La Natividad de la Virgen María

Evangelio según san Marcos 7, 31-37

Vigesimotercer domingo del tiempo ordinario

 

Cuando Jesús volvía de la región de Tiro, pasó por Sidón y fue hacia el mar de Galilea, atravesando el territorio de la Decápolis. Entonces le presentaron a un sordomudo y le pidieron que le impusiera las manos. Jesús lo separó de la multitud y, llevándolo aparte, le puso los dedos en las orejas y con su saliva le tocó la lengua. Después, levantando los ojos al cielo, suspiró y le dijo: “Efatá”, que significa: “Ábrete”. Y enseguida se abrieron sus oídos, se le soltó la lengua y comenzó a hablar normalmente. Jesús les mandó insistentemente que no dijeran nada a nadie, pero cuanto más insistía, ellos más lo proclamaban y, en el colmo de la admiración, decían: “Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos”.

 

Meditación de Francisco Bravo Collado

 

“Ábrete”

 

Es como si Jesús me dijera: “Ábrete, hijo mío. Abandona tus costumbres y  mira más allá. Deja tu sordera y empieza a escuchar. Permite que los demás entren en ti, y deja que tu interior se pueda ver desde afuera. No hay nada que temer. Abrirse es dejar que el interior interactúe con el exterior, es la misión del amor orgánico, de unir lo natural con lo sobrenatural. Abrirse es lo que hizo mi madre: saber que una espada nos puede traspasar el alma, pero aun así, confiar en que Dios conduce y sana.”

 

Cuando veo este Evangelio, tan simple y profundo a la vez, me doy cuenta que siempre tendemos a cerrarnos. Y que para abrirnos, se nos hace necesario vencer nuestros temores… y nos guste o no, eso nos cuesta. El desafío de esta semana es abrirnos al mundo, a riesgo de quedar expuestos. Solo cuando estemos abiertos, podremos ser verdaderos testigos de la redención, y celebrar con los discípulos de Jesús: “Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos”.

 

Señor, todo lo has hecho bien. Haces oír a los sordos y hablar a los mudos. Haces que mi corazón salte de gozo cuando pienso en tu amor y tu generosidad. Ven, y abre mis oídos y mi boca, permite que deje mi sordera, mi eterna tendencia a no escucharte. Dame el valor para no seguir cerrado, apretando mis seguridades. Dame audacia para abrirme a mis hermanos y apostar por Ti. Regálame hermanos de corazón abierto, que no escondan los tesoros que Tú has puesto en sus corazones, sino que los compartan. AMÉN