Evangelio según Lucas 1, 57 – 66

Lunes de la cuarta semana de adviento

 

Cuando llegó el tiempo en que Isabel debía ser madre, dio a luz un hijo. Al enterarse sus vecinos y parientes de la gran misericordia con que Dios la había tratado, se alegraban con ella. A los ocho días, se reunieron para circuncidar al niño, y querían llamarlo Zacarías, como su padre; pero la madre dijo: “No, debe llamarse Juan”. Ellos le decían: “No hay nadie en tu familia que lleve ese nombre”. Entonces preguntaron por señas al padre qué nombre quería que le pusieran. Éste pidió una pizarra y escribió: “Su nombre es Juan”. Todos quedaron admirados. Y en ese mismo momento, Zacarías recuperó el habla y comenzó a alabar a Dios. Este acontecimiento produjo una gran impresión entre la gente de los alrededores, y se lo comentaba en toda la región montañosa de Judea. Todos los que se enteraron guardaban este recuerdo en su corazón y se decían: “¿Qué llegará a ser este niño?” Porque la mano del Señor estaba con él.

 

Meditación de Juan Francisco Bravo Collado

 

¿Qué llegará a ser de este niño?

 

Es como si Jesús me dijera: “Tú te maravillas de esto. Pero no te maravillas de ti mismo y de lo que yo puse en ti. No te aproblemas cuando asumes que en el camino de Juan el Bautista había una vocación de grandeza; pero te cuesta -¡y cuánto!- cada vez que yo sugiero que tú mismo tienes en ti una semilla que dará grandes frutos para mi Reino. No aceptes las excusas que tú mismo te inventas: que ya no eres un niño, que tu trabajo se limita a la crianza de tus hijos, que tu ofrenda será en lo secreto. Soy yo quien decide dónde será la fecundidad que he sembrado en ti. Así que tú juega: despliega tu amor y deja que yo me encargue del resto.”

 

Cuando me enfrento a este texto me maravillo de la vida de Juan el Bautista. Siempre me atrajo su figura, y me es difícil pensar en él sin sentir entusiasmo. Pero apenas aparece el entusiasmo, una voz en mí pareciera que quiere acallarlo: ¿quién soy yo para inspirarme en un santo de esa magnitud? ¿No ha pasado mucha agua bajo el tiempo? ¿Qué tengo yo de especial para querer inspirarme en este hombre salvaje, que vivió en el desierto y que empezó a anunciar la venida de Jesús? Por eso me resulta tan lindo el mensaje que recibo de Jesús en esta meditación. Yo solo debo quitarme del camino y dejar que la gracia opere en mí.

 

Jesús, amigo y maestro, dime qué tienes preparado para mí. Trabajo en tantos frentes que veo que me desordeno, ayúdame a concentrar mi esfuerzo en lo que Tú necesitas. Déjame abandonarme a la Providencia, como Juan el Bautista, para que pueda conquistar para Ti la fecundidad que quieres poner en mí. Que, a través de mis propios desiertos, de mis propios ayunos y sacrificio pueda acercarme finalmente a la abundancia, el banquete y el abrazo que Tú mismo prometiste a los tuyos. Dame trabajar con confianza. AMÉN