Estamos en Galicia, tierra de origen celta y de los agudos sonidos de este instrumento. Fue una grata sorpresa: en medio de un trecho rodeado de árboles centenarios, con grandes helechos y sobre un sendero de piedras, empezamos a escuchar el instrumento…

 

“A ustedes los llamo amigos” (Jn 15, 15)

Camino a Santiago de Compostela II

Esta nueva etapa será acompañada no sólo por los demás peregrinos con los cuales vamos compartiendo el camino, sino por los amigos, ya que en Sarria me reuní con un matrimonio amigo chileno, entusiasmado por la posibilidad de recorrer juntos el Camino a Santiago.

Su presencia me ayudó a valorar aún más nuestra amistad y el regalo que significa compartir personalmente el camino, no sólo literalmente, sino el camino de la vida.

A partir de este momento compartiríamos las ganas, las oraciones, el esfuerzo, las risas, los dolores, el champú, las pomadas desinflamatorias, el albergue y la mesa. En el camino, desde la originalidad y realidad de cada uno, se va forjando un espíritu fraterno, donde todos somos necesarios y aportamos para que sea posible llegar a la meta.

 

El camino de Sarria a Puerto Marín era muy verde y sinuoso, entre campos, hórreos y pequeños villorrios. Al tener ya unos días de camino yo tendía naturalmente a avanzar más rápido (mis compañeros de senderismo conocen esta posibilidad, ya que al estar acostumbrado a caminar solo, me cuesta seguir el ritmo común). Con mis amigos peregrinos llegamos a un acuerdo tácito y explícito: partíamos y recorríamos juntos un trecho, después con comprensión me dejaban seguir al ritmo de mis pasos, más adelante nos volvíamos a reunir para la pausa más larga de descanso, comer algo de fruta o tomar un café,  luego seguíamos otro trecho juntos, yo me iba adelantando de nuevo y los esperaba en el destino de ese día con datos de albergue y una sonrisa.

Creo que esta dinámica fue buena, porque aunque compartimos una vocación común de consagración para siempre y la amistad, ellos como matrimonio necesitan su espacio para que el camino les hable como esposos y yo el mío, para que me hable a mí como sacerdote.

Ese primer día, junto con descubrir nuestra dinámica como peregrinos y los dolores nuevos (eso es muy propio del camino: siempre aparece un dolor distinto, y en músculos desconocidos hasta ese momento), el gran regalo fue un gaitero.

Estamos en Galicia, tierra de origen celta y de los agudos sonidos de este instrumento. Fue una grata sorpresa: en medio de un trecho rodeado de árboles centenarios, con grandes helechos y sobre un sendero de piedras, empezamos a escuchar el instrumento…

Y allí estaba Daniel con su traje y su amada gaita deleitándonos con sus notas. Fue un concierto para nosotros tres, teniendo el paisaje como escenario y como condición el gozo de escuchar y sentir. En palabras de Dani: “al sonido de la gaita, se despiertan los recuerdos”. Y así fue. Ese día también recordamos agradecidamente por todo y por todos, y por nuestra amistad madurada a lo largo de tantos años.

Al terminar el día, el signo del reencuentro fue el brindis con sangría y el clásico menú para peregrinos, muy bueno y sabroso, con entrada, fondo, postre, agua y pan.

Esta será nuestra dinámica durante estos días: de Porto Marín a Palas do Rei, de Palas do Rei a Arzúa, que tuvo dos momentos célebres: el famoso pulpo gallego en Mélide, sugerido en todos los sitios de la web y  el boca a boca de los peregrinos. Sencillamente sublime: blando, sabroso y abundante.

Fue la antesala de una parte muy dura del trayecto, que la aplicación no temía en denominar “rompepiernas”. Lo que sin ser literal, bien expresa el esfuerzo de subidas y bajadas interminables, hasta optar por terminar antes la jornada en un albergue junto a un río, para reposar las piernas y refrescar los ánimos.

El siguiente objetivo: Pedrouzo. El trayecto (casi descrito como un paseo), fue muy agradable, con la alegría de un albergue muy bonito, bullicioso y con la sorpresa de una familia con cinco hijos pequeños, peregrinando con coche y todo. Sólo las maletas las enviaban en un servicio de despacho hacia el trayecto siguiente, una tentación a la que pudimos resistir cargando nuestras mochilas hasta el final.

En ese sentido, el camino ha evolucionado en servicios y posibilidades, desde los albergues hasta servicios alternativos que recordaban los safaris ingleses: a algunos grupos de peregrinos  les esperaban en las pausas con jugos naturales, vino, algo para picar, quitasoles o paraguas. Debemos reconocer que el último día, a pocos kilómetros de Santiago no nos resistimos a la tentación de uno de estos opíparos tentempié y, una vez idos los comensales, sin vergüenza alguna solicitamos los restos (higos, queso, humus sobre tostadas y empanada gallega) y nos sentimos parte de esta especie peculiar de peregrinos.

La eucaristía la compartimos con las diferentes comunidades de las parroquias del camino y fue especialmente bonita en Pedrouzo. Era el día de San Antonio: la iglesia llena, una acogida y homilía muy buenas del párroco, con procesión incluida, cantos, bendición especial y pan de regalo.

 

El último día de camino se recorre con emoción, ansiedad y alegría, pero también con esfuerzo, uno quisiera correr pero no podemos.

Las flechas amarillas se agradecen como si fueran proyectiles dirigidos al blanco perfecto y nosotros con ellas; las vieras labradas en la piedra como patenas llenas de ofrecimientos o manos abiertas al encuentro; el bastón es exigido al máximo o cargado sencillamente sobre los hombros; la credencial sudorosa sólo quiere recibir el último sello por bienvenida y la catedral, que contemplamos desde el Monte del Gozo, aparece como un espejismo que al acercarnos se pierde entre las callejuelas, los edificios y las antenas.

Hay que reconocer (confirmado por un residente de la ciudad), que la llegada antes del casco antiguo (maravillosamente conservado y pleno de vida), no está hecha para el peregrino que llega entre exultante y exhausto: recorrido angosto, pocos árboles, ningún bebedero, mucho cemento, pasos entre el tráfico y poca señalización. Al parecer hay un plan urbanístico que busca mejorarlo, porque la ciudad no creció al servicio del camino o en torno a él, como sí ocurrió en la parte antigua y en todo el trayecto hasta Santiago. Tirón de orejas y desafío a la vez para los urbanistas.

Llegar a la Catedral con sus plazas laterales, la belleza de la piedra de suelo a cielo, esculpida en portales, atrios, escaleras, dinteles, remates, balaustres, balcones y campanarios… emociona.

La plaza del Obradoiro a los pies de la catedral es bellísima, aunque lamentablemente no pudimos ingresar desde la entrada principal, porque está en proceso de restauración. Lo que se echa en falta, ya que no es posible contemplar el maravilloso “Pórtico de la Gloria”, obra del maestro Mateo y cumbre del románico tardío, en la cual se van dejando las figuras, planos y rostros hieráticos y estáticos, dando paso a figuras en movimiento, expresivas y coloridas. Es una obra mayor y maestra que está en un urgente proceso de restauración por el acelerado proceso de degradación, como consecuencia de la humedad, la falta de protección y el paso del tiempo.

Por lo mismo no pudimos realizar uno de  los ritos del peregrino: apoyar la cabeza sobre la escultura que, en un pilar, representa al Maestro Mateo.

El otro rito es dirigirse al altar mayor, visitar y rezar ante la tumba del santo, coronada por la estrella que simboliza esta tierra de misión al final del mundo y la interpelación a ir más allá de las estrellas en el camino de regreso. Luego hay que subir por una estrecha escalera hasta el busto de Santiago, abrazándolo desde sus espaldas, en un gesto humilde de reconocimiento de su dignidad y de ser recibido por aquel que nos motivó a ponernos en camino.

Todo emociona. La catedral y el conjunto de la ciudad vieja es de gran belleza, hay mucha vida entre las calles, muchísimos peregrinos van y vienen, nos sorprende más de un  gaitero, la artesanía del lugar y la enjundiosa comida gallega.

Esperamos hasta la tarde para ir en busca de “La Compostelana”, entregada en la Oficina del Peregrino y firmada por el Cabildo.

La misa en la catedral nos regaló el privilegio del botafumeiro, que en contadas ocasiones se eleva por los aires (requiere la pericia de, al menos, seis hombres, los “tiraboleiros”), ya no para aliviar la pesadez del ambiente por la presencia de los cientos peregrinos, sino como expresión pintoresca y original de la oración. Impresiona el recorrido pendular que realiza por los aires del crucero de la catedral, acompañado de las notas del órgano que llena todos los espacios del templo.

Finalmente a recuperar fuerzas en la famosa Casa Manolo, con abundantes platos a precios de peregrino, aunque esta vez hubo que esperar bastante tiempo por la cantidad de comensales que había.

 

El último día en Santiago, después de despedirme de mis amigos, visité la Iglesia de San Francisco, quien peregrinó también a Santiago. Allí estaba la siguiente oración que les transcribo y que bien refleja el sentido del camino. Parece un eco del himno a la caridad de San Pablo, que podríamos resumir sencillamente diciendo: si no he crecido en el amor, no me ha servido de nada…

 

ORACIÓN DEL PEREGRINO  A SU LLEGADA A SANTIAGO.

Aunque hubiera recorrido todos los caminos,

Cruzado montañas y valles desde Oriente hasta Occidente,

si no he descubierto la libertad de ser yo mismo

no he llegado a ningún sitio.

Aunque hubiera compartido todos mis bienes

con gentes de otra lengua y cultura,

hecho amistad con peregrinos de mil senderos

o compartido albergue con santos y príncipes,

si no soy capaz de perdonar mañana a mi vecino,

no he llegado a ningún sitio.

Aunque hubiera cargado mi mochila de principio a fin

y esperado por cada peregrino necesitado de ánimo,

o cedido mi cama a quien llegó después,

y regalado mi botellín de agua a cambio de nada,

si de regreso a mi casa y mi trabajo

no soy capaz de crear fraternidad

 y poner alegría , paz y unidad,

no he llegado a ningún sitio.

Aunque hubiera tenido comida y agua cada día,

y disfrutado de techo y ducha todas las noches,

o hubiera sido bien atendido de mis heridas

si no he descubierto en todo ello el amor de Dios,

no he llegado a ningún sitio.

Aunque hubiera visto todos los monumentos

y contemplando las mejores puestas de sol;

Aunque hubiera aprendido un saludo en cada idioma,

 o probado el agua limpia de todas las fuentes,

 si no he descubierto quién es el autor de tanta belleza gratuita y tanta paz

no he llegado a ningún sitio.

Si a partir de hoy no sigo caminando en tus caminos

 buscando y viviendo según lo aprendido;

Si a partir de hoy no veo en cada persona , amigo y enemigo ,

un compañero de camino;

Si a partir de hoy no reconozco a Dios ,

el Dios de Jesús de Nazaret, como el único Dios de mi vida

no he llegado a ningún sitio

El camino ha llegado a su fin y al mirar hacia atrás se confirma su sentido: seguir las huellas de los millones que nos han precedido con la certeza del anhelo y el desafío de encontrarnos con Jesús en el camino, quien al llegar ya no nos llamará peregrinos, sino amigos.