05. El hombre nuevo, un hombre comunitario

P. Rafael Fernández

El hombre nuevo, un hombre comunitario

El hombre nuevo en la nueva comunidad es el ideal que Schoenstatt persigue. Este hombre nuevo, por definición, es un hombre libre, arraigado en una comunidad. Tanto desde el punto de vista natural como sobrenatural somos esencialmente un ser social. Desde nuestra concepción, estamos atados y enraizados en la comunidad. Literalmente lo estamos en el seno de quien nos concibió. Al nacer, somos enteramente dependientes de la familia y comunidad que nos acoge. Nos desarrollamos y alcanzamos nuestra realización personal en la medida que entramos en comunión con otras personas capaces de amar y necesitadas de amor como nosotros mismos lo somos.

Como criaturas, hechas a semejanza del Dios Uno y Trino, Comunidad de Amor infinita, nunca seremos nosotros mismos sino en comunidad. Esta realidad se hace aún más profunda y radical desde el momento en que por el bautismo fuimos injertados en Cristo Jesús, y por él pasamos ser “familiares de Dios”, miembros de la Iglesia, que es su Cuerpo.

Esta vocación “relacional” o comunitaria del hombre sufre en nuestro tiempo un duro trance. Cada día se muestra con mayor intensidad una crisis cultural donde el individuo se ha convertido a menudo en tornillo de una máquina, en un número anónimo dentro de la masa, en un factor de producción, un consumidor, que es utilizado, manipulado, y muchas veces ultrajado en su dignidad. Por otra parte, nunca la humanidad había contado con medios de comunicación tan potentes, variados y sofisticados como hoy contamos. Nunca hemos estado más cerca unos de otros, pero, al mismo tiempo, nunca hemos estado interiormente tan distantes unos de otros. El individualismo y la masificación son sellos característicos de nuestra época. Estamos inmersos en una sociedad poseída por el ansia de tener y dominada por un espíritu de competencia extraordinariamente poderoso; una sociedad “hecha pedazos”, como la califica el Papa Juan Pablo II. (fuente).

El P. Kentenich afirma que en nuestro tiempo estamos sufriendo los estragos de una bomba atómica más dañina aún que la que destruyó Hiroshima y Nagasaki. Se refería a lo que él denomina “la desintegración del organismo de vinculaciones” o de relaciones interpersonales, tanto en el orden natural como sobrenatural. Desintegración que hoy carcome nuestra convivencia como una plaga. La red de vínculos de amor filial, fraternal, esponsal, familiar, comunitaria y social, red que permite que la persona se desarrolle, viva y trabaje sanamente, es decir, en forma humana y fecunda, se ha destrozado de modo nunca antes visto.

De allí la tremenda soledad y vacío interior del hombre contemporáneo. Es un ser desarraigado y vagabundo, perdido en el anonimato; psíquicamente desguarecido. Muchas veces, rodeado de todo tipo de comodidades, en construcciones confortables y dotado de todo tipo de medios económicos y técnicos, y, sin embargo, incapaz de contacto personal, y debido a esa misma incapacidad, ávido de compensaciones, de tener y de gozar; buscando saciar, por todos los medios, su sed de amor, lo más esencial que apetece el ser humano.

A este tipo de hombre quiere dar respuesta Schoenstatt con una búsqueda decidida de comunión y de solidaridad, tanto en el plano natural como sobrenatural. Schoenstatt tiene como programa cultivar por todos los medios el organismo de vínculos personales queridos por Dios. Quiere llevar a vivir en plenitud el llamado a ser uno en Cristo Jesús, a sabernos y sentirnos miembros los unos de los otros, conformando una comunidad donde se supere el vivir el uno contra el otro o yuxtapuesto al otro. O, lo que es peor, el uno indiferente frente al otro.

La nueva comunidad conoce y cultiva la comunidad de corazones, en la familia natural y en el mundo del trabajo, donde, más allá de las relaciones funcionales de producción, existe el aprecio y la responsabilidad personal por el otro. Su ideal es formar un nuevo tipo de comunidad donde el uno viva en, para y con el otro.

El P. Kentenich, estando prisionero en el campo de concentración de Dachau, compuso una oración en la que expresa el ideal de la nueva comunidad a la que aspiramos. Dice:

«¿Conoces aquella tierra cálida y familiar,

que el Amor eterno se ha preparado;

donde corazones nobles laten en la intimidad

y con alegres sacrificios se sobrellevan;

donde, cobijándose unos a otros,

arden y fluyen

hacia el corazón de Dios;

donde con ímpetu brotan fuentes de amor

para saciar la sed de amor que padece el mundo?» (Hacia el Padre, Nº 600)

Gestar esta verdadera «colonia del cielo» aquí en la tierra es lo que Schoenstatt pretende.