La muerte de 4 adolescentes en un accidente de carretera hace unos días vuelve a colocar sobre el tapete un problema que llora a gritos por atención: la despreocupación de muchos padres en relación a lo que hacen sus hijos, a dónde salen y en qué usan su tiempo libre. Si bien ese accidente es un caso con ribetes bastante especiales, así y todo, esta tragedia viene a ser la punta de una realidad juvenil que comienza con salidas hasta bien entrada la madrugada, abuso de alcohol e incluso drogas. Como caldo de cultivo de estas prácticas se debe nombrar el aburrimiento adolescente de los fines de semana, en que las actividades recreativas para una gran cantidad de jóvenes son pocas o nulas. Fuera de dormir todo el sábado en la mañana y prepararse para el carrete de la noche, no hacen mucho más. Y así, meses enteros. Es cierto que se trata de una etapa breve, la de la adolescencia, que en algunos se extiende más de la cuenta, pero igualmente peligrosa y explosiva. Hasta que es muy tarde para tomar medidas, como en el caso de estos niños accidentados. Yo mismo soy testigo del abandono en que se encuentran algunos. Hace unos meses, bajando por Vitacura pasada la medianoche, luego de una comida en la casa de unos amigos, me hacen dedo 4 niñitas no mayores de 15 años. Yo paro y les pregunto donde van. Me dicen que las deje en Vespucio, en la bomba de bencina. Las subí y no pude dejar de llamarles la atención, por imprudentes. Ahora paré yo. Pero pudo ser otro cualquiera. Eran cerca de la una de la mañana y, cuando para mí la noche se acababa, para ellas, adolescentes, recién comenzaba. Las dejé en la bomba, sin antes advertirles de su error. Pero, como era de esperar, se sentían muy seguras. «Si no pasa nada». Hasta que pasa. Pero la culpa no es de ellas, es de sus padres. Los cuentos de taxistas que corren por todo Santiago recogiendo adolescentes y repartiéndolos por sus casas son archiconocidos. Se paga un taxi y listo. Ahora se prestan autos «para ir por ahí no más».O nos hacemos cargo de nuestros hijos o la cosa pintará para café oscuro muy pronto. El problema no son los otros. Es uno mismo. Sé de colegios en los que los apoderados de los cursos en edad complicada como ésta se han puesto de acuerdo para dar permisos razonables a sus hijos adolescentes. Haciendo un frente común, los papás asumen mancomunadamente la diversión de los fines de semana. Así, todos asumen solidariamente los reclamos juveniles y nadie tiene derecho a alegar que «el papá de X es más relajado». Pero el asunto no queda aquí. Creo que falta crear una cultura de la actividad y diversión algo más imaginativa. Nuestros adolescentes se aburren un poco. Algo hay de deporte los fines de semana, es cierto. Pero, así y todo, es poco. Algunos colegios o escuelas se han preocupado de tener actividades los fines de semana, pero no tengo la impresión que involucren a una gran cantidad de jóvenes. Muchos se dedican «a los 100% mejores» y, al resto, que se lo lleve la noche. Las actividades sociales han salvado del alcohol y carretes excesivos a una enorme cantidad de adolescentes. Pero parece no bastar. La verdad, ocupar más a nuestros jóvenes, darles más alternativas de diversión y ésta, con sentido, será una forma de sacarlos del vagabundeo, ocio y trasnochadas tontas. Aún es tiempo.