Evangelio según Lucas 6, 39-45
Domingo de la octava semana del tiempo ordinario
En aquel tiempo ponía Jesús a sus discípulos esta parábola: «¿Podrá un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en el hoyo? No está el discípulo por encima del maestro. Todo el que esté bien formado, será como su maestro. ¿Cómo es que miras la brizna que hay en el ojo de tu hermano, y no reparas en la viga que hay en tu propio ojo? ¿Cómo puedes decir a tu hermano: «Hermano, deja que saque la brizna que hay en tu ojo», no viendo tú mismo la viga que hay en el tuyo? Hipócrita, saca primero la viga de tu ojo, y entonces podrás ver para sacar la brizna que hay en el ojo de tu hermano. No hay árbol bueno que dé frutos malos, ni árbol malo que dé frutos buenos: cada árbol se reconoce por su fruto. No se recogen higos de los espinos ni se cosechan uvas de las zarzas. El hombre bueno saca el bien del tesoro de bondad que tiene en el corazón. El malo saca el mal de su maldad, porque de la abundancia del corazón habla la boca.
Meditación de José Miguel Arévalo Araneda
“El hombre bueno saca el bien del tesoro de bondad que tiene en el corazón”
El Señor me dice: “He puesto un tesoro de bondad en tu corazón, que tienes que cultivar, hacerlo crecer y que dé buenos frutos. Cuentas con mi gracia, mi Palabra y los sacramentos para acompañarte en tu vida. Te prevengo de tu inclinación a la autosuficiencia que te confunde y pierde, pues te lleva a prescindir de Mí y de los demás y te prevengo de la autojustificación, que te hace “normalizar” algunas de tus faltas y pecados y a no reconocer tu responsabilidad en ellas. En este tiempo de Cuaresma que se aproxima, pregúntate por la viga en tu ojo y hazte cargo de ella, antes de mirar, juzgar y criticar a los demás por las briznas de paja en los suyos.”
Al recibir esta Palabra del Señor me siento como el hipócrita que tiene una viga en su propio ojo, prejuiciado con los demás, cercanos y lejanos, rápido e inclinado a criticar y juzgar. Tarea agotadora y casi siempre estéril es esta de criticar y juzgar. El Señor antepone el bien y la bondad del tesoro del corazón, que siento que ha puesto en mí, que me da paz para mirar a los demás, consuelo y esperanza para mirar el futuro. Porque sé que me cuesta, quisiera siempre poder acudir a ese tesoro en mi corazón.
¡Qué gran regalo Señor es el tesoro de bondad que nos has regalado, alabanza y gratitud a Ti! Por la fe y el Bautismo, somos más profundamente conscientes de ese regalo y de la tarea de compartirlo con otros. Me comprometo contigo a perseverar en atender a la viga en mi ojo y cuidar el tesoro de bondad en mi corazón. Y llevar, como María, ese tesoro adonde apostólicamente Tú me pidas. AMÉN