El solo título de la columna ya espantó a la mitad de sus lectores. La verdad, el tema «deudas» provoca no pocos escalofríos. Según informes del Banco Central, más de la mitad de los chilenos se encuentra fuertemente endeudado, debiendo tres y más veces sus ingresos. Nada alarmante, según los entendidos, ya que lo importante es que se pueda responder a esas obligaciones. Puede ser, pero la verdad es que más del 60% de los adultos chilenos declara que, entre sus primeras preocupaciones, de esas que «no lo dejan dormir», se encuentra el acápite «deudas». Entonces, no es un tema menor. Se comprenden las grandes deudas, las que resultan de la compra de la casa o el inicio de un negocio. El problema se da en los pequeños créditos, esos que llevan a muchos a subirse a una bicicleta de la que no logran bajarse. La «sociedad del plástico», fabricada por las omnipresentes tarjetas de crédito, nos crea la falta ilusión de que todo está ahí, al alcance de la mano, en un abrir y cerrar de ojos. ¿No nos hemos creado todos la sensación de que la vida es «llegar y llevar», de que cualquier producto «se paga solo», de que «en la marcha se arregla la carga»? Ni ahorro, ni espera, ni paciencia. La precaria expectativa que se habría podido sembrar ante el bien anhelado, desaparece. No hay espera, no hay anhelo. Solo el cumplimiento «en acto» de cualquier deseo. De golpe y porrazo matamos el «chanchito» con que crecimos tantos, ahorrando peso a peso para comprar una muñeca, una revista de monitos, una radio a pilas. Le tememos al «no, después», a la comprensible renuncia a la satisfacción inmediata de un deseo, para darle curso presto, sin dilaciones, a esa tentación que nos asalta abruptamente. Los estudiosos del marketing hablan de que más de la mitad de las compras corrientes son producto de una decisión irreflexiva, compulsiva. Pero la vida no es así. Conoce tiempos, renuncias, incluso a veces muy sacrificadas. La cultura de la deuda, por legítima que sea, es pura ilusión artificial. Nos engaña, llevándonos a un ritmo de vida que, las más de las veces, está lejos de ser el nuestro. No sabemos como frenar una ansiedad mal encausada. La propia y la de otros. Una parte no menor de ese sobreendeudamiento se explica solo por esto. Entramos en una vorágine de la que no nos atrevemos a salir. Hasta que, para algunos, el agua les comienza a llegar al cuello. Y, peor, terminan arrastrando a otros. Bueno es sincerarse. La luz amarilla que presentan los índices económicos son una buena llamada de atención. Quizá estamos a tiempo para bajar de la bicicleta.