Evangelio según Marcos 8, 27-35

Domingo de la semana vigesimocuarta del tiempo ordinario

 

Jesús salió con sus discípulos hacia los poblados de Cesarea de Filipo, y en el camino les preguntó: “¿Quién dice la gente que soy Yo?” Ellos le respondieron: “Algunos dicen que eres Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, alguno de los profetas”. Entonces Él les preguntó: “Y ustedes, ¿quién dicen que soy Yo?” Pedro respondió: “Tú eres el Mesías”. Jesús les ordenó terminantemente que no dijeran nada acerca de Él. Y comenzó a enseñarles que el Hijo del hombre debía sufrir mucho y ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas; que debía ser condenado a muerte y resucitar después de tres días; y les hablaba de esto con toda claridad. Pedro, llevándolo aparte, comenzó a reprenderlo. Pero Jesús, dándose vuelta y mirando a sus discípulos, lo reprendió, diciendo: “¡Retírate, ve detrás de mí, Satanás! Porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres”.

 

Meditación de Francisco Bravo Collado

 

“El que quiera venir conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga.”

 

Es como si Jesús me dijera: “Ustedes piensan como los hombres. Pero seguirme a Mí es duro. No basta con juntarse con un grupo de gente, con asistir a determinadas ceremonias, con recitar algunas frases o con adherir a algunas posturas. ¡Es seguirme a Mí! ¡Es tomar mi cruz y morir en ella! Los invito a aprender a llevar sus cruces, a aprender de la Cruz y crecer en ella. Hoy estamos imbuidos en una cultura que niega el dolor, como si rechazándolo fuera a desaparecer… no es que quiera que sean masoquistas, pero sí los invito a enfrentar la Cruz con madurez, a forjarse en ella, a aprender a darle sentido en el amor.”

 

¡Qué difícil el tema de la Cruz! Somos como Pedro: no solo evitamos la Cruz para nosotros mismos, sino que además ‘tentamos’ al mismo Jesús a buscar un camino más fácil, más cómodo, más razonable. En este texto, vemos cómo Jesús nos habla de cargar nuestra cruz. La cruz es parte de la redención, y debemos aprender a cargarla. Y aún más allá de eso, si queremos ser educadores a la manera de Dios, no solo debemos aprender a cargar nuestras propias cruces, sino que también –como Dios con su Hijo- debemos dejar que aquellas personas a quienes queremos, también puedan experimentar y vivir sus propias cruces. Nosotros, los padres y las madres, tenemos un tremendo desafío en este aspecto.

 

Jesús: enséñame a acompañarte en la Cruz. Enséñame también a no buscar excusas para hacer lo que tengo que hacer. Regálame un corazón sereno, que sepa aprender de las situaciones difíciles. Hazme capaz de educarme a mí mismo y a los que me has confiado para seguirte tanto en la Cruz como en la Resurrección. Enséñame a ser cercano y comprensivo pero, al mismo tiempo, a dejar que los míos carguen su propia Cruz, y que puedan crecer en esas situaciones. Dales tu fecundidad, para que tras la Cruz siempre haya resurrección. AMÉN