Evangelio según Marcos 12, 28-34
Trigesimoprimer domingo del tiempo ordinario
Un escriba que oyó discutir a Jesús con los saduceos, al ver que les había respondido bien, se acercó y le preguntó: “¿Cuál es el primero de los mandamientos?” Jesús respondió: “El primero es: “Escucha, Israel: el Señor nuestro Dios es el único Señor; y tú amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma, con todo tu espíritu y todas tus fuerzas”. El segundo es: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. No hay otro mandamiento más grande que estos”. El escriba le dijo: “Muy bien, Maestro, tienes razón al decir que hay un solo Dios y no hay otro más que Él, y que amarlo con todo el corazón, con toda la inteligencia y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a sí mismo, vale más que todos los holocaustos y todos los sacrificios”. Jesús, al ver que había respondido tan acertadamente, le dijo: “Tú no estás lejos del Reino de Dios”. Y nadie se atrevió a hacerle más preguntas.
Meditación de Francisco Bravo Collado
“Amarás”
Jesús nos podría estar diciendo: “El único mandamiento es el amor. Y no hablo de un amor teórico, sino que de un amor encarnado, un amor cotidiano. Yo los invito a hacer las cosas con más amor. Los invito a poner a mi Padre y a vuestros hermanos en primer lugar, antes de ustedes, antes que su comodidad. No crean que es un camino triste, un camino abnegado o lleno de espinas. Es un camino de plenitud. Es la única forma de ser felices. Así los hizo el Padre: enteros para el amor. Así que no se guarden ¡Lo que yo les pido es generosidad todos los días y en todas las pequeñas actitudes!”
Cuando leo este Evangelio me doy cuenta que el único factor que debe preocuparme es cuánto y cómo amo. Hoy veo que busco y busco a Dios, pero no lo llevo a mi vida, porque mi amor aún es pobre, incluso con los que están más cerca: mi mujer y mis hijos, la señora del aseo, los que trabajan conmigo, mis clientes, mis proveedores… mi tarea es amar, y amar en profundidad. Me siento llamado a amar con más fuerza, y principalmente a través de los detalles más prosaicos y cotidianos.
Padre del cielo, gracias por tu amor que llega hasta el extremo. Gracias por amarnos tanto que envías todos los días –en la Eucaristía y en los hermanos- a tu Hijo, para que nos diga con claridad que lo más importante es al amor a Ti y a los hermanos. Tú, que me hiciste a mí, lléname de amor a Ti y a todo lo que Tú has hecho. Enséñame esa forma de amar tuya, que entrega todo y arriesga todo, sin mirar cuánto te han pisoteado. Regálame ser un camino de amor hacia tu mesa paterna, donde nos esperas para celebrar y comer contigo. AMÉN