Evangelio según San Marcos 3, 20-35
Domingo de la semana décima del tiempo ordinario

En aquel tiempo, Jesús llegó a casa con sus discípulos y de nuevo se juntó tanta gente que no los dejaban ni comer. Al enterarse su familia, vinieron a llevárselo, porque se decía que estaba fuera de sí. Y los escribas que habían bajado de Jerusalén decían: “Tiene dentro a Belcebú y expulsa a los demonios con el poder del jefe de los demonios”. Él los invitó a acercarse y les hablaba en parábolas: “¿Cómo va a echar Satanás a Satanás? Un reino dividido internamente no puede subsistir; una familia dividida no puede subsistir. Si Satanás se rebela contra sí mismo, para hacerse la guerra, no puede subsistir, está perdido. Nadie puede meterse en casa de un hombre forzudo para arramblar con su ajuar, si primero no lo ata; entonces podrá arramblar con la casa. En verdad os digo, todo se les podrá perdonar a los hombres: los pecados y cualquier blasfemia que digan; pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo no tendrá perdón jamás, cargará con su pecado para siempre”. Se refería a los que decían que tenía dentro un espíritu inmundo. Llegan su madre y sus hermanos y, desde fuera, lo mandaron llamar. La gente que tenía sentada alrededor le dice: “Mira, tu madre y tus hermanos y tus hermanas están fuera y te buscan”. Él les pregunta: “Quiénes son mi madre y mis hermanos?”. Y mirando a los que estaban sentados alrededor, dice: “Estos son mi madre y mis hermanos. El que haga la voluntad de Dios, ese es mi hermano y mi hermana y mi madre”.

Meditación de Francisco Bravo Collado

“¿Cómo Satanás va a expulsar a Satanás?”

Jesús me dice: “¿Cómo Satanás va a expulsar a Satanás? No puede. Pero, más allá de hacer un ejercicio de lógica, me preocupa cuando ustedes llegan a explicaciones retorcidas para llegar a la conclusión que les conviene. Porque esto es lo que están haciendo los escribas: no les acomoda que yo sea lo que soy, y buscan esta explicación rebuscada para desacreditar. Ese es el origen del ‘pecado contra el Espíritu Santo’: el acomodar las cosas según a cada uno conviene y propagar la falsedad. Hoy, en este momento en que tantos se han dedicado a usar el nombre de mi Padre para propagar sus propias agendas personales, te invito a alabar y a ofrecer en silencio.

Señor, me impresiona este Evangelio. Me choca que haya un grupo de pecados que no se perdonan. No creo poder entenderlo en el mediano plazo. Pero cuando lo medito creo que no es algo que me afecta de forma directa. Sé bien cuántos defectos tengo, pero realmente creo que esto contra lo que hablas hoy no es uno de los míos. Intento buscar tu Palabra y tu rostro con sinceridad. He hecho un discernimiento en esta meditación, y no veo ejemplos claros de ocasiones en las que yo haya retrucado tus palabras para acomodarlas a lo que me conviene a mí. Me siento aliviado, pero a la vez confundido.

Señor, no puedo entender este Evangelio. No puedo comprender que Tú, que hablas del hijo pródigo, que eres capaz de morir por mí, que dejas noventa y nueve ovejas abandonadas para salvar a la única que se perdió, seas incapaz de perdonar un pecado. Siento que mis pecados más recurrentes son más graves que esta confusión que tienen algunos de mis hermanos. Te quiero pedir compasión y comprensión por ellos. Te quiero pedir claridad para que cuando yo caiga en cosas parecidas sea capaz de identificarlas y detenerlas. AMÉN.