Evangelio según Lucas 16, 19-31 

Jueves de la segunda semana del tiempo de cuaresma

 

Jesús dijo a los fariseos: Había un hombre rico que se vestía de púrpura y lino finísimo y cada día hacía espléndidos banquetes. A su puerta, cubierto de llagas, yacía un pobre llamado Lázaro, que ansiaba saciarse con lo que caía de la mesa del rico; y hasta los perros iban a lamer sus llagas. El pobre murió y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham. El rico también murió y fue sepultado. En la morada de los muertos, en medio de los tormentos, levantó los ojos y vio de lejos a Abraham, y a Lázaro junto a él. Entonces exclamó: “Padre Abraham, ten piedad de mí y envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en el agua y refresque mi lengua, porque estas llamas me atormentan”. “Hijo mío, respondió Abraham, recuerda que has recibido tus bienes en vida y Lázaro, en cambio, recibió males; ahora él encuentra aquí su consuelo, y tú, el tormento. Además, entre ustedes y nosotros se abre un gran abismo. De manera que los que quieren pasar de aquí hasta allí no pueden hacerlo, y tampoco se puede pasar de allí hasta aquí”. El rico contestó: “Te ruego entonces, padre, que envíes a Lázaro a la casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos: que él los prevenga, no sea que ellos también caigan en este lugar de tormento”. Abraham respondió: “Tienen a Moisés y a los Profetas; que los escuchen”. “No, padre Abraham, insistió el rico. Pero si alguno de los muertos va a verlos, se arrepentirán”. Pero Abraham respondió: “Si no escuchan a Moisés y a los Profetas, aunque resucite alguno de entre los muertos, tampoco se convencerán”.

 

Meditación de Sebastián Castaño Fueyo

 

“Si no escuchan a Moisés y a los Profetas, aunque resucite alguno de entre los muertos, tampoco se convencerán”. 

 

Jesús parece decirnos: Abran la puerta de sus corazones al otro, porque ellos serán para ustedes un regalo de Dios. Usen sus bienes y talentos para que den frutos en favor de los demás y no piensen solo en su propio beneficio. En mi Palabra encontrarán una fuente inagotable que los acerca a Dios y les ayudará a no caer en la vanidad y el egoísmo que anestesian el alma y les impide ver con claridad la necesidad que otros tienen de vuestras manos.

 

Tal vez sea inherente a nuestra condición humana, la debilidad que tenemos de poner nuestra confianza en uno mismo, en una buena situación, en las capacidades humanas, o en otra persona que me ayuda. Y lo grave es dejar a Cristo fuera de nuestra ecuación de vida, fuera de nuestra esperanza.  Así quedamos ciegos ante su presencia, tal como le sucedió al rico, que finalmente generó un abismo insalvable entre él y Dios.

 

Querido Jesús, tú me conoces completamente y sabes donde soy débil, no quiero que todo lo mundano me impida escucharte con atención y me impida tener ojos para ver tu rostro en quienes me rodean y en aquellos más necesitados. Dame un corazón empático para saber ponerme en los pies de otros y la conciencia de que estoy llamado a amarte en el encuentro con aquellos que, como Lázaro, esperan nuestra acción. Que por la intercesión de María obtenga la gracia de entregarme más por otros. AMÉN