Evangelio según san Juan 20, 19-23

Domingo de Pentecostés

 

A la tarde de aquel día primero de la semana, y estando, por miedo a los judíos, cerradas las puertas donde estaban los discípulos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: La paz sea con vosotros. Y dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron de ver al Señor. Díjoles de nuevo: La paz sea con vosotros: Como mi Padre me envió, así os envío Yo. Y, dicho esto, sopló sobre ellos, y les dijo: Recibid el Espíritu Santo, a quienes perdonareis los pecados, les quedan perdonados, y a quienes se los retuviereis, les serán retenidos.

 

Meditación de José Miguel Arévalo Araneda

 

“Recibid el Espíritu Santo, a quienes perdonareis los pecados, les quedan perdonados”

 

Siento que Jesús me dice: “Tu conciencia del bien y el mal te permite darte cuenta si tus pensamientos, actitudes y acciones han estado conforme al amor que Yo te he enseñado. Sé que muchas veces no guardas mis palabras y no las pones en práctica y que también otras personas te hacen ver tus faltas. Deja espacio para que la humildad surja en ti desde el reconocimiento de tu culpa y arrepentimiento por tus faltas de amor. El Espíritu Santo que el sacerdote transmite en el sacramento de la reconciliación, te manifiesta mi misericordia, te alivia de la culpa y te hace ser en tu interior nuevamente morada digna.

 

Hay una forma de vivir la vida tan autorreferenciada, prescindente de Dios y de los demás que existe un grado de conciencia bajísima de pecado, de las faltas de amor. A veces me siento en esa situación. El Señor me dice que el que lo ama guarda su palabra y la pone en práctica, esa sería la medida del amor hacia Él. También me invita a poner atención en quienes me ha puesto cerca y tienen necesidades: “tuve hambre y me distes de comer”. Más no debo desalentarme por saber que todo esto podría ser inalcanzable y por haber fallado tantas veces, sino confiar siempre en su misericordia y estar atento al Espíritu Santo y sus insinuaciones.

 

Señor, este tiempo de Pascua y jubilar en la esperanza, abre nuevas puertas a nuestras almas. ¡Gracias por todo esto! Vemos tantos signos a nuestro alrededor de comprensible desesperanza. La fe en lo que no vemos, que me habita, me impulsa a seguir esperando en mí y en otros. Te pido que yo también ponga mi esperanza no solo en mí sino también en otros, en que es posible cambiar, y esto no tanto por nuestros méritos y acciones sino por el Espíritu Santo que nos envías y la poderosa intercesión de nuestra Madre. Me comprometo a seguir más fielmente en este tiempo aquello que el Espíritu Santo me inspira a realizar. AMÉN