruz mía y de mis hermanos. Gracias por venir a entregarte por nosotros y hacernos tus hermanos. AMÉN