La vida del Padre Pío está rodeada de una gran entrega y caridad sacerdotales, un profundo arraigo a sus raíces familiares, una intensa vida de oración, una salud frágil y una temprana identificación con Cristo sufriente, manifestada en sus llagas y en su propia experiencia de vida.
“Ahora me alegro de mis sufrimientos por ustedes: así completo en mi carne lo que falta a los padecimientos de Cristo, a favor de su cuerpo que es la iglesia”
(Col 1, 24)
Peregrinar a San Giovanni Rotondo en la región de Foggia, al sur de Italia, fue casi un acto de obediencia, ya que no tengo mayor vinculación con San Pío de Pietrelcina, incluso sus dones extraordinarios me producían distancia por la forma en que se han acentuado, la repercusión mediática y el apego a lo extraordinario como forma de sentir, asegurar y confirmar la experiencia religiosa.
Fue un viaje relámpago de un poco más de 24 horas, primero en medio de una región muy verde y montañosa y, luego, en medio de extensos campos de trigo, olivares y tierra de pastoreo para las búfalas (productoras de la materia prima para la famosa mozzarella). El viaje en bus si bien fue largo, fue muy refrescante por el paisaje.
Llegué al pueblo, situado en las faldas de un macizo, por la tarde y una vez asegurado el alojamiento, me puse en camino para descubrir el regalo de Dios en este lugar. No había muchos peregrinos, pero la abundante oferta hotelera como el tamaño de las dependencias del santuario, hablan de cientos y miles. Se calculan en siete millones los peregrinos anuales.
Me acerqué a la sencilla primera iglesia de Nuestra Señora de la Gracia, al lado del claustro también primero de los hermanos capuchinos, a la que llegó el P. Pío en el año 1916. Esta iglesia se une interior y exteriormente con otra de mayor tamaño consagrada en 1959. Se pueden visitar las dependencias en las que vivió y trabajó el P. Pío, los confesionarios donde recibió a cientos de personas y los espacios alentados por él, para la atención de enfermos. Hoy se construye una residencia para sacerdotes mayores, que fue su último deseo.
Sorprende en la gran explanada la nueva iglesia, diseño del arquitecto italiano Renzo Piano. Una construcción moderna y luminosa, de arcos de piedra y grandes vidrieras, con grandes espacios litúrgicos y de recepción para los peregrinos. Hay verdaderas obras de arte, como el ambón: un cuadro escultórico en mármol que representa la sepultación de Cristo y la experiencia de la Resurrección, teniendo como personaje central a María Magdalena. Tiene mucho movimiento, dan ganas de integrarse y correr para anunciar la alegría del Resucitado.
En la cripta de esta magnífica iglesia, la construcción se divide en tres espacios:
La capilla del Santísimo con escenas del pasaje de Emaús y un gran tabernáculo con la imagen del Pelícano.
La capilla de la reconciliación, con varios confesionarios y la posibilidad de acercarse en el propio idioma al sacramento de la confesión. Aquí destaca una escultura que representa al P. Pío confesor por un lado del confesionario y a Cristo, por el otro, quien perdona a través de su instrumento.
El tercer espacio, el más imponente y elaborado artísticamente, es la capilla donde descansan sus restos.
Se llega por un pasillo circular que representa a un lado la vida de San Francisco y al otro, la vida del P. Pío, en un paralelismo de acontecimientos. Finalmente se llega a la capilla misma y al lugar de su sepultura: un sarcófago transparente con su cuerpo semi-incorrupto, el rostro intacto (parece que duerme), las manos secas y el cuerpo disminuido bajo el hábito
Tanto las paredes del pasillo descrito, como el lugar mismo de la sepultura con sus paredes y techo,están totalmente cubiertos por mosaicos elaborados por el sacerdote artista Marko Rupnik, presente en muchos santuarios y templos europeos. En este último caso se trata de bellas escenas de la vida de Jesús junto a pasajes del Antiguo testamento.
El conjunto resulta un poco recargado, demasiado dorado, sin espacios libres de intervención. Falta la experiencia de sencillez y sobriedad que rodeó la vida del santo. Sin embargo, la fuerza del lugar así como la sorprendente conservación de su rostro, hacen posible el permanecer y el rezar.
Hubo un acontecimiento que me emocionó: el prolongado llanto de un hombre mayor, un nonno, que lo había visitado siendo adolescente y que ahora lo veía de nuevo, tal cual lo conoció hace décadas.
La vida del P. Pío está rodeada de una gran entrega y caridad sacerdotales, un profundo arraigo a sus raíces familiares, una intensa vida de oración, una salud frágil y una temprana identificación con Cristo sufriente, manifestada en sus llagas y en su propia experiencia de vida. No cabe duda que tal acontecimiento extraordinario fue el detonante de una ininterrumpida peregrinación de personas, primero del pueblo mismo, luego de Italia y más allá.
Experimentó la incomprensión y las dudas, pero vivió en obediencia y con gran humildad y reserva el ser portador del misterio del crucificado. Se entregó por entero a las personas confiadas, sufrió por ellas y permaneció fiel a todos. Promovió las ciencias y las artes, la acogida a los enfermos y a los atribulados por dolores físicos y psíquicos. Nadie podría decir que no fue acogido por él.
Así me sentí ese día: fui acogido a través del paisaje, de la arquitectura sorprendente y el ambón, la calidez de su rostro dormido, el llanto de un abuelo, el agua de una fuente, incluso un buen trozo de pizza y una cerveza. Nada extraordinario, sencillamente todo resultaba extraordinario por el sólo hecho de estar allí esas horas.
Incluso pude entender lo que le sucedió a una persona que conocí hace años y que hasta ese momento me resultaba difícil de comprender: el P. Pío leyó el alma de esta persona y le afirmó algo que la determinó de por vida. Tal afirmación la vi y entendí en aquel entonces, como una determinación de la conciencia (algo tan sagrado), que coartó su libertad y eso me distanció de valorar al santo y sentí pena e impotencia por esa persona, determinada y condicionada por una afirmación.
En San Giovanni Rotondo, junto al sepulcro del santo, en la sencillez de un día cualquiera sin nada extraordinario, comprendí que esa afirmación le salvó la vida a esa persona, porque él vio que era un alma herida y atribulada, y esa afirmación la sostendría el resto de su vida.