07. Un hombre marcadamente apostólico

P. Rafael Fernández

Un hombre marcadamente apostólico

Schoenstatt es un Movimiento esencialmente apostólico: quiere formar apóstoles comprometidos, capaces de encender también en otros el mismo celo apostólico. Por eso el P. Kentenich reza en las oraciones del Hacia el Padre:

Danos, Padre, arder como un fuego vigoroso,

marchar con alegría hacia los pueblos

y, combatiendo como testigos de la Redención,

guiarlos jubilosamente a la Santísima Trinidad. (HP, 12)

Así el fundador de Schoenstatt hace suyo el anhelo de Cristo: “Yo he venido a traer fuego a la tierra y qué he de querer sino que arda. (Lc 12,49)

Desde mediados del siglo XX hasta nuestros días, se ha venido repitiendo en la Iglesia, cada vez con mayor insistencia, el llamado misionero, especialmente a los laicos. El Concilio Vaticano II (1962-65) marcó un hito en este sentido. Con mucha fuerza y claridad urge a los laicos a asumir su deber y su

derecho a evangelizar. Los sacramentos del bautismo y de la confirmación los facultan para ejercer un activo compromiso apostólico, participando así de la triple misión de Cristo: su misión pastoral, sacerdotal y profética.

Desde el Concilio somos testigo del despertar del laicado. Han surgido múltiples iniciativas apostólicas y movimientos eclesiales que atestiguan una auténtica irrupción del Espíritu Santo. Sin duda el sello apostólico y misionero será decisivo en la configuración de la Iglesia en el tercer milenio.

La Iglesia tiene que dar hoy un paso adelante en su evangelización; debe entrar en una nueva etapa de de dinamismo misionero, afirma el papa Francisco (iglesia “en salida”).

En esta nueva etapa histórica, los cristianos no sólo deben asumir el papel apostólico y misionero que les corresponde, sino también están llamados a responder al extraordinario desafío evangelizador que entraña un mundo secularizado y envuelto en una espiral de desarrollo y cambios como nunca antes se había experimentado.

La carencia de un serio compromiso apostólico en el pasado, tuvo como consecuencia que importantes áreas del desarrollo científico, técnico, social, económico y cultural quedasen marginadas de la influencia clarificadora y orientadora de la Buena Nueva de Jesucristo. Así nos encontramos hoy ante un mundo cada vez más materialista e indiferente frente a Dios. La brecha que separa fe y cultura se ha hecho tremendamente profunda y difícil de superar.

Juan Pablo II ha reafirmado este imperativo señalando un ferviente llamado a una nueva evangelización. Con energía muestra su novedad: es «nueva en su ardor, en sus métodos, en su expresión» (Alocución del 9.03.1983 en Haití).

Schoenstatt, adelantándose a lo que la Iglesia viviría a partir de la segunda mitad del siglo XX, desde sus comienzos se sintió llamado a tomar la bandera del apostolado. Como movimiento apostólico quiso comprometerse a luchar por «la renovación religioso-moral del mundo en Cristo», haciendo suyas las banderas que, decenios más tarde, enarbolaría la Iglesia post conciliar.

Ya en los primeros tiempos, el P. Kentenich previno del peligro que se considerase a Schoenstatt como un club de autosantificación. Schoenstatt es un movimiento, no una organización estática; es un organismo eminentemente dinámico. Es un movimiento apostólico, impulsado por una fuerte conciencia de misión y orientado al compromiso evangelizador. Más aún, es un movimiento apostólico de renovación, que quiere animar eficazmente la vida de la Iglesia, para que ésta sea alma del mundo y plasme una nueva cultura. Nada más ajeno a la naturaleza de Schoenstatt que encerrarse en sí mismo, desentendiéndose de los desafíos que plantea el tiempo actual al cristianismo.

Cuando la Virgen María regala en sus santuarios las gracias del cobijamiento espiritual y de la transformación interior, es para hacer de nosotros verdaderos apóstoles, instrumentos aptos en sus manos y enviarnos a trabajar en la viña del Señor. Nuestra Madre y Reina, la Compañera y Colaboradora de Cristo en toda su obra redentora, anhela que cooperemos con ella y como ella en la obra redentora de Cristo.

Durante la primera guerra mundial, cuando recién estaba naciendo Schoenstatt, entre los primeros congregantes circulaban las «Oraciones Apostólicas», compuestas por el P. Kentenich. En su sencillez, reflejan el espíritu que anima al Movimiento también hoy:

Madre Tres Veces Admirable,

enséñanos a combatir como luchadores tuyos,

y que, a pesar de la multitud

de poderosos enemigos,

en nuevos confines

los pueblos se pongan a tu servicio

para que el mundo por ti renovado

glorifique a tu Hijo Jesús. Amén. (HP, 607)

La vocación apostólica y misionera de Schoenstatt se afianza más y más a medida que éste va tomando forma a la sombra del santuario. Durante el tiempo de Dachau el carácter apostólico del Movimiento de Schoenstatt es ya una realidad hecha vida. Por eso, en el campo de concentración, el fundador puede rezar esta oración:

Schoenstatt porte valerosamente

hasta muy lejos tu bandera

y someta victorioso a todos los enemigos;

continúe siendo tu lugar predilecto,

baluarte del espíritu apostólico,

jefe que conduce a la lucha santa,

manantial de santidad en la vida diaria;

fuego del fuego de Cristo,

que llameante esparce centellas luminosas,

hasta que el mundo, como un mar de llamas,

se encienda para gloria de la Santísima Trinidad. Amén. (HP, 498-500)

En sus viajes internacionales, después de la segunda guerra mundial, el P. Kentenich, con gran intuición sobrenatural, descubre el potencial apostólico que existe en América Latina. Pudo seguir de cerca el deterioro moral y religioso de Europa, y estaba convencido de que los pueblos latinos, que durante siglos permanecieron más bien pasivos y receptivos, debían ahora asumir una decisiva responsabilidad histórica. Por eso llamó al Schoenstatt latinoamericano a enfrentar un extraordinario desafío misionero. Con ello se adelantó a lo que, más tarde, los Papas proclamarían al referirse a América Latina, como «el continente de la esperanza» para la Iglesia universal.