Evangelio según Mateo 26, 14-25

Jueves Santo

 

Antes de la fiesta de Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, él, que había amado a los suyos que quedaban en el mundo, los amó hasta el fin. Durante la Cena, cuando el demonio ya había inspirado a Judas Iscariote, hijo de Simón, el propósito de entregarlo, sabiendo Jesús que el Padre había puesto todo en sus manos y que él había venido de Dios y volvía a Dios, se levantó de la mesa, se sacó el manto y tomando una toalla se la ató a la cintura. Luego echó agua en un recipiente y empezó a lavar los pies a los discípulos y a secárselos con la toalla que tenía en la cintura. Cuando se acercó a Simón Pedro, este le dijo: “¿Tú, Señor, me vas a lavar los pies a mí?”. Jesús le respondió: “No puedes comprender ahora lo que estoy haciendo, pero después lo comprenderás”. “No, le dijo Pedro, ¡tú jamás me lavarás los pies a mí!”. Jesús le respondió: “Si yo no te lavo, no podrás compartir mi suerte”. “Entonces, Señor, le dijo Simón Pedro, ¡no solo los pies, sino también las manos y la cabeza!”. Jesús le dijo: “El que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, porque está completamente limpio. Ustedes también están limpios, aunque no todos”. Él sabía quién lo iba a entregar, y por eso había dicho: “No todos ustedes están limpios”. Después de haberles lavado los pies, se puso el manto, volvió a la mesa y les dijo: “¿Comprenden lo que acabo de hacer con ustedes? Ustedes me llaman Maestro y Señor, y tienen razón, porque lo soy. Si yo, que soy el Señor y el Maestro, les he lavado los pies, ustedes también deben lavarse los pies unos a otros. Les he dado el ejemplo, para que hagan lo mismo que yo hice con ustedes”.

 

Meditación de Sebastián Castaño Fueyo

 

“¿Tú, Señor, me vas a lavar los pies a mí?”

 

Jesús parece decirme: Yo Soy, y he venido del Padre a servirte y amarte para darte verdadera vida. Mi Padre depositó todo el poder en Mí y decidí cumplir su voluntad sirviendo y amando a mis discípulos hasta el fin. Hoy, en esta Semana Santa, estoy aquí atento a servirte y amarte, para limpiarte de tus cargas y sacarte el peso de la vida. Solo tienes que acercarte, con humildad, para dejar que te lave con el amor y misericordia del Padre que me envió a buscarte. Así podrás estar limpio y podrás compartir mi suerte.

 

Dejarse lavar los pies por Dios supone un acto de humildad y de voluntad de nuestra parte: en primer lugar, reconocerse pecador y necesitado de ser sanado, y en segundo lugar, la voluntad para ofrecer abiertamente nuestras debilidades ante Él (sacramento de confesión). Si no me dejo lavar por Cristo, reconociendo mi pecado y necesidad de Él, no estoy aceptando plenamente su amor. Él quiere limpiarnos para darnos nueva vida, alegría, guía, fortaleza. Luego debo reconocer que es Jesús mismo quien se pone a nuestro servicio y carga con nuestros dolores.

 

Querido Jesús, gracias por amarnos hasta el fin. Nos dejaste el ejemplo de tu vida al servicio de los hombres, nos dejaste tu Palabra, y nos entregaste tu cuerpo en la Eucaristía. Pongo en tus manos todas mis debilidades, y te pido que me limpies para poder ser digno de recibirte en mi corazón. Ayúdame Jesús a lograr servir más, a no guardarme sino a darme con humildad y entrega por otros. Te agradezco el regalo de la vida y de la familia que me has encomendado amar. AMÉN