Evangelio según Marcos 10, 17-27

Lunes de la octava semana del tiempo ordinario

 

Jesús se puso en camino. Un hombre corrió hacia Él y, arrodillándose, le, preguntó: “Maestro bueno, ¿qué debo hacer para heredar la Vida eterna?” Jesús le dijo: “¿Por qué me llamas bueno? Solo Dios es bueno. Tú conoces los mandamientos: No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no perjudicarás a nadie, honra a tu padre y a tu madre”. El hombre le respondió: “Maestro, todo eso lo he cumplido desde mi juventud”. Jesús lo miró con amor y le dijo: “Solo te falta una cosa: ve, vende lo que tienes y dalo a los pobres; así tendrás un tesoro en el cielo. Después, ven y sígueme”. Él, al oír estas palabras, se entristeció y se fue apenado, porque poseía muchos bienes. Entonces Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos: “¡Qué difícil será para los ricos entrar en el Reino de Dios!” Los discípulos se sorprendieron por estas palabras, pero Jesús continuó diciendo: “Hijos míos, ¡qué difícil es entrar en el Reino de Dios! Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el Reino de Dios”. Los discípulos se asombraron aún más y se preguntaban unos a otros: “Entonces, ¿quién podrá salvarse?” Jesús, fijando en ellos su mirada, les dijo: “Para los hombres es imposible, pero no para Dios, porque para Él todo es posible”.

 

Meditación de Francisco Bravo Collado

 

“… vende lo que tienes…”

 

Es como si Jesús me dijera: “Hijo mío: esta preocupación constante por tu trabajo, que te ocupa la cabeza y el corazón, y de la cual pareciera que hasta llegas a estar orgulloso, no es un compromiso sincero, sino que es pura ambición. Estás armando tu tesoro en la tierra, y no te has preocupado por tu tesoro en el cielo. Yo te pido algo muy distinto: yo te pido que vendas lo que tienes y lo regales a los pobres. Te pido que sirvas a tus hermanos, no que  te preocupes de ‘hacer carrera’ y, de esa manera, te sirvas a ti mismo. Despréndete.”

 

Este Evangelio toca una fibra que ha estado muy sensible en mí la última semana: mi trabajo. Toda la semana he estado muy metido y preocupado por mis negocios. Lo he hecho convencido de que es lo que me corresponde. Pero cuando escucho a Jesús, me doy cuenta que toda esta presión en la que me he envuelto no es por servir a los demás ni por cumplir con mi trabajo, sino que por mi ‘buen nombre’, por mis ganas de verme como una persona profesional y  capaz. La respuesta de Jesús al joven rico me golpea en la cara, y gracias a eso, puedo ver lo que me está pasando y qué motivaciones son las que tengo realmente.

 

Jesús: necesito tu ayuda. Hoy día, así como me ves, yo no soy suficientemente desprendido como para dejar mi orgullo profesional, mi tendencia a aferrarme a un éxito mundano. Cámbiame, Señor. Edúcame como educaste a tantos hombres heroicos que han sido capaces de desprenderse de lo que más quieren para poder buscarte a Ti. Ayúdame a cumplir mis metas, pero no por orgullo, sino que porque ellas indican que estoy sirviendo a mis hermanos de la mejor manera posible. Enséñame que mi trabajo es una forma de servirlos a ellos, y no meramente una oportunidad para conseguir logros personales. AMÉN