Contenido del curso
Educación de los Hijos
Acerca de las clases

El núcleo de la familia es el amor, pero este amor debe estar lleno de respeto hacia los otros miembros de mi grupo familiar. Como padres, no debemos ser dictadores ni padres ausentes.

CURSO SOBRE EDUCACION DE LOS HIJOS

CUARTA SESIÓN

NO SER DICTADORES NI PADRES AUSENTES

I. VER VIDEO

II.TEXTOS PARA LEER Y REFLEXIONAR

Aconsejamos leer todos estos textos. Si no es posible leerlos todos, elegir alguno de ellos y reflexionar sobre su contenido, aplicándolo a nuestra realidad concreta.

  1. A.      TEXTOS DE AUGUSTO CURY

1. Corregir en público

Corregir a una persona en público es el primer pecado capital de la educación. Un educador nunca debe exponer el defecto de una persona, por grave que sea, frente a otros. La exposición pública provoca humillación y traumas complejos difíciles de superar. Un educador debe valorar a la persona que comete un error más que al error en sí.

Los padres o maestros sólo deben interferir en público cuando un joven ha ofendido o lastimado a alguien públicamente. Si lo hacen, deben actuar con prudencia para no echar más leña a la hoguera de las tensiones.

Había una adolescente de 12 años, muy inteligente y sociable, que era un poco obesa. Aparentemente, no tenía problemas con su obesidad. Era una buena estudiante, participativa y respetada por sus compañeros.

Un día, su vida sufrió un cambio importante. Salió mal en un examen y habló con su maestra acerca de sus calificaciones. La maestra, que estaba irritada por alguna otra razón, le lanzó un golpe mortal que cambió su vida para siempre, pues le llamó «gorda retrasada» frente a sus compañeros de clase.

Corregir a alguien públicamente es grave, pero humillarlo en público es devastador. Sus compañeros se burlaron de ella y, sintiéndose disminuida, inferior, se echó a llorar. Vivió una experiencia de alto volumen de tensión que se registró con un estatus privilegiado en el centro de su memoria, la memoria de uso continuo (MUC).

Si pensamos en la memoria como una gran ciudad, el trauma original producido por la humillación sería como una casucha en medio de un hermoso vecindario. La niña siguió leyendo el archivo que contenía este trauma y generó miles de pensamientos y reacciones emocionales con contenido negativo, que se registraron de nuevo, expandiendo la estructura del trauma. De esta manera, una «casucha» en la memoria puede contaminar un archivo completo.

Así que no es el trauma original el que se vuelve el gran villano de la salud psíquica, como pensaba Freud, sino su retroalimentación. Cada gesto hostil proveniente de otras personas se relacionaba con su trauma. Con el tiempo, ella creó miles de «casuchas» y donde una vez hubo un hermoso vecindario, se creó un paisaje desolado en el inconsciente.

Los adolescentes deben sentirse hermosos, aun cuando seanobesos, desaventajados físicamente o sus cuerpos no respondan a los estándares de belleza transmitidos por los medios. La belleza está en los ojos de quien mira.

Pero, por desgracia, los medios han masacrado a los jóvenes al definir qué es hermoso en su inconsciente. Cada imagen de los modelos en las portadas de las revistas, en los comerciales y en los programas televisivos se registra en la memoria, formando matrices que discriminan a quienes no se ajustan a ese patrón. Este proceso aprisiona a los jóvenes, incluso a los más saludables. Cuando se miran al espejo, ¿qué es lo que ven? ¿Sus cualidades o sus defectos? Con frecuencia, sus defectos. Los medios, en apariencia tan inofensivos, han cometido una discriminación sin precedentes contra la gente joven.

Me gustaría que recordara que a través de este proceso un rechazo se vuelve un monstruo, un educador tenso se vuelve un flagelador, un elevador se vuelve una caja sin aire, una humillación pública paraliza la inteligencia y genera temor de exponer nuestras ideas.

La adolescente de nuestra historia comenzó a obstruir gradualmente su memoria con baja autoestima y con sentimientos de incapacidad. Dejó de sacar buenas calificaciones. Cristalizó una mentira: que no era inteligente. Tuvo varias crisis depresivas, perdió su gusto por la vida y a los 18 años trató de suicidarse.

Por fortuna, no murió. Buscó tratamiento y logró superar su trauma. Esta joven no quería matar la vida; muy en el fondo, como todas las personas deprimidas, tenía hambre y sed de vivir. Lo que quería destruir era su dramático dolor, desesperación y sentimientos de inferioridad.

Regañar en público a los jóvenes y adultos, o señalar sus errores o defectos, puede generar un trauma inolvidable que los regirá de por vida. Incluso si los jóvenes lo desilusionan, no los humille. Aun cuando merezcan una reprimenda, trate de corregirlos en privado. Pero, especialmente, estimule a los jóvenes a reflexionar.

Quien estimula la reflexión es un artesano de la sabiduría.

2. Expresar autoridad con agresividad

Un día, descontento con la reacción agresiva de su padre, un hijo le alzó la voz. El padre, sintiendo que estaba siendo provocado, lo golpeó. Le dijo que nunca volviera a hablarle de esa forma. Gritando, dijo que él era el dueño de la casa y que lo mantenía. El padre impuso su autoridad con violencia. Se ganó el temor de su hijo, pero perdió su amor para siempre.

Muchos padres se insultan y se critican entre sí frente a sus hijos. Cuando estamos ansiosos y somos incapaces de hablar, lo mejor es retirarnos. Vaya a otra habitación y haga otra cosa hasta que pueda abrir las ventanas de su memoria y tratar con inteligencia los asuntos polémicos

Sin embargo, no hay parejas perfectas. Todos cometemos excesos frente a nuestros hijos, todos nos estresamos. La persona más calmada tiene sus momentos de ansiedad e irracionalidad. Por lo tanto, aunque sea deseable, es imposible evitar toda la fricción frente a nuestros hijos. Lo importante es el destino que le demos a nuestros errores.

El mismo principio se aplica a los maestros. Cuando hacemos un despliegue de agresividad frente a los niños, deberíamos disculparnos no sólo con nuestro cónyuge sino también con nuestros hijos, por la manifestación de intolerancia de que han sido testigos. Si tenemos el valor de cometer errores, deberíamos tener el valor de corregirlos.

Una persona autoritaria no siempre es ruda y agresiva. A veces su violencia esta disfrazada como inflexibilidad y necedad. Nadie puede hacer que cambie de opinión.

Si insistimos en mantener nuestra autoridad a cualquier precio, estaremos cometiendo un pecado capital contra la educación de nuestros hijos. Nuestro autoritarismo controlará su inteligencia.

Nuestros hijos pueden reproducir nuestras reacciones en el futuro. Por cierto, observe como reproducimos usualmente los comportamientos de nuestros padres que más condenábamos en nuestra infancia.

El silente registro no resuelto crea patrones en la parte oculta de nuestra personalidad.

Algunos hijos, cuando se irritan, señalan los errores de sus padres y los desafían. ¡Cuántos padres pierden el amor de sus hijos porque no saben cómo hablar con ellos cuando los retan! Tienen miedo de perder su autoridad si dialogan con sus hijos. Son incapaces de ser cuestionados. Algunos padres odian que sus hijos comenten sus errores. Actúan como si fueran intocables. Reaccionan con violencia e imponen una autoridad que sofoca la lucidez de sus hijos. Están formando personas que también reaccionarán con violencia.

Los padres que imponen su autoridad tienen miedo de sus propias fragilidades. Los límites deben establecerse, pero no imponerse. Como he mencionado, algunos límites no son negociables porque comprometen la salud y la seguridad de los niños, pero incluso en estos casos usted debe tener una mesa redonda con sus hijos y dialogar acerca de las razones para estos límites.

En estos 20 años de tratar incontables pacientes, descubrí que ciertos padres eran muy amados por sus hijos. No les pegaban, no eran autoritarios, no les daban cosas materiales ni tenían privilegios sociales. ¿Cuál era su secreto? Se daban a sus hijos, educaban su emoción y combinaban su mundo con el de ellos. Vivían naturalmente, sin ser conscientes de los principios de los padres brillantes que he expuesto.

El diálogo es una herramienta educacional irremplazable. Debe haber autoridad en la relación padre-hijo y maestro-alumno, pero la verdadera autoridad se conquista con amor e inteligencia. Los padres que besan, hacen cumplidos y estimulan a sus hijos a pensar desde que son muy jóvenes, no corren el riesgo de perderlos a ellos, ni su respeto.

No deberíamos tener miedo de perder nuestra autoridad; deberíamos tener miedo de perder a nuestros hijos.

3 Ser excesivamente crítico: obstruir la infancia del niño

Había un padre que estaba muy preocupado por el futuro de su hijo. Quería que él fuera ético, serio y responsable. El niño no podía cometer errores ni excesos. No podía jugar, ensuciarse ni hacer travesuras como todos los niños. Tenía muchos juguetes pero estaban guardados porque el padre, con el consentimiento de la madre, no le permitía desordenar.

Cada falla, mala calificación o actitud insensible del niño era criticada inmediatamente por el padre. No era sólo crítica, sino una secuencia de críticas, a veces frente a sus amiguitos. Su afán de criticar era obsesivo e insoportable. Como si eso no fuera suficiente, y en un intento por presionar a su hijo a corregirse, el padre comparaba su comportamiento con el de otros niños, lo que hacía que el hijo se sintiera el más despreciable de los seres. Hasta llegó a pensar en renunciar a la vida porque sentía que sus padres no lo amaban.

¿El resultado? El hijo creció y se volvió un buen hombre. Cometía pocos errores, era serio y ético, pero infeliz, tímido y frágil. Había un abismo entre él y sus padres. ¿Por qué? porque entre ellos no existía la magia de la felicidad y la espontaneidad. Era una familia modelo, pero triste y sin sabor. El hijo no sólo se volvió tímido, sino también frustrado. Tenía terror de que lo criticaran. Tenía miedo de cometer errores, así que enterró sus sueños porque no quería correr ningún riesgo.

En su deseo de hacer lo que era correcto, el padre cometió algunos pecados capitales de educación. Impuso su autoridad, humilló a su hijo en público, lo criticó en exceso y obstruyó su infancia. El padre estaba preparado para arreglar computadoras y no para educar a un ser humano. Cada uno de estos pecados capitales es universal, ya que es un problema de las sociedades modernas y de las tribus primitivas por igual.

No critique en exceso. No compare a su hijo con sus amiguitos. Cada niño es un ser único en el teatro de la vida. La comparación sólo es educacional cuando es estimulante y no depreciativa. Dé a sus hijos la libertad de tener sus propias experiencias, aun si esto incluye ciertos riesgos, fracasos, actitudes tontas y sufrimiento. De otra forma, no encontraran su propio camino.

La peor forma de preparar a una persona joven para la vida es colocarla en un invernadero y evitar que sufra y cometa errores. Los invernaderos son buenos para las plantas, pero sofocantes para la inteligencia humana.

El Maestro de maestros tiene lecciones muy importantes que enseñamos con respecto a esto. Sus actitudes educacionales cautivan a los más lúcidos científicos. Una vez dijo que Pedro lo negaría. Pedro difirió con vehemencia. Jesús pudo haberlo criticado, señalarle sus defectos o poner en evidencia su fragilidad. Pero, ¿qué hizo Jesús? Nada.

No hizo nada para cambiar las ideas de su amigo. Permitió que el joven apóstol Pedro tuviera sus propias experiencias. ¿El resultado? Pedro se equivocó drásticamente, derramó lágrimas incontrolables, pero aprendió lecciones inolvidables. Si no hubiera errado y reconocido su fragilidad, quizás nunca hubiera madurado ni hubiera sido quien fue. Pero como falló, aprendió a ser tolerante, a perdonar y a ser incluyente.

Los educadores estimados deben tener en cuenta que el débil condena, el fuerte comprende, el débil juzga, el fuerte perdona. Pero es imposible ser fuerte sin estar consciente de las propias limitaciones.

4. Castigar cuando está enojado y establecer límites sin explicación alguna

Una niña de ocho años estaba una vez con algunas amigas en un centro comercial cercano a su escuela. Vio dinero en el mostrador de una tienda y lo tomó. Un vendedor la vio y la llamó ladrona. Agarrándola por el brazo, la llevó llorando con sus padres.

Los padres estaban desesperados. Algunas de las personas más cercanas a ellos pensaron que le pegarían a su hija y la castigarían. En vez de eso, los padres decidieron venir conmigo para saber qué hacer. Tenían miedo de que su hija desarrollara una cleptomanía y tomara cosas que no le pertenecieran.

Aconsejé a los padres no sobre dramatizar el incidente. Los niños siempre cometen errores, pero lo importante es saber qué hacer en esos casos. Les recomendé que convencieran a su dulce hija de no volver a hacerlo, que no la castigaran. Les dije que hablaran con ella en privado y le explicaran las consecuencias de sus acciones. En seguida, les pedí que la abrazaran porque ella ya estaba abrumada por lo que había sucedido.

Además, les dije que si querían transformar el error en un gran momento educacional, debían tener reacciones inolvidables. Los padres pensaron en esto y tuvieron un gesto excepcional. Como el valor de lo robado era poco, dieron a su hija el doble del dinero que había tomado, y le demostraron elocuentemente que ella era más importante para ellos que todo el dinero del mundo. Le explicaron que la honestidad es la dignidad del fuerte.

Esta actitud permitió que la niña meditara. En vez de archivar en su memoria el hecho de que era una ladrona y un castigo severo por parte de sus padres, registró un recuerdo de aceptación, comprensión y amor. El drama se transformó en romance. La niña nunca olvidó que, en un momento difícil, sus padres le habían enseñado y amado. Cuando cumplió 15 años abrazó a sus padres y les dijo que no había olvidado ese poético momento. Todos rieron. No había cicatrices.

Otro caso no tuvo el mismo final. A un padre lo llamaron a la estación de policía porque un guardia de seguridad había visto a su hijo robando un CD en una tienda departamental. El padre se sintió humillado. No se dio cuenta de cuán angustiado estaba su hijo y que una falla es una oportunidad excelente para revelar su madurez y sabiduría. En vez de eso, abofeteó a su hijo frente a los policías.

Cuando llegaron a casa, el hijo se encerró en su cuarto. El padre intentó derribar la puerta porque se dio cuenta de que su hijo estaba tratando de matarse. Sin pensarlo, el muchacho se quitó la vida, pensando que era el peor de todos los seres humanos. El padre hubiera dado todo para volver el tiempo atrás; nunca pudo perdonarse el haber perdido a su amado hijo.

Por favor, nunca castigue cuando esté enojado. Como he dicho, no somos gigantes, y en los primeros 30 segundos de ira somos capaces de lastimar a la gente que más amamos. No permita que su propia ira lo esclavice. Cuando sienta que no puede controlarse, aléjese; de lo contrario, reaccionará sin pensar.

El castigo físico se debería evitar. Si se diera una zurra, debería ser simbólica y seguida de una explicación. No es el dolor de las nalgadas lo que estimulará la inteligencia de un niño o de un adolescente. La mejor forma de ayudarles es inducirlos a repensar sus actitudes, penetrar dentro de sí mismos y aprender a ser más empáticos.

Al practicar este tipo de educación, usted estará desarrollando las siguientes características en la personalidad del joven: liderazgo, tolerancia, reflexión y seguridad en momentos de turbulencia.

Si un joven ha herido sus sentimientos, hable con él al respecto; si es necesario, lloren juntos. Si su hijo ha fallado, discuta las causas de la falla, concédale el beneficio de la duda. La madurez de una persona se evidencia por la manera inteligente en que corrige a alguien. Podemos ser los héroes o los flageladores de los jóvenes.

Nunca establezca límites sin dar explicaciones. Este es uno de los pecados capitales más comunes cometidos por los educadores, tanto padres como maestros. En momentos de ira, la tensa emoción bloquea los campos de la memoria. Perdemos nuestra racionalidad. ¡Deténgase! Espere hasta que descienda su temperatura emocional. Para educar, use primero el silencio y después las ideas.

El mejor castigo es el negociado. Pregunte a sus hijos que merecen por sus errores. ¡Se sorprenderá! Ellos reflexionarán sobre sus actitudes y tal vez se den a sí mismos un castigo más severo del que usted les hubiera impuesto. Confíe en la inteligencia de los niños y los adolescentes.

Castigar por medio de la prohibición de salir, de privar o limitar, solo educa si no es excesivo y si estimula el arte de pensar. De otra manera, es inútil. Los castigos solo son útiles cuando son inteligentes. El dolor por el dolor es inhumano. Cambie sus paradigmas educacionales. Elogie al joven antes de corregirlo o criticarlo. Dígale lo importante que es él para usted antes de señalar el error. ¿Cuál será el resultado de esto? Que aceptará mejor sus observaciones y lo amará por siempre.

5. Ser impaciente y renunciar a educar

Había un estudiante muy inquieto y agresivo. Interrumpía la clase y siempre andaba metiéndose en líos. Era insolente e irrespetuoso con todos. Repetía una y otra vez los mismos errores y era incorregible. Los maestros no lo soportaban, por lo que consideraron incluso expulsarlo.

Antes de que fuera expulsado, un maestro decidió invertir en el alumno. Todos pensaron que era una pérdida de tiempo. Aun cuando no tenía el apoyo de sus colegas, el maestro comenzó a hablar con el muchacho durante los recesos. Al principio era un monólogo, sólo hablaba el profesor. Poco a poco comenzó a involucrar al alumno, a jugar con él y a llevarlo a tomar helados. Maestro y alumno construyeron un puente entre sus respectivos mundos. ¿Ha construido usted un puente como éste con gente difícil?

El maestro descubrió que el papá del muchacho era alcohólico, que les pegaba a él y a la madre. Entendió que el alumno, aparentemente insensible, había llorado mucho y que ahora sus lágrimas se habían secado. Comprendió que su agresividad era la reacción desesperada de alguien pidiendo ayuda. Pero nadie había descifrado su lenguaje y sus gritos fueron silenciados. Era muy fácil juzgarlo.

El dolor de su madre y la violencia de su padre habían producido zonas de conflicto en la memoria del muchacho. Su agresividad era un eco de la que recibía en casa. Él no era el agresor, era la víctima. Su mundo emocional carecía de color. No se le había dado el derecho de jugar, sonreír y ver la vida con confianza. Ahora estaba perdiendo su derecho a estudiar y a tener la única oportunidad de ser un gran hombre. Estaba a punto de ser expulsado.

A medida que el maestro se familiarizó con su situación, comenzó a ganárselo. El muchacho se sintió amado, apoyado y valorado. El profesor comenzó a educar su emoción. Se dio cuenta, en el transcurso de los primeros días, que detrás de cada estudiante retraído, de cada joven agresivo, hay un niño que necesita afecto.

A las pocas semanas todos estaban sorprendidos con el cambio. El muchacho rebelde comenzó a respetar a los demás. El joven agresivo comenzó a ser afectuoso. Creció hasta convertirse en un adulto extraordinario. Y todo esto sucedió porque alguien decidió no abandonarlo.

Todos quisiéramos educar niños dóciles, pero son aquellos que nos frustran los que ponen a prueba nuestra calidad como educadores.

Sus hijos complicados son los que pondrán a prueba la grandeza de su amor. Sus alumnos insoportables son los que pondrán a prueba su sentido de humanidad.

Los padres brillantes y los maestros fascinantes no abandonan a los jóvenes, aun cuando estos los hayan desilusionado y no devuelvan de inmediato lo que se les ha dado. La paciencia es su secreto, la educación del afecto es su meta.

Me gustaría que usted creyera que los jóvenes que más lo desilusionan hoy pueden llegar a ser los que más alegrías le den en el futuro. Todo lo que tiene que hacer es invertir en ellos.

6. No cumplir sus promesas

Había una madre que no sabía decir «no» a su hijo. Como no podía soportar sus quejas, berrinches y confusión, quería satisfacer todas sus necesidades y exigencias. Pero no siempre podía hacerlo, y para evitar conflictos hacía promesas que no podría cumplir. Tenía miedo de frustrar a su hijo.

Esta madre no sabía que la frustración es importante en el proceso de formar la personalidad. Quienes no aprenden a lidiar con la pérdida y la frustración, nunca madurarán. La madre evitaba conflictos momentáneos con su hijo, pero no sabía que estaba tendiéndole una trampa emocional. ¿Cuál fue el resultado?

Este hijo perdió todo respeto por su madre. Comenzó a manipularla, a explotarla y a discutir intensamente con ella. Es una historia triste porque el hijo sólo valoraba a su madre por lo que ella tenía y no por lo que era.

En su fase adulta, este muchacho tuvo serios conflictos. Como había pasado su vida mirando a su madre disimular e incumplir sus promesas, proyectó una suspicacia fatal en el entorno social. Desarrolló una emoción insegura y paranoide; pensaba que todos querían traicionarlo. Tenía ideas de que era perseguido, no tenía relaciones estables de amistad y no duraba en los trabajos.

Las relaciones sociales son un contrato firmado en el escenario de la vida. No lo rompa. No disimule sus reacciones. Sea honesto con los jóvenes. No cometa este pecado capital. Cumpla sus promesas. Si no puede hacerlo diga «no» sin miedo, aun si su hijo hace un berrinche. Y si usted comete un error, retráctese y discúlpese. Las fallas capitales al educar se pueden resolver si se corrigen con rapidez.

La confianza es un edificio construido con dificultad, que se demuele con facilidad y muy difícil de reconstruir.

7. Destruir sueños y esperanzas

El pecado capital más grande cometido por los educadores es destruir los sueños y las esperanzas de los jóvenes. No hay camino sin esperanza; sin sueños no hay motivación para seguir. El mundo puede caer sobre la cabeza de una persona, puede perderlo todo en la vida, pero si tiene sueños y esperanzas, habrá un brillo en sus ojos y alegría en su alma.

Había un padre ansioso. Tenía una elevada cultura académica. Todos lo respetaban en la universidad. Demostraba serenidad, elocuencia y sagacidad en las decisiones que no implicaban emociones. Sin embargo, cuando se enojaba, bloqueaba su memoria y reaccionaba agresivamente. Esto ocurría especialmente cuando llegaba a casa. En su trabajo era muy respetable, pero en casa era insoportable.

No tenía paciencia con sus hijos. No toleraba el mínimo disgusto. Cuando descubrió que uno de sus hijos consumía drogas, sus reacciones, que ya eran malas, empeoraron. En vez de apoyar a su hijo, ayudarlo y alentarlo, comenzó a destruir las esperanzas del muchacho. Le decía: «No lograrás nada en la vida», «te volverás un vago».

La conducta del padre deprimió todavía más al hijo y lo perdió más profundamente en las mazmorras de las drogas. Por desgracia, el padre no se detuvo ahí. Además de destruir las esperanzas del muchacho, obstruyó sus sueños y bloqueo su capacidad de encontrar días más felices. Le reprochaba: «No tienes remedio», «todo lo que haces es defraudarme».

Algunas personas cercanas a este padre pensaban que tenía una doble personalidad. Pero desde un punto de vista científico, no existe la doble personalidad. Lo que hay son dos campos distintos de lectura de memoria, leídos en entornos diversos, que dan como resultado la producción de pensamientos y reacciones completamente diferentes.

Muchas personas son dóciles como ovejas con los extraños, y leones con los miembros de su familia.¿Por qué esta paradoja? porque con los extraños, estas personas se controlan y no abren ciertos lugares oscuros de la memoria, en otras palabras, los archivos que contienen zonas conflictivas.

Con aquellos con quienes tienen intimidad, esas personas sueltan los frenos del consciente y abren los lugares más oscuros del inconsciente. En este momento surgen la ira, la imprudencia y la crítica obsesiva.

Este mecanismo está presente en mayor o menor grado en todos nosotros, incluso en la gente más sensible. Todos tenemos la tendencia a lastimar a quienes más amamos. Pero no debemos permitir esto. De otra forma, corremos el riesgo de destruir los sueños y las esperanzas de nuestros seres más queridos.

Los jóvenes que pierden la esperanza tienen dificultades extremas para superar sus conflictos. Quienes pierden sus sueños serán opacos, no brillaran y siempre gravitaran alrededor de sus miserias emocionales y sus derrotas. Creer en el más bello amanecer después de una noche turbulenta es fundamental para una psique saludable. El tamaño de nuestros obstáculos es irrelevante, lo que es importante es el tamaño de nuestra motivación para superarlos.

Uno de los mayores problemas de la psiquiatría no es la gravedad de una enfermedad, llámese depresión, fobia, ansiedad o farmacodependencia, sino la pasividad del «yo». Un «yo» pasivo, desesperanzado, sin sueños y deprimido con sus aflicciones puede llevarse sus problemas a la tumba. Un «yo» activo, dispuesto y audaz puede aprender a manejar sus pensamientos, reeditar la película inconsciente y hacer cosas que van más allá de nuestra imaginación.

Los psiquiatras, los médicos, los maestros y los padres son los vendedores de la esperanza y los mercaderes de los sueños. Una persona sólo comete suicidio cuando sus sueños se evaporan y sus esperanzas se disipan. Sin sueños no hay vigor emocional. Sin esperanza no hay valor para vivir.

 

B. TeXto del P. Kentenich

LA EDUCACION PARA EL RESPETO

Donde existe respeto y amor en el educador, se genera también en el educando, como respuesta, respeto y amor. Donde se dan ambas actitudes fundamentales, se pueden realizar cosas que antes parecían imposibles. Cuando el respeto y el amor del educador son respondidos por el respeto y el amor del educando, se crea entre ambos una relación extraordinariamente delicada. Tal vez debiese agregar: todo tipo de educación, tanto las del niño pequeño como también la del adulto, siempre supone esta doble actitud: respeto y amor. Es posible que a veces uno de estos aspectos se acentúe más que el otro; que alguna vez el respeto y otra vez el amor pase al primer plano; sin embargo, siempre deben darse ambos. También ante el niño pequeño, ante el bebé en la cuna: no sólo amor, también respeto; y no cualquier tipo de respeto; el niño merece el más grande de los respetos.(…)

Los sicólogos han hecho esta observación: muchas personas arrastran, más tarde en su vida, inhibiciones, porque no fueron valorados suficientemente cuando niños pequeños. No son conscientes de una desvalorización de sí mismos: instintivamente se sienten poca cosa porque no tuvieron la oportunidad de dar y recibir lo que todo niño en esa edad debe dar y recibir: caricias maternales y filiales. Los padres deben regalar al niño esas caricias que son a la vez muestras de amor y expresiones de respeto.

Con esto no pretendemos insinuar que los padres deban constantemente mimar a sus hijos, o, como se dice comúnmente, “comérselos a besos”. Eso sería señal de un amor que no está animado por el respeto. Siempre deben darse el respeto y el amor: también en la edad que ahora nos ocupa, la adolescencia. Debemos tratar al adolescente con respeto y con amor. Y si nos resulta obtener como respuesta ambos afectos, entonces quiere decir que la educación está asegurada, que podremos lograr en todas las situaciones algo grande y profundo en nuestros niños. (…)

En los libros de pedagogía normalmente encontramos abundante material sobre el amor pedagógico. Por eso, en las reflexiones que haremos ahora, lo dejaremos de lado. Por el momento nos concentraremos más en el respeto, pues me parece que el respeto es más necesario que el amor.

Por cierto que si consideramos ambos afectos como un todo orgánico, sabemos bien que no se da el amor sin el respeto y que no hay respeto sin amor. Si los separamos metódicamente y los vemos en el contexto de la mentalidad actual, debemos decir que hoy, en la educación, lo más esencial, especialmente tratándose de la educación de la juventud, es el respeto. Ese respeto de parte del educador que obtiene como respuesta el respeto del educando.

En este contexto, nos haremos dos preguntas y buscaremos responderlas en líneas generales:

  1. ¿Cómo me educo yo mismo para el respeto ante el adolescente?
  2. ¿Cómo educo al adolescente en sus años difíciles para el respeto frente a sí mismo?
  3. Espero que ustedes queden contentos con la respuesta que daré. No piensen que dictaré “recetas” para enseñarles cómo hay que educar a alguien conscientemente al respeto. Con ello no lograríamos el objetivo . Si lo hacemos a propósito, ningún joven de buenos sentimientos llegará jamás a tener respeto frente a nosotros.

1. Cómo educar en sí mismo la actitud de respeto

Por lo tanto, primero nos preguntamos: ¿cómo me educo yo mismo para el respeto ante la joven?

Inmediatamente debemos ampliar el horizonte. Lo que ahora voy a dar como respuesta se aplica también respecto a las personas adultas con las cuales trato. Se aplica también y debe aplicarse, ante el niño pequeño. Daré una triple respuesta, pero se trata de un complejo de respuestas que tienen como objeto crear una actitud interior.

A.    Conciencia del verdadero sentido de la educación

En primer lugar, siempre debo tomar interiormente conciencia del verdadero sentido de la educación.

¿Qué  significa educar? Significa servir desinteresadamente la vida ajena. Este es el arte de las artes: educar, formar y conformar al hombre y al alma humana.

¿Cuál es el sentido profundo de la educación? No podemos decir con Goethe en su Prometeo: Aquí estoy y hago hombres según mi imagen”. De ningún modo. Yo no soy la meta de la educación. El ideal de la educación es éste: aquí estoy y formo hombres según tu imagen.

Cada vida humana encarna una idea de Dios. Dios quiere realizar un pensamiento suyo en cada individuo. Y mi tarea, como educador, consiste en ayudar a descubrir ese pensamiento de Dios y entregar mis fuerzas para que ese pensamiento de Dios se encarne y se realice en el tú.

¿Comprenden lo que quiero decir? Mientras más me compenetre interiormente del verdadero sentido de la educación, tanto más profundo será mi respeto.

B.     La práctica del respeto

En segundo lugar, con el tiempo, la actitud interior de respeto debe expresarse en actos concretos: en un trato respetuoso.

Debo tener respeto:

–          ante cada persona;

–          ante cada destino humano;

–          ante cada originalidad y facultad de la persona.

Lo primero es, entonces, un respeto práctico y táctico ante cada persona. ¡Aunque ésta fuera un estropajo humano! ¡Aunque fuera una persona espiritual y corporalmente enferma como ninguna otra! ¡Respeto ante toda persona humana!

Segundo, respeto ante cada destino humano. ¡Aunque tenga ante mí n destino humano que pasa por una oscura noche o que esté cargado por una pesada culpa! ¡Respeto ante cada destino humano! Yo no sé cuál fue la cuna de esta persona; no sé las tareas hereditarias que arrastra esta pobre criatura.

Si somos sinceros y un poco objetivos y verídicos interiormente, entonces nos diremos: ¿Qué hubiese sido de mí si yo hubiese estado en esa situación, si hubiese tenido esa historia? Por eso, respeto ante todo destino humano.

Y, en tercer lugar, también respeto ante cada facultad de la persona. La verdadera maternidad (paternidad) no se pone al centro.. No brusca crecer ella misma. Cuando hay una verdadera maternidad todo impulsa interiormente en ella a ayudar a que se desarrollen las facultades que Dios ha puesto en el tú, aunque más tarde éste nos sobrepase.

Verdaderamente no existe satisfacción más grande en la educación que cuando podemos constatar: aquellas personas que eduqué están ahora por encima de mí. Yo he llegado a ser innecesario.

No tomen estos ideales simplemente como frases bonitas. Deben captarlas más bien en todo su profundo significado y saber orientarse por ello. De allí también que debemos ser muy cuidadosos cuando tenemos que decidir sobre el destino de una persona. Cuando, por ejemplo, estamos en una comunidad religiosa, no debemos decir: “Aquí hay un hueco, alguien debe taparlo”; “aquí nuevamente hay otro hueco, que venga otra persona y lo cubra”. ¡Con cuánta frecuencia se hacen estas cosas, y luego se habla de un trato personal! ¡Cuánta desdicha y cuánta desgracia se genera de este modo! No deben decir: “La santa obediencia lo exige así”. Por cierto, la santa obediencia exige que nosotros nos dispongamos interiormente a una tal obediencia; pero también exige que el superior sea un hombre razonable, que no abuse de su poder. Si otras personas nos han entregado su voluntad, entonces tenemos el santo deber de valorar toda facultad que existe en ellas. Por eso, ¡respeto ante cada facultad!

Naturalmente también debemos aplicar estos pensamientos a la relación de unos con otros. ¡Cuán a menudo tenemos que constatar que en círculos católicos no se valora suficientemente la originalidad de cada persona! (…)

Se requiere un cuidado lleno de amor, lo cual supone, en todo caso, un gran desprendimiento de nuestro propio yo. N debemos girar en torno a nosotros mismos, sino en torno a Dios y al bien de aquellos que el Padre Dios nos ha confiado, regalado o puesto en nuestro camino.

Este sería un segundo medio para educarnos al respeto.

C.    El enemigo del respeto

En tercer lugar, tenemos que precavernos del enemigo mortal del verdadero respeto. ¿Saben cuál es? Es el clisé. Por favor, no introduzcamos ningún clisé en la educación.

Santo Tomas, en la Edad Media, formuló la siguiente sentencia: los prelados no deben hacer demasiadas leyes. ¡No queramos normar todas las cosas! ¡No apliquemos el clisé! Porque donde rige el clisé, matamos la originalidad. El clisé significa la muerte de la individualidad y del verdadero respeto.

¿Pienso con esto acaso que no debemos escribir en nuestro escudo una vigorosa fidelidad a la ley? Es evidente que donde hay una comunidad, donde simplemente coexisten hombres, allí deben existir leyes. Pero tienen que ser sólo pocas leyes, las cuales, sin embargo, deben ponerse en práctica con estrictez draconiana. Esto lo espera todo hombre noble Pero el clisé es algo enteramente distinto.

El clisé significa someter a una constante tensión, tensión que se ve reforzada con nuevas leyes, tal como sucedía en el tiempo de Cristo con las normas de la tradición. Se explicaba el carácter de una ley, y esta aclaración adquiriría nuevamente el carácter de la ley.: Y esta adoración nuevamente se explicaba, lo cual recibía otra vez carácter de ley. Así se continuaba hasta que se creaba un inmenso dique de leyes y de leyecitas, de tal modo que apenas se podía respirar.

2. Cómo educar la actitud de  respeto del educando

Volvamos ahora a la segunda pregunta. Exteriormente, pareciera quizás ser la más importante: ¿Cómo educamos a las personas que nos han sido confiadas al respeto frente a nosotros? ¿Cómo logro educar justamente a los que pasan por la adolescencia?

También aquí daremos tres respuestas.

A. Encarnar el ideal del educando

Logramos esto, en primer lugar, en la medida en que yo mismo encarno el ideal de la persona que debo educar.

Se trata aquí de una actitud fundamental y no de una pequeña y astuta “receta”. Si encarno en lo esencial el ideal del joven, entonces podré constatar qué respeto se apodera de él.

Por lo demás no tienen que tomar a mal si alguna vez un joven hace algo que no corresponde frente a ustedes. Es propio de su vitalidad. Por ello no seamos demasiado susceptibles. Lo mismo vale, por lo demás, cuando tenemos que tratar con hombres maduros. En la medida en que yo me esfuerzo sinceramente por encarnar el ideal del otro, en esa medida educo para el respeto ante mí. Si no lo hago, entonces, no puedo imaginarme cómo se podría llegar a establecer ese delicado vínculo que une y ata cada vez con mayor profundidad al educador y al educando.

B. Tener fe en lo bueno del otro

En segundo lugar, y esto es algo enteramente esencial, a toda costa debemos mantener la fe en lo bueno que hay en el joven. O, aplicándolo en general, mantener la fe en lo bueno que hay en cada persona (…)

–          a pesar de los múltiples desengaños que hayamos sufrido;

–          a pesar de sus muchos errores

–          a pesar de las continuas luchas de que somos testigos en nuestros niños.

No debe existir nada que me quite la fe en lo bueno que hay en el hombre. ¿En qué se basa esto? La dogmática nos enseña que la naturaleza humana, a pesar de que se ha debilitado a causa del pecado original, no se ha corrompido. Existen aún muchas cosas buenas en el hombre. Por eso, si confiamos en la bondad del hombre, lo hacemos sinceramente con objetividad. Agreguemos a esto que la mayoría de las veces tratamos con jóvenes y con niños que han recibido la vida divina por el bautismo. Este es un nuevo motivo para nunca perder la fe en lo bueno que hay en el hombre. (…)

Y si digo que queremos guardar la fe en lo bueno de la persona, lo afirmo a pesar de todos los desengaños que ésta nos haya ocasionado. Quizás ustedes mismos lo saben por propia experiencia: si alguien nos ha dicho o nos ha manifestado que ya no cree en nosotros, nos inhibimos interiormente. Por eso, busquemos siempre mantener firme la fe en lo bueno del otro.

En segundo lugar, dijimos, guardar la fe en lo bueno del hombre, aun cuando haya que constatar en él un cúmulo de extravíos.

Desde el punto de vista sociológico, debemos decir que tales desviaciones no siempre son  tan peligrosas. ¿Cómo las entendemos? Según la sicología evolutiva. Si consideran esas desviaciones en la perspectiva sicológica, vemos que lo que aparece en los comportamientos errados es la voluntad de valer y de realizar cosas por sí mismo. Entonces se siente de pronto que éste se ve ante obstáculos que impiden su desarrollo. ¿Cuáles son para ella estos obstáculos? Son los padres, el papá y la mamá. ¿Y cuál es el efecto? La reacción de rechazo. ¿Qué se puede hacer, entonces? Aquí viene una ley muy importante: hay que dejar que se cometan tonterías. No hay que malgastar la última autoridad. Debo, por cierto, precaver al joven de desaciertos; pero debo saber permitir tonterías y extravíos. Únicamente no debo permitirlos cuando sé que si suceden, las cosas se precipitan vertiginosamente por una pendiente inclinada. ¿No nos sucedió también a nosotros que, cuando nuestros padres nos dijeron esto o lo otro, no lo creímos hasta que lo pudimos experimentar personalmente?

En todo caso, pienso que tales desviaciones no hay que tomarlas interiormente de manera tan trágica. Exteriormente, para mantener la disciplina, tenemos que intervenir; pero, interiormente, no debemos ponernos tan furibundos. Esto es lo esencial: si tengo que causar dolor, entonces, lo hago porque ése es mi deber y no a partir de una rabia desordenada. Sólo entonces haré bien las cosas.

Todavía algo más. ¿Por qué no tenemos que tomar tan trágicamente las cosas den la edad de la adolescencia? Tal vez ustedes lo han observado alguna vez en la vida. Desde el punto de vista sicológico y pedagógico, hablamos de la reacción de contraste frente a la vida vivida. A menudo vemos cómo los hijos no quieren seguir la misma profesión que los padres. ¿Por qué motivo? Los padres vivieron su vida, y la generación siguiente quisiera, por contraste, vivir la vida que los padres no vivieron. Este es el impulso de contraste ante la vida vivida. A partir de este proceso vital, pueden explicarse muchas reacciones y, sobre todo, no se debe tomar tan trágicamente las cosas cuando la generación joven muestra un sentimiento de rechazo frente a la antigua generación. Siempre y en todos los tiempos esto ha sido así, También en el convento.

La maestría en este proceso consiste en continuar orientando a la juventud. De otro modo, obtendremos justamente lo contrario. Es verdad que hemos tenido un tiempo en el cual la juventud ha sido revolucionaria; pero esto no es trágico.

San Bernardo aconsejaba que, en el capítulo, los abades debían escuchar especialmente a los monjes jóvenes, porque éstos a veces también tenían el Espíritu Santo. ¿Por qué digo esto? Para que reencontremos una sana tensión. Por eso, no pensar que tenemos empaquetadas la sabiduría para nosotros. En el trato mutuo debemos también saber escuchar a los otros.

Les digo estas cosas para convencerlos que tenemos que creer en lo bueno de las personas, a pesar de sus extravíos. No quiero decir con ello que debamos hacer caer a propósito a nuestros hijos espirituales. Eso, de ningún modo.; pero tampoco tenemos que tomar las cosas tan trágicamente cuando suceden extravíos.

Por último, hemos de creer en lo bueno de las personas cuando las luchas se hacen más intensas y permanentes en ella. Y agrego: ¡no evitemos nunca las luchas a nuestros niños! Si actuamos así, los educamos para una minería de edad. Y les garantizo que si les evitan las luchas a aquellos que les han sido confiados, ya sea porque les resuelven demasiado pronto las dificultades, o porque les evitan la lucha al poner en la balanza, sin quererlo, el predomino de su personalidad, entonces la consecuencia no se hará esperar: un hombre íntegro va a agradecer a Dios de rodillas cuando ustedes partieron “ad partes”, cuando ustedes se fueron a la punta del cerro, cuando murieron. Tienen que tomar esto en serio. Sin embargo, es posible que ellos, sabe Dios cuánto respeto y amor simulen, pero no tienen que darle crédito. Por eso, cuiden que cada uno luche por sus luchas y resuelva sus problemas.

Por cierto, desearía estar al tanto de todo. Pero intervenir, eso no se me pasa por la mente. No intervengo. Permitan al joven hacer “chiquilladas”, sólo que no caer demasiado pronto. De otro modo, más tarde no llegarán a ser personalidades vigorosas, ni los habremos educado para la vida. Educaremos muñecos, pero no personas que tengan los pies puestos en la tierra (…)

C. Hacerse innecesario

En tercer lugar, debemos hacernos innecesarios en toda la línea. Al menos ésa debe sernuestra actitud interior.

¿Cómo lo hago? ¿Cómo se manifiesta esto? Tan pronto percibo que alguien puede caminar solo, me retiro. ¡Debe aprender a caminar solo!Tranquilamente puede hacer experimentos y ver si da alguna voltereta. Si se cae, observo si puede levantarse por sí mismo, y, sin siquiera pestañear, dejo que se levante.

En todo caso, tienen que hacerse innecesarios. Si no quieren ser nunca innecesarios, háganse siempre superfluos. Si quiero tener para mí a los otros, si trato que se apegue a mi persona y para ello hago concesiones, la relación que se establecerá será sólo pasajera. Por eso, apenas percibo que alguien puede andar por sí mismo, conscientemente me hago a un lado. Es preferible comenzar a hacerlo demasiado temprano que demasiado tarde.

En segundo lugar, esto también es algo esencial, no busquen nunca el favor del educando. Nunca le digan: ¿Por qué no te unes a mí? Más bien hay que ser claros y directos: si quiere irse, entonces, las puertas están abiertas. (…)

Si buscan la complacencia de los suyos, una persona de nobles sentimientos les va a responder siempre justamente con lo contrario. Tal vez exteriormente se comporte ante ustedes en forma correcta, pero pronto se les subirán a la cabeza y ya no serán ustedes los que educan. Se les pondrá, en cambio, en la cuerda floja. (…)

Estas cosas se pueden aplicar en cualquier tipo de conducción, ya sea que se trate de la dirección espiritual o que se dirija un regimiento. En la misma medida en que sepamos unir respeto y amor, tendremos el tino de actuar como corresponde. Y si alguna vez ustedes cometen algún desacierto, y éste es un derecho humano, el Padre Dios también estará junto a nosotros. Él va a cuidar con nosotros. Si tenemos realmente una relación personal con el tú, nuestros errores no causan daño. Sólo tendríamos que ser lo suficientemente sinceros como para confesar que hemos hecho una tontería.

D. Ser abnegado al máximo

¿Qué más podemos hacer para que aquellas personas que nos han sido confiadas guarden y no pierdan el respeto ante nosotros? Ser abnegados al máximo. Este es siempre el mejor medio para mantener el respeto. Pero no debe ser hecho como a propósito: debe ser expresión de nuestra personalidad.

¿Qué significa ser abnegado hasta el extremo? Si soy abnegado hasta el extremo, entonces no me aferro al hecho de que sea justamente yo quien tenga que educar. Si hay otra persona que puede hacerlo mejor que yo, debe hacerlo. Lo que importa es que el tú sea verdaderamente ayudado. Él es el centro. Es él lo que importa, no mi persona. (…)

¿Quiero decir con esto que no debo realizar un apostolado de búsqueda del otro? Por cierto que no. También debemos ir en busca del otro. Lo que importa es que sea expresión del servicio desinteresado al tú. Si lo busco porque temo que se me pueda ir de las manos, sería errado. No es esto lo que importa en primer lugar. El respeto es más importante que el amor. Si el servicio respetuoso exige que busque y vaya al encuentro del otro, lo hago. De otro modo, nunca lo haría. La más mínima concesión en esta dirección es una concesión a mi egoísmo: entonces, me busco a mí mismo y no al otro. (…)

 

 

III. PREGUNTAS Y TAREAS

  1. 1.      PREGUNTAS DE COMPRENSIÓN
  • ¿Cómo debemos ejercer la autoridad?
  • ¿En qué consiste tener una autoridad moral?
  • ¿En qué consiste la “comprensión enaltecedora”?

 

  1. 2.      PREGUTAS DE PROFUNDIZACIÓN
  • ¿Cómo tratamos con nuestros enojos?
  • ¿Hemos sido agresivos con nuestros hijos?
  • ¿Cómo lograr tener autoridad moral?
  • ¿Cómo actuamos cuando debemos corregir un hijo?
  • ¿Nos hemos disculpado cuando hemos cometido algún error o hemos sido injustos?

 

  1. 3.      TAREAS
  • Analizar cómo tratar las frustraciones que sufren nuestros hijos. Generar dos acciones a realizar para tratar las frustraciones.
  • Plantearse como se debe manifestar el respeto en el diálogo con los hijos. Generar dos acciones a realizar para manifestar el respeto activamente.
  • Formas de incentivar positivamente los “sueños” de nuestros hijos. . Generar dos acciones a realizar para incentivar los sueños de nuestros hijos.
  • Completar el formulario de evaluación de lo que no debiéramos hacer, generar los propósitos y controlar el cumplimiento periódicamente.

 

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