S. Pío de Pietrelcina, presbítero

Evangelio según san Lucas 8, 16-18

Lunes de la semana vigesimoquinta del tiempo ordinario

 

Jesús dijo a sus discípulos: No se enciende una lámpara para cubrirla con un recipiente o para ponerla debajo de la cama, sino que se la coloca sobre un candelero, para que los que entren vean la luz. Porque no hay nada oculto que no se descubra algún día, ni nada secreto que no deba ser conocido y divulgado. Presten atención y oigan bien, porque al que tiene, se le dará, pero al que no tiene, se le quitará hasta lo que cree tener.

 

Meditación de Juan Francisco Bravo Collado

 

“No hay nada oculto que no se descubra algún día”.

 

Es como si Jesús me dijera: “Ay, hijo mío, cómo te duele el quiebre de esos matrimonios que están cerca de ti y que se están desmoronando. Todo lo que ves, todo lo que lees… te lleva a pensar en ellos. Ese dolor lo sientes porque ves que tu propio matrimonio estuvo a punto de pasar por lo mismo, y tuviste suerte de que se salvara. Sublima tu dolor y ocúpalo para valorar tu matrimonio. Conquista tu humildad. Para eso, cuenta con mi amor: tu pequeñez puede ser muy oscura, pero la luz de mi misericordia es aún más fuerte. Deja que mi misericordia bañe tu oscuridad con cariño, y no la escondas, sino que levántala como una lámpara para que todos vean cuánto te quiero”.

 

Al leer este texto, mi cabeza me dice que la buena nueva no puede permanecer para siempre como un secreto. Pero mi corazón me grita que también las malas nuevas finalmente salen a la luz: las pequeñeces, los pecados, los secretos. He visto con mucho dolor matrimonios muy queridos que se destrozan cuando los secretos salen a la luz. Pienso con temor y gratitud en mi propio matrimonio; y en las cosas que no quise enfrentar, lo que no me atreví a poner sobre la mesa… y me doy cuenta de que, realmente, no hay nada oculto que no se descubra algún día. Me siento llamado a revitalizar mi propia vida, a hacer lo correcto independiente de que me estén mirando o no; y a mirar mi propia vida completa, con sus partes luminosas y oscuras.

 

Señor, dame fuerza para mirar con lucidez estas historias de amor truncado. Enséñame a reconocer en ellas que, a pesar del fracaso de tantos matrimonios, tu proyecto de amor sigue siendo válido. Gracias por el amor en mi propio matrimonio, gracias porque estar con ella me llena de alegría y esperanza. Gracias porque en ella te encuentro a Ti y a tu Padre de una forma tan especial. Ayúdame a ser valiente: a no tener secretos y poner los problemas sobre la mesa apenas llegan. Bendice mi matrimonio con Margarita: ayúdanos a crecer juntos, a alimentar nuestro amor y a no desanimarnos. Enséñanos a rezar, a discernir, a actuar y a pedir perdón. Cuídala a ella y llénala de bendiciones. AMÉN