Evangelio según Juan 20, 1-9
Domingo de Pascua, Resurrección del Señor
El día después del sábado, María Magdalena fue al sepulcro muy de mañana cuando aún era de noche, y vio que la piedra del sepulcro estaba movida. Echa a correr y llega donde Simón Pedro y donde el otro discípulo a quien Jesús quería y les dice: «Se han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde le han puesto». Salieron Pedro y el otro discípulo, y se encaminaron al sepulcro. Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió por delante más rápido que Pedro, y llegó primero al sepulcro. Se inclinó y vio las vendas en el suelo; pero no entró. Llega también Simón Pedro siguiéndole, entra en el sepulcro y ve las vendas en el suelo, y el sudario que cubrió su cabeza, no junto a las vendas, sino plegado en un lugar aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado el primero al sepulcro; vio y creyó.
Meditación de José Miguel Arévalo Araneda
“Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado el primero al sepulcro; vio y creyó.”
Siento que Jesús me quiere decir: “¡Estoy vivo! Por eso puedo conversar contigo en la oración, estoy presente en la Eucaristía, acompaño a la iglesia y a quienes me invocan. Recuerda que dije que estaré con ustedes hasta el fin de los tiempos. La Iglesia, los santos y cada uno de los que me aman, testimonian que vivo, les manifiesto mi amor e intercedo por ellos ante el Padre. Quisiera que tú abras tu corazón a esta realidad de manera más profunda y así también tengas vida y seas mi testigo”.
En el texto del evangelio Juan relata que “vio y creyó”. Él no vio al Señor, sino que creyó por los signos indirectos que vio. Yo no he visto al Señor, pero experimento con fe su presencia: en mi oración, en la Eucaristía, en los niños que me rodean, en las acciones de quienes tengo cerca, en aquellos que sufren y tienen necesidades. Es la fe providencialista, el consuelo de encontrarme con el Señor vivo, en la comprensión creyente de la huella de su mano en los acontecimientos de mi vida cotidiana. Recuerdo una oración del Padre Kentenich donde él dice: “Te vemos en cada suceso, donde escondido habla tu amor”. Es para mí un gran signo, consuelo y esperanza.
Querido Señor: ¡Qué misterio grande el tuyo! Estás vivo, pero no te dejas ver de manera visible ante nosotros en este mundo, y quieres que creamos en Ti mediante signos indirectos de tu presencia. ¡Qué valioso el don de la fe y el consuelo del Espíritu que nos permite creer, y que yo pueda “verte” en los acontecimientos, en las personas, en la Eucaristía, en la oración y en la Iglesia! Alabanza a ti Señor. Te pido Señor la gracia de crecer en advertir los signos de tu presencia viva, los guarde en el corazón, así como lo hizo nuestra Madre, conformando mi voluntad a la tuya. AMÉN