Evangelio según San Juan 6, 51-59

Vigésimo domingo del tiempo ordinario

 

Jesús dijo a los judíos: “Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo”. Los judíos discutían entre sí, diciendo: “¿Cómo este hombre puede darnos a comer su carne?”. Jesús les respondió: “Les aseguro que si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Porque mi carne es la verdadera comida, y mi sangre, la verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él. Así como yo, que he sido enviado por el Padre que tiene vida, vivo por el Padre, de la misma manera, el que me come vivirá por mí. Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron sus padres y murieron. El que coma de este pan vivirá eternamente”. Jesús enseñaba todo esto en la sinagoga de Cafarnaún.

 

Meditación de Juan Enrique Coeymans Avaria

 

El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna

 

Pareciera que el Señor Jesús nos dice: Ustedes deben tomarse más en serio el Sacramento de la Eucaristía, porque detrás del Pan consagrado está la promesa de la Vida eterna. Si mis palabras las ponderan en el corazón, entonces muchas cosas se harán más transparentes en su vida personal y de cada día. Si uno revisa la vida sacramental de los santos, en todos ellos está clarísimo el haberse tomado en serio la frecuencia de la Eucaristía. Los santos son todos santos que han amado y adorado mi presencia en las Misas y Comuniones diarias, y no como algo obligatorio, sino como una fuente de alegría, de fidelidad y de amor inmenso.

 

Quien comulga frecuentemente estará lleno de Dios. El Señor nos quiere tanto, que para que no sintamos la nostalgia de su persona, nos dejó la Eucaristía. La nostalgia de Dios es parte de las nostalgias que nos regaló la Encarnación del Señor Jesús, y junto a la Eucaristía y la adoración al Santísimo, nos dejó también su presencia en el amor humano y de encuentro en los recados que nos envía en todas las circunstancias de nuestra vida diaria. Porque los recados que nos manda el Señor están llenos de cotidianeidad. Los encuentros con Jesús son variados, y al final se entrelazan unos y otros. Las conversaciones con Jesús frente al Santísimo se complementan con los diálogos surgidos al conversar con Jesús en la vida diaria.

 

Señor Jesús, te adoro en todas las circunstancias a través de las cuales nos haces cercanos tus deseos y tu amor cotidiano y eucarístico. Agradezco tu bondad para conmigo y las ocasiones en las cuales renuevas cotidianamente tu voluntad santísima. Bendito y alabado seas por tu amor permanente en que sentimos tu fidelidad con tu delicadeza y ternura. Bendito seas ahora y siempre por los regalos que me haces en la vida concreta y diaria. Bendito seas por el regalo de la Eucaristía y por tu presencia en el amor humano. Me inclino ante Ti, y te pido que me hagas un hijo fiel en medio de las adversidades de la vida cotidiana. Señor, Tú eres el Pan de vida que nos regalas vida eterna. AMÉN