Evangelio según San Juan 20, 1-3. 11-18
Lunes de la decimosexta semana del tiempo ordinario
Fiesta de Santa María Magdalena
El primer día después del sábado, estando todavía obscuro, fue María Magdalena al sepulcro y vio removida la piedra que lo cerraba. Echó a correr, llegó a la casa donde estaban Simón Pedro y el otro discípulo, a quién Jesús amaba, y les dijo: ¨Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo habrán puesto¨. María se había quedado llorando junto al sepulcro de Jesús. Sin dejar de llorar, se asomó al sepulcro y vio dos ángeles vestidos de blanco, sentados en el lugar donde había estado el cuerpo de Jesús, uno en la cabecera y otro junto a los pies. Los ángeles le preguntaron: «¿Por qué estas llorando, mujer?» Ella les contestó: «Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo habrán puesto». Dicho esto, miró hacia atrás y vio a Jesús de pie, pero no sabía que era Jesús. Entonces él le dijo: «Mujer, ¿por qué estás llorando? ¿A quién buscas?» Ella, creyendo que era el jardinero, le respondió: «Señor, si tú te lo llevaste, dime donde lo has puesto». Jesús le dijo: “¡María!» Ella se volvió y exclamó: «¡Rabí!», que en hebreo significa «Maestro». Jesús le dijo: «Déjame ya, porque todavía no he subido al Padre. Ve a decir a mis hermanos: «Subo a mi Padre y su Padre, a mi Dios y su Dios». María Magdalena se fue a ver a los discípulos para decirles que había visto al Señor y para darles su mensaje.
Meditación de Francisco Bravo Collado
“… se había quedado llorando junto al sepulcro de Jesús.”
En este texto, María Magdalena parece decirme: “Ven conmigo a amarlo a Él. Aprende a amar a Jesús. Aprende a que el alma sea la esposa del Amado. Al igual que santa Teresa de Jesús o san Juan de Ávila, tú tienes que buscar tu manera de profundizar el amor a Él. Pero no te conformes con un amor abstracto. Busca un amor profundo y fervoroso. Abandona tus esperanzas al Corazón de Jesús. Cultiva tu amor para que vaya más allá de cualquier esperanza. Y eso no siempre es meramente lindo. Muchas veces es experimentar el dolor de la muerte del Amor más grande. Educa tu amor para que pueda seguir después de la desilusión del dolor, la vergüenza y la muerte.”
Me llena de emoción la relación de la Magdalena con Jesús. Y me preocupa que no se entienda su rol. Que se quiera solamente hablar del rol de amante o de mujer sensual. Pero cuando reflexiono profundamente veo que es esperable que haya un impulso a acallar la dimensión sufriente de la Magdalena, porque yo también lo tengo. No nos gusta sufrir. A mí tampoco. Prefiero hablar de otras cosas. Sin embargo, quitarle a Magdalena el llanto y la desazón es como hablar de Jesús sin pasión y abandono. Son aspectos necesarios para experimentar la redención. Y siento que este texto me invita a que me atreva a mirar mi propia desazón y desesperanza.
María Magdalena, mi gran amiga. Quiero aprender a cultivar mi amistad contigo. Quiero aprender a mirar mi propio dolor y desilusión. Enséñame a entrar a la tumba de mi Señor y encontrarme con mi pena. Enséñame a mirar de frente mi dolor por lo que he perdido y que sigo amando: lo que quise construir y que pareciera que no va a ser. Y, sobre todo, enséñame a escuchar su voz, la voz de Jesús, cuando Él me llama más allá de cualquier esperanza. Invítame a compartir contigo la alegría de la resurrección. AMÉN