Evangelio según Marcos 10, 46-52

Trigésimo domingo del tiempo ordinario

Después llegaron a Jericó. Cuando Jesús salía de allí, acompañado de sus discípulos y de
una gran multitud, el hijo de Timeo -Bartimeo, un mendigo ciego- estaba sentado junto al
camino. Al enterarse de que pasaba Jesús, el Nazareno, se puso a gritar: “¡Jesús, Hijo de
David, ten piedad de mí!”. Muchos lo reprendían para que se callara, pero él gritaba más
fuerte: “¡Hijo de David, ten piedad de mí!”. Jesús se detuvo y dijo: “Llámenlo”. Entonces
llamaron al ciego y le dijeron: “¡Ánimo, levántate! Él te llama”. Y el ciego, arrojando su
manto, se puso de pie de un salto y fue hacia él. Jesús le preguntó: “¿Qué quieres que haga
por ti?”. Él le respondió: “Maestro, que yo pueda ver”. Jesús le dijo: “Vete, tu fe te ha
salvado”. En seguida comenzó a ver y lo siguió por el camino.
Comentario de Francisco Bravo Collado
“…empezó a gritar”.
Jesús me dice: “Tú eres este ciego, hijo mío. A ti es a quien hacen callar. Si tú no gritas, yo
no te puedo escuchar. Levántate, ¡grita! ¡Llámame! Yo soy el Hijo de David, el prometido
de los pueblos, el Salvador, la bandera dividida. Si no me llamas, si no alzas tu voz, no
puedo escucharte. Yo te puedo salvar, yo te puedo devolver la vista. Pero para que te pueda
sanar, tienes que gritar y pedirme lo que quieres.”
Cuando yo era chico, y gritaba más de lo que los adultos quisieran, mi papá me llamaba
Bartimeo; ese era mi sobrenombre. Hoy día, es un sobrenombre muy significativo: me dice
quién tengo que ser, cómo tengo que gritar. Tengo que gritar con fe, que mi voz se alce por
sobre el bullicio, que llegue a los oídos del Hijo de David. Este Evangelio despierta nuestra
vocación a la oración activa, a la oración a gritos, a remecer al Señor si no me escucha.
Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí. No veo. Soy ciego. Necesito que me des la luz,
que me envíes tu Espíritu. Todos los días pasas por el camino donde yo, ciego, pido
limosnas. Todos los días debo gritarte, y evitar que me hagan callar. Todos los días debo
esforzarme para obtener tu bendición. Debo luchar como Tobías. Hoy nuevamente te pido:
ten compasión de mí. Sáname para que pueda recuperar la vista y seguirte por el camino.
AMÉN