La felicidad como anhelo, necesidad y desafío de todo ser humano, buscada y entendida de muchas formas diferentes. Aparece como un don anhelado, pero de difícil realización y, en algunos casos y concepciones, como inalcanzable. Incluso en clave cristiana no siempre hemos sabido orientar este anhelo y darle sentido permanente.

 

«Señor, dame de beber»
(Jn 4, 15)

En esta crónica quisiera unir dos experiencias diferentes en su contenido y forma, pero semejantes en sus objetivos, además las dos fueron en dos fines de semana consecutivos, una en la Sierra de Madrid y otra en la ciudad de Ávila.

Se trata de experiencias, las dos en la forma de un taller, vivenciales en su contenido, aunque una más concreta en su aplicación.

En Ávila

Un taller en la Universidad de la Mística (Cites, Centro Internacional Teresiano) en Ávila, un espacio de formación e irradiación apostólica de la tradición carmelitana, dirigida por los padres carmelitas, quienes han desarrollado y actualizado en sus más diversas posibilidades el espíritu carmelitano, cuyas raíces están en Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz, pero que en cada época se han ido actualizando y profundizando con nuevos caminos, como el de Santa Teresita de Liseaux, Santa Isabel de la Trinidad o Santa Edith Stein.

Las dependencias son estupendas y junto con ofrecer cursos y talleres presenciales y online, también tienen residencia para los que cursan el magister en mística, que dura dos semestres. Durante mi estadía, terminaba de impartirse el magister a un grupo totalmente internacional, con hermanos y hermanas provenientes de Asia, Europa, América y África, entre los cuales había dos compatriotas chilenos: una religiosa y un sacerdote.  Entre los laicos que lo cursaban, compartí en la mesa con   una psicóloga colombiana y un profesor de filosofía argentino.  Todos estabanculminando el magister con la elaboración de sus tesinas.

Resulta interesante que el lema que acompaña el objetivo de esta universidad sea “descubre tu belleza interior”. Todo apunta justamente a poner de relieve, a revalorizar, a profundizar desde distintos ángulos (desde el coaching hasta los ejercicios concretos) la interioridad, como el centro de la experiencia cristiana,  desde la cual se articula nuestra cosmovisión y también nuestra irradiación y compromiso apostólicos.

El taller en el que participé, dentro de las múltiples posibilidades que ofrecen, era un taller de fin de semana bajo el título “Estrategias espirituales para una vida en plenitud: tú puedes ser feliz”.

La felicidad como anhelo, necesidad y desafío de todo ser humano, buscada y entendida de muchas formas diferentes. Aparece como un don anhelado, pero de difícil realización y, en algunos casos y concepciones, como inalcanzable. Incluso en clave cristiana no siempre hemos sabido orientar este anhelo y darle sentido permanente. El taller justamente versó en descubrir el sentido cristiano de la felicidad, el sentido del dolor y el sufrimiento que la ponen en pregunta, la cosmovisión que permite que sea un don alcanzable en lo concreto de la vida, con ejemplos y caminos sugeridos por la tradición mística carmelitana.

Fue un curso muy valioso y actual ante el espejismo de felicidad que hemos construido como sociedad del consumo y de la satisfacción inmediata y sensorial de apetitos y necesidades; y como respuesta a una equívoca interpretación de la felicidad y de la plenitud cristianas, vistas como premio, postergadas al final de los tiempos y arrancadas de una teología del mérito más que de la gratuidad del amor de Dios. Nos entregó una mirada renovadora del don filial y pascual, partiendo de la concepción del hombre como imagen y semejanza de Dios, como hijo e hija de Dios, confrontándola  con aquello que nos impide ser felices, tanto externa como internamente.

Lo complementaría con la necesidad de valorar los presupuestos naturales y humanos que permiten mediar nuestra vivencia de felicidad, ya que no se trata sólo de una renovada concepción de sí mismo y de Dios como consecuencia de una gracia o proceso reflexivo, sino también de afirmar que muchas veces la dificultad radica en la ausencia o debilidad de nuestras experiencias naturales, lo que hace necesario dar importancia a las vivencias positivas y la purificación de las negativas.

La gracia siempre nos puede sorprender y regalar una sanación que nos permita ser felices aún en las dificultades, pero ¿qué hubiera sido de la Gran Teresa sin su previa experiencia familiar o su amistad  con San Juan de la Cruz, o de éste último sin la consonancia de espíritus con Teresa, o de Teresita de Liseaux sin la experiencia paterna y fraterna en el seno de su familia o de EdihStein sin la valoración que de su trabajo y persona hizo el profesor Husserl o la atmósfera que vivió en el Carmelo, antes de ser arrestada y ejecutada?

Creo que lo fundamental de esta experiencia y de todo lo que se ofrece en este espacio privilegiado (el sólo hecho de estar a los pies de Ávila y sus murallas, a pasos del Monasterio de la Encarnación, testigos de la mística carmelitana de Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz), es la centralidad de la interioridad y de una concepción del hombre y sus vínculos fundamentales que se articula desde esa interioridad. Ese mundo tan nuevo y tan viejo, tan descuidado y desconocido, que nuestro fundador llamaba “el microcosmos”, el mundo interior, desde el cual se articulan e irradian las grandezas del ser humano, así como las miserias más profundas. Ese mundo desconocido y siempre actual, que necesita ser despertado, conocido, animado, formado, sanado, integrado, purificado, complementado, redimido y valorizado.

Hoy cuando somos tan vividos desde fuera, cuando una infinidad de estímulos, información, exigencias, imágenes y alternativas nos condicionan, nos dispersan, nos intensifican, nos agotan, nos desorientan, nos alteran, nos confunden y desaniman, es tiempo de volver a centrarnos, de redescubrir el valor de nuestra interioridad, de aprender a vivir desde un núcleo interior. De no renunciar a esos dones tan grandes que se llaman libertad y gratuidad, libertad para ser y decidir, gratuidad para dar y amar, y que se desarrollan cuando tenemos un mínimo conocimiento y posesión de nosotros mismos.

 

En la Sierra de Madrid

La otra experiencia más concreta en su aplicación, ya que fue un taller con ejercicios y métodos para ayudar  a esa centralidad, la hice en la Sierra de Madrid participando de un taller de iniciación de “los Amigos del Desierto”:

una agrupación de laicos fundada por el sacerdote español Pablo d`Ors y que se define a sí misma como “una red de meditadores”, que ha desarrollado un método de meditación de profunda raíz cristiana,enraizada en los Padres y Madres del desierto de los primeros siglos de la tradición monástica, que toma los elementos mistagógicos/pedagógicos de la iniciación cristiana, que tiene como imagen el ícono de la Trinidad de Rublev, como patrono a Charles de Foucauld , como intérpretes al trapense Thomas Merton y al jesuita Franz Jalicsy que  desarrolla un estilo de vida que se plasma en medio del mundo, teniendo como horizonte el monacato secular.

Surge como respuesta a la reflexión y experiencia compartida por el P. Pablo en su libro “Biografía del silencio”, expresión de su búsqueda de equilibrio a través del ejercicio meditativo, no como fuga mundi, sino para situarse en el mundo desde sí mismo. Se trata de un método, de un estilo de vida, de una forma de entendernos y entender el mundo desde un centro interior.

El taller supuso aprender ejercicios de relajación, desde los movimientos hasta el ritmo; técnicas de meditación, desde la respiración hasta la captación sensorial de sí mismos. Ejercicios y técnicas que buscan esa conexión con nuestro mundo interior  y, en la medida que sean un hábito, van transformando la propia vida y, como consecuencia, nuestra forma de relacionarnos con nuestra historia y con nuestro entorno.

Durante el fin de semana se realizan muchísimas “sentadas”, es decir, momentos de meditación donde el silencio, la respiración y la conexión interior son fundamentales.

El grupo que participamos era bien plural, en edades y experiencias religiosas, inquietudes y motivaciones. Sin embargo, el silencio exterior no costó nada alcanzarlo como expresión de una sed que no la sacia el ruido externo y, como anhelo y necesidad, de escuchar más que hablar. Costaba no tanto la concentración, como la postura, ya que aparecían dolores y molestias hasta ese momento desconocidas.

Esta red tiene como horizonte de fondo:  “aspirar a poner un grano de arena, de manera humilde, pero decidida, en la reconciliación del ser humano consigo mismo, con el misterio de Dios y con los demás, colaborando de este modo a la creación de un mundo de paz”.

La respuesta ha sido tan fecunda, que ha dado lugar a una  red de meditadores que se extiende muy rápidamente por España, como expresión de la necesidad de un estilo de vida diferente, de un centrar la vida a través de la búsqueda del silencio, de la relajación y percepción de sí mismos, del anclaje interior y la oración meditativa.

Es un camino que en una iglesia tan tradicionalista como la española no siempre se entiende bien. Es interesante, pero nos asusta o inseguriza lo que es nuevo, pero que paradojalmente es tradición pura del cristianismo. Nos preocupa y ponemos en signo de interrogación lo que parece venir de oriente, colocando muy fácilmente el peyorativo de evasión a lo que no entendemos, cuando estamos ante una respuesta al vacío existencial y al cansancio del hombre moderno en una sociedad de resultados y metas. Es una respuesta complementaria a la forma como vivimos nuestra experiencia religiosa, a veces, demasiado ritualista y normativa, más que vivencial y sensorial. Es una respuesta y complemento cristianos al tan de moda  Mindfulness, que acentúa o sólo busca mejores resultados, más que una renovación de la persona.

Además, se trata no sólo de un camino personal, sino también comunitario que ha ayudado a muchas personas a reencantarse con la fe y la vida o, al menos, a inspirarla y ordenarla respectivamente.

Para ambas experiencias les recomiendo visitar sus páginas web, ya que constituyen una expresión de la necesidad de interioridad y espiritualidad, como respuesta a la infelicidad, a la incertidumbre y a la dispersión  que vivimos.

“Dame de beber”, le pide la Samaritana a Jesús, como imagen de la humanidad anhelante y necesitada de quien le nutra desde dentro, para volver a situarse en el mundo desde esa experiencia salvífica. Durante estos dos fines de semana, con mis propios anhelos y necesidades, me acerqué a estas fuentes para beber el agua que no se agota, que fluye del costado de Cristo, pero que también emerge de nuestra propia vida cuando unimos el caudal a la fuente que la nutre.