Esto de la «crisis» da para largo. La sensación de incertidumbre se enseñorea en el horizonte y pinta para café oscuro. Una primera lección: el desarrollo económico, no importa lo importante que sea, nunca es un fin en sí mismo. Si es sano, debería llevar a la equidad social, a mayor equidad social, a mejorar la calidad de vida de la gente y las estructuras que consolidan la sociedad. Desarrollo implica responsabilidad social. Su descontrol rara vez ha producido sostenibilidad. La famosa «mano invisible» que pintaran algunos gurús económicos, que maneja todo en las sombras de un mercado omnipotente, parece que se tomó vacaciones. El escenario que nos pinta la prensa asì lo corrobora. Lo visto en estas semanas recuerda la imagen bíblica de la Torre de Babel. Algunos creyeron que tenían la capacidad de construir una que uniera el cielo y la tierra. Pero la codicia los encegueció y el castillo de naipes se vino abajo. Su osadía temeraria los arrastró a ellos y al resto del mundo. Cuando la gente piensa que puede mantener un desarrollo descontrolado, ocurre lo de Babel: la torre colapsa. El mercado es vital, pero sin una función social, los peligros de desbarajuste se dejan notar más pronto que tarde. Solo puede funcionar en un marco ético y jurídico donde se proteja al vulnerable y se frene la arrogancia natural del poderoso. Vemos cómo la mala conducta individual burda (quizá no mal intencionada, pero sí enceguecida por una ambición inmoderada) y sin control afecta la estabilidad empresas y países enteros. Reglas del juego que protejan sin inhibir la iniciativa personal, finalmente redundan en beneficio de todos. También de quienes quieren lucrar honradamente. La falta de una dirección eficaz resulta desastrosa, tanto como un gobierno ineficaz. No se trata de frenar o reprimir la iniciativa privada, pero sí de indicarle reglas del juego que permitan defender a los más débiles. La naturaleza globalizada de la economía requiere nuevas estructuras para combatir el comportamiento irresponsable. El mundo necesita valores que crean generosidad; que llevan a una preocupación compartida por el resto, que incorporen a los más débiles, del cual no nos podemos desentender. La pobreza de un aún grueso sector de la sociedad nos debe preocupar. No hay crecimiento estable sin justicia social. No se crece a costa o a pesar de otros, sino que con y junto a los otros. Notamos como hace tiempo no lo hacíamos que valores tales como responsabilidad, resguardo de normas éticas, honradez y austeridad son necesarias para el sano funcionamiento de los mercados. Es tiempo de crisis, pero oportunidad de cambios. Los que, bien aprovechados, nos pueden llevar a mejores, justos, estables y fructíferos escenarios.