Evangelio según Jn. 1,47-51

Lunes de la semana XXVI del tiempo ordinario

Santos Arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael

 

Al ver llegar a Natanael, Jesús dijo: “Este es un verdadero israelita, un hombre sin doblez”. “¿De dónde me conoces?”, le preguntó Natanael. Jesús le respondió: “Yo te vi antes que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera”. Natanael le respondió: “Maestro, Tú eres el Hijo de Dios, Tú eres el Rey de Israel”. Jesús continuó: “Porque te dije: «Te vi debajo de la higuera”, crees. Verás cosas más grandes todavía”. Y agregó: “Les aseguro que verán el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre”.

 

Meditación de Francisco Bravo Collado

 

“Verás cosas más grandes todavía”

 

Es como si Jesús me dijera: “Ustedes, mis hijos, son como Natanael, porque se dejan sorprender por cosas tan simples, que no siempre son lo más importante. Al respecto les digo: ¡no tengan miedo! Eso no es necesariamente malo. Lo malo sería que se quedasen con esa experiencia simple, sin llegar a profundizar en su amistad conmigo. Si ustedes se acercaron a Mí por una experiencia sensible –como una canción, unas misiones, alguna persona en particular o una obra de arte: está muy bien. ¡Pero no se contenten con eso! Hagan como Natanael, ese ‘israelita de verdad’ que después de sorprenderse conmigo, me siguió hasta la muerte.”

 

Frente a este texto descubro que, a lo largo de mi vida, a mí me ha pasado muchas veces lo que le pasó a Natanael: Jesús me ha sorprendido con cosas que no son lo central. Y eso mismo me sorprende: me gusta ver cómo Él ha sabido encontrar la fibra que genera en mí la mayor resonancia. Al mismo tiempo, veo que no basta con encantarse con esa primera experiencia. Natanael lo vivió a fondo: le sorprende que Jesús lo haya reconocido después de la higuera, pero no se conformó con esa sorpresa, sino que a partir de entonces lo siguió como su discípulo, lo conoció en profundidad y fue fiel a esa amistad hasta el martirio.

 

Señor, Tú me has sorprendido debajo de la higuera, y yo no he podido menos que alabarte y decirte con Natanael: “¡Tú eres el Hijo de Dios! ¡El Rey de Israel, mi rey, el Señor de mi vida y de mis fuerzas!”. Si Tú me sorprendiste por la personalidad de tus discípulos, por las ideas de tus apóstoles, por la generosidad de tus amigos, por la familia que pones al centro de la existencia del hombre; déjame que profundice aún más. ¡Déjame que me adentre en tu evangelio! Tú me prometes que veré el cielo abierto, pero yo te pido mucho más: te pido que me muestres cómo seguirte a Ti, cómo ser tu amigo y tu compañero hasta el final. AMÉN