Muchos analistas políticos debaten sobre la conveniencia de la visita del Papa a un lugar tan lleno de conflictos y de difícil solución. Unos reclaman que no pide perdón por el holocausto, otros, que apoya a los judíos o que apoya a los palestinos. Sin embargo, su viaje tuvo otros horizontes que no deben juzgarse según criterios políticos o económicos. Él es un peregrino que visita lugares santos donde, para los cristianos, se encarnó Dios en la persona de Jesucristo. En este viaje singular hay un gesto extraordinario por su profundidad y belleza: la oración del Papa junto al muro de los lamentos. Ojalá veamos a rabinos judíos y piadosos musulmanes rezando ante la Pietá de Miguel Ángel en la Basílica de San Pedro en Roma, así comprenderíamos mejor este signo maravilloso de Benedicto XVI. Pero aún más bella es la propia oración que rezó en este muro tan significativo: «Dios de todos los tiempos, en mi visita a Jerusalén, la «Cuidad de la Paz»,morada espiritual para judíos, cristianos y musulmanes,te presento las alegrías, las esperanzas y las aspiraciones,las angustias, los sufrimientos y las penas de tu pueblo esparcido por el mundo.Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob,escucha el grito de los afligidos, de los atemorizados y despojados;envía tu paz sobre esta Tierra Santa, sobre Oriente Medio,sobre toda la familia humana;despierta el corazón de todos los que invocan tu nombre,para caminar humildemente por la senda de la justicia y la compasión.»Finaliza la oración con una cita del Libro de las Lamentaciones:»Bueno es Yahvé para quien lo espera,para todo aquel que lo busca». (Lm 3,25) Tres temas fundamentales se entretejen en esta breve oración: la petición apasionada por la paz en el mundo, especialmente en estas tierras que él está visitando; la petición por todos los que sufren en el mundo y la petición por la fe de las tres religiones monoteístas poseedoras de una raíz común, por eso el recuerdo del Dios de Abraham, Isaac y Jacob. «Esta divina palabra – Dios – no la podemos olvidar, ni asegurar como propiedad, ni usar como moneda de cambio para los gastos diarios. Tampoco podemos callarla ni dejarla en vacío o arrojarla contra el prójimo… La intención es justamente la contraria: depositarla con devoción como una rosa sobre el altar…» (Olegario González de Cardedal). Así, lleno de respeto y amor, la depositó el Papa Benedicto en el muro de los lamentos. Nosotros también peregrinamos espiritualmente al muro de los lamentos y pedimos a Dios que sea bueno con el mundo y con todos aquellos que sinceramente lo buscan y lo aman.