Evangelio según san Lucas 14, 25-33

Domingo de la semana XXIII del tiempo ordinario

 

Junto con Jesús iba un gran gentío, y él, dándose vuelta, les dijo: Cualquiera que venga a mí y no me ame más que a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y hermanas, y hasta a su propia vida, no puede ser mi discípulo. El que no carga con su cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo. ¿Quién de ustedes, si quiere edificar una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, para ver si tiene con qué terminarla? No sea que una vez puestos los cimientos, no pueda acabar y todos los que lo vean se rían de él, diciendo: “Este comenzó a edificar y no pudo terminar”. ¿Y qué rey, cuando sale en campaña contra otro, no se sienta antes a considerar si con diez mil hombres puede enfrentar al que viene contra él con veinte mil? Por el contrario, mientras el otro rey está todavía lejos, envía una embajada para negociar la paz. De la misma manera, cualquiera de ustedes que no renuncie a todo lo que posee no puede ser mi discípulo.

 

Meditación de José Miguel Arévalo Araneda

 

“El que no carga con su cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo.”

 

Siento que el Señor me dice: “Debes tener presente que mis palabras están en el contexto del amor, del amor de entrega total, y va dirigida a mis discípulos. Ser mi discípulo incluye tu disposición a asumir las cruces que el Padre te envía, a renunciar a ti mismo y a tus bienes, así como Yo lo hice, y poner toda tu confianza en su amor y en el mío. Es un camino al que te invito a seguir: ¿Vienes conmigo?

 

El Señor me habla de seguimiento: ser su discípulo. Lo hace de manera tajante: amarlo más que a mi familia, a mí mismo y a mis bienes, a tomar mi propia cruz y alcanzar una entrega total a Él. ¡Parece un Dios celoso y muy exigente! A riesgo de equivocarme, el seguimiento y entrega a que  invita: es el amarlo y asemejarme a Él en buscar y hacer la voluntad del Padre; aceptar las cruces que me tenga preparadas y las renuncias que Él espera de mí. Adicionalmente debo incluir un acto de fe y confianza en que no me pedirá algo que yo no sea capaz de entregar y, hará crecer la profundidad de mi amor hacia Él y a quienes me ha dado.

 

Querido Señor, me resulta un profundo misterio que este camino para seguirte tenga que incluir dolores y renuncias. Así el Padre Dios lo quiso para Ti en tu vida y Tú lo aceptaste. Tú también nos invitas a dar los mismos pasos, a nuestra propia medida, según lo disponga el Padre. En este camino te pido especialmente la compañía y protección de María, nuestra Madre, tu discípula, ella nos ayuda a levantarnos y es nuestro seguro de victoria final. AMÉN