La Santísima Virgen María, Reina

Evangelio según San Mateo 22, 1-14

Vigésimo jueves del tiempo ordinario

 

Jesús habló en parábolas a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo, diciendo: El Reino de los Cielos se parece a un rey que celebraba las bodas de su hijo. Envió entonces a sus servidores para avisar a los invitados, pero estos se negaron a ir. De nuevo envió a otros servidores con el encargo de decir a los invitados: ‘Mi banquete está preparado; ya han sido matados mis terneros y mis mejores animales, y todo está a punto: Vengan a las bodas’. Pero ellos no tuvieron en cuenta la invitación, y se fueron, uno a su campo, otro a su negocio; y los demás se apoderaron de los servidores, los maltrataron y los mataron. Al enterarse, el rey se indignó y envió a sus tropas para que acabaran con aquellos homicidas e incendiaran su ciudad. Luego dijo a sus servidores: ‘El banquete nupcial está preparado, pero los invitados no eran dignos de él. Salgan a los cruces de los caminos e inviten a todos los que encuentren’. Los servidores salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, buenos y malos, y la sala nupcial se llenó de convidados. Cuando el rey entró para ver a los comensales, encontró a un hombre que no tenía el traje de fiesta. ‘Amigo, le dijo, ¿cómo has entrado aquí sin el traje de fiesta?’. El otro permaneció en silencio. Entonces el rey dijo a los guardias: ‘Atenlo de pies y manos, y arrójenlo afuera, a las tinieblas. Allí habrá llanto y rechinar de dientes’. Porque muchos son llamados, pero pocos son elegidos.

 

Meditación de Sebastián Castaño Fueyo

 

‘Mi banquete está preparado; ya han sido matados mis terneros y mis mejores animales, y todo está a punto: Vengan a las bodas’

 

Jesús parece decirnos: mi Padre los invita a todos a participar del banquete. Él los llama con alegría y esperanza porque les tiene preparado bienes que ustedes no imaginan. Su invitación es insistente, fiel y paciente. Con tristeza ve almas desorientadas, que no logran oír su llamado y otras, aunque lo oyen, prefieren no participar. Los que quieran participar libremente, vístanse de fiesta: busquen encontrarse con Dios en su vida, déjense transformar por su Santo Espíritu y sean testigos fieles del amor del Padre.

 

Cuando voy a un matrimonio puedo preocuparme de ir bien vestido y luego participar activamente de la Misa y la fiesta, es decir, estar compartiendo realmente el gozo de los novios, porque los quiero y son mis amigos. Lo contrario es ser un invitado pasivo, distraído y ajeno a lo que está pasando, lejos de los novios. Jesús me hace ver que en el banquete de Dios, participemos como en esos matrimonios que más nos motivan y que no nos quedemos fuera, ajenos a su voluntad.

 

Querido Jesús, gracias por invitarme a compartir del banquete eterno de Dios. Sé que estás

a mi lado mientras camino con libertad por la vida. No quiero ser de los invitados que se dedican ciegamente a los afanes de la vida olvidando corresponder al llamado que Dios nos hace. Perdón por las veces en que no estoy atento a cumplir tu voluntad y no dejo que me vistas con tu gracia. Dame Señor, un corazón dócil para dejarme transformar por tu presencia. AMÉN