Evangelio según san Lucas 13, 10-17
Lunes de la semana 30 del tiempo ordinario.
Un sábado, Jesús enseñaba en una sinagoga. Había allí una mujer poseída de un espíritu, que la tenía enferma desde hacía dieciocho años. Estaba completamente encorvada y no podía enderezarse de ninguna manera. Jesús, al verla, la llamó y le dijo: “Mujer, estás sanada de tu enfermedad”, y le impuso las manos. Ella se enderezó en seguida y glorificaba a Dios. Pero el jefe de la sinagoga, indignado porque Jesús había sanado en sábado, dijo a la multitud: “Los días de trabajo son seis; vengan durante esos días para hacerse sanar, y no el sábado”. El Señor le respondió: “¡Hipócritas! Cualquiera de ustedes, aunque sea sábado, ¿no desata del pesebre a su buey o a su asno para llevarlo a beber? Y esta hija de Abraham, a la que Satanás tuvo aprisionada durante dieciocho años, ¿no podía ser liberada de sus cadenas el día sábado?” Al oír estas palabras, todos sus adversarios se llenaban de confusión, pero la multitud se alegraba de las maravillas que Él hacía.
Meditación de Francisco Bravo Collado
“… pero la multitud se alegraba de las maravillas que él hacía.”
Jesús me dice: “Tu primer impulso al leer este texto es escandalizarte por la actitud del jefe de la sinagoga. Pero yo te llamo a poner el foco en otra parte: en la mujer encorvada. Yo quise verla a ella, mirarla a ella, cuando todos tenían el foco puesto en el cumplimiento del sabbath. Hoy quiero hacer lo mismo contigo: el foco de todos está en el cumplimiento de tus deberes, de cuan buen padre eres, de cómo haces tu trabajo, de cómo tratas a tu mujer. Pero Yo, que soy uno con el Padre y que veo en lo secreto, puedo ver tu encorvamiento y la enfermedad que llevas hace tanto tiempo. Y no me fijo qué día es para decirte que estás curado de tu enfermedad.”
Me emociona enfrentarme con este texto. Pensé que Jesús me llamaría a no ser como el jefe de la sinagoga, pero veo que me invita a ser como la mujer encorvada que fue sanada. Me impresiona con cuánta delicadeza Jesús se refiere a ella: no la trata como a cualquier mujer, sino que la llama ‘hija de Abraham’, una heredera de la fe viva del pueblo elegido de Dios. Siento que, Jesús me trata con respeto a mí también, no por mi linaje, sino que por nuestra amistad. Me llena de esperanza y alegría el ver que yo, que sé que estoy enfermo, y que tengo tanto por sanar, recibo su visita y su sanación.
Jesús, que todos te alaben y te bendigan, que todos se alegren al oír tu nombre y al recordar tu rostro, porque Tú eres la fuerza de sanación que fue prometida a nuestros padres y que llegó a nuestro pueblo para suscitar una nueva cultura fundada en el amor. Gracias porque al verme encorvado y enfermo Tú detienes todo lo que estás haciendo para sanarme. Gracias porque me levantas y me haces caminar erguido, como heredero y testigo de tu salvación, como uno de los que Tú has llamado para la eternidad. Hoy quiero hacer efectiva tu salvación. Antes del próximo domingo iré a confesarme, para estar realmente sanado. AMÉN