04. Un hombre libre

P. Rafael Fernández

Un hombre libre

Qué significa ser libre

El hombre nuevo schoenstattiano, es un hombre libre: ama la libertad y busca vivirla plenamente en Cristo Jesús. Cristo infundió en nosotros el espíritu de libertad y no el de esclavitud. Pues, «para ser libres nos libertó Cristo» (Gal 5,1; cf Lc 4, 18-19, Rom 8,14).

El tipo de hombre schoenstattiano es el hombre radicalmente opuesto al hombre-masa, que a pesar de sus proclamas libertarias, ha prostituido la verdadera libertad.

«La libertad es una palabra que aparece en todos los diccionarios; es un canto de todos los diarios y cancioneros; un párrafo de todos los libros de derecho; una cinta de todas las banderas; un sueño de todos los pueblos; un registro de todos los órganos. Libertad es la palabra más paciente y con más diferentes sentidos del lenguaje humano. La libertad es una mera apariencia, un sonido vacío y sin contenido, mientras no se precisa de qué cosa se es libre: ser libre de mentira o libre de verdad; libre de irresponsabilidad o de responsabilidad; libre de odio a la religión o libre de la religión; libre de cadenas o libre… de libertad» (Cardenal Faulhaber,? Cita).

A cada momento escuchamos hoy la palabra «libertad», pero cada uno vende su propia mercancía de liberación. En verdad, pocas palabras son tan usadas hoy como las palabras «libertad» y «liberación». Han caído las cadenas de los esclavos de galera, pero han aparecido esclavitudes aún más denigrantes y destructoras del hombre y de la sociedad.

El hombre masificado asume sin dificultad lo que dicta la moda; lo que “piensa la gente”; lo que hace o cree la mayoría; lo que dictamina la propaganda, el grupo social o político al cual se pertenece; lo que se anuncia en los medios de comunicación… Como un camaleón cambia según el ambiente y las conveniencias, no está “atado” a nada.

Al hombre masa lo describía el P. Kentenich (Citar) como aquel tipo de persona que piensa lo que piensa, porque los demás lo piensan (sus opiniones son lo que trae la prensa o la TV, sin que se haya formado verdaderamente un juicio personal); que dice lo que dice porque los demás lo dicen (simplemente sigue la corriente); que hace lo que hace, porque los demás lo hacen (imita y se mimetiza con el ambiente). Este tipo de hombre no es libre, no se posee a sí mismo, no posee convicciones, rehuye asumir compromisos. Está lejos de la consigna que proclama Jesús: “Vuestro lenguaje sea ´sí´, ´sí´, ´no´, ´no´ ”. (Mt 5, 37)

Como respuesta al tiempo, Schoenstatt se siente llamado a luchar por una auténtica libertad; por esa libertad que nos define como persona humana e hijos de Dios. Por la libertad que encarnó María, la Inmaculada. Esa fue la meta que Schoenstatt persiguió desde el inicio, formulada ya en el “Programa” del Acta de Prefundación (1912): «Bajo la protección de María, queremos autoformarnos como personalidades libres, sólidas y sacerdotales». El esfuerzo pedagógico del P. Kentenich se concentró en educar hombres libres, libres de esclavitudes y libres para amar. Todo el desarrollo y la historia de Schoenstatt se pueden considerar como una continua lucha por la perfecta libertad.

Ser libre “de”

La libertad que caracteriza al hombre nuevo abarca dos dimensiones: ser libre “de” y ser libre “para”.

La libertad que Cristo nos trajo es la liberación de toda esclavitud: del pecado, del ansia de poder y de tener, de la angustia y del temor, del egoísmo y de la masificación, de instintos desordenados, de aquellas ataduras que nos aprisionan interiormente y nos arrastran a una existencia indigna; libres, sobre todo, del pecado, para poder optar por aquello que constituye nuestro verdadero bien y felicidad.

Este proceso de liberación no se da sin renuncia y sacrificio. Por eso una espiritualidad y una ascética de la libertad, siempre debe incluir en su programa la educación a la renuncia: el sarmiento debe ser podado para que dé más fruto (cf Jn 15, 2).

Ser libre “para”

La segunda dimensión de la libertad es la libertad “para”. Ser libres no significa ser un volantín suelto, al cual el viento lleva de un lado a otro. La libertad no es ausencia de compromiso; es, más bien, capacidad y voluntad de compromiso.

El hombre nuevo es un hombre que ha aprendido a decidir, a tomar posiciones, a optar. Esto implica un proceso interior: debe aprender a discernir, a dar el paso de decidir u optar (si se trata de decidir entre dos o más opciones) y luego, a realizar lo decidido. Esta realización es el complemento natural de la decisión: el hombre libre quiere realizar por sí mismo, quiere ser gestor y no simplemente un tornillo de una máquina que ordena. Quiere “vivir” y no ser simplemente “vivido”.

La capacidad de decidir es la esencia misma de la libertad. Es lo que llamamos libertad interior, la cual se perfecciona en la libertad “exterior” o de realización.

La libertad de realización o exterior se nos puede quitar u obstaculizar por medio de la violencia o por otros medios. Lo que sí nunca se nos puede quitar es nuestra libertad interior. Ese es el sentido del martirio de cristianos que prefirieron morir antes de cambiar su opción por Cristo, de doblegar sus convicciones o claudicar de sus principios.

Schoenstatt persigue esta meta: encarnar un hombre nuevo o una personalidad “que tenga alma” o “interioridad”, y que, a partir de esa interioridad (o libertad interior) sea capaz de autodecidir y que, por ello, sea responsable de sus decisiones y de sus actos.

Libertad y formas

El P. Kentenich propone dos formulaciones que expresan el sentido de la libertad del hombre nuevo. Afirma:

«El hombre nuevo es la personalidad autónoma, de una gran interioridad, animada por una voluntad y disposición a decidir por sí misma; es el hombre responsable ante su propia conciencia e interiormente libre, que se aleja tanto de una rígida esclavitud a las formas como de una arbitrariedad que no conoce las normas” (fuente).

Explica así que el hombre nuevo schoenstattiano no se encierra y anquilosa en formas que le han sido impuestas desde fuera (por el ambiente, por tradición, por la moda, por el qué dirán, por presiones políticas o económicas, etc.) o formas que no cuentan con un respaldo vital, haciendo de ellas costumbres o ritos sin alma. Sin embargo, también sabe que ciertas normas y formas son necesarias para sí mismo y para la convivencia social. Éstas, y también las formas que recibimos por tradición pero que asumimos por el sentido profundo que encierran, las asume y cultiva ejerciendo en ello su libertad.

En otra definición el P. Kentenich afirma que «el hombre nuevo es el hombre comunitario y sobrenatural, que asume, a partir de su propia interioridad y en forma radical, todas las vinculaciones queridas por Dios» fuente).

Como se dijo, el ser libres “de” está orientado –y esto es lo esencial- a ser libres “para”. El sentido de la libertad es la autodecisión por el propio bien y felicidad. Nos decidimos por algo que estimamos bueno para nosotros. Ahora bien, nuestro mayor anhelo –como seres hechos a imagen y semejanza de Dios- es amar y ser amados; el sentido básico de nuestra libertad es amar, la donación de nuestro yo a un tú para entrar en comunión con él. Somos personas destinadas a entrar en comunidad. En otras palabras: el ideal del hombre nuevo schoenstattiano es ser “libres para amar”.