Perder un hijo debe ser de los dolores más grandes que se pueden experimentar. Un dolor sordo, intenso, indescriptible. Los padres de Felipe Cruzat comienzan ahora ese duelo que los acompañará, sin duda, el resto de sus vidas. Caminarán con Felipe, reirán, llorarán, sufrirán con él. Lo tendrán siempre a su lado, quizá más intensamente que antes. Y a su vez, lejos. Hasta que se encuentren en el mejor de los lugares; un jardín que él mismo vislumbró en conversaciones con sus papás, casi como un anticipo de esta despedida prematura. En efecto, misteriosamente, Dios los fue preparando para esta despedida. Como muy bien dijo el padre de Felipe: «murió porque Dios así lo quiso». Quizá mejor: «Partió en el momento que el Señor le tenía preparado». Sin quejas ni reclamos, ambos lo entregaron a quien es el dueño de la vida. En sus insondables caminos, Él sabe porqué dispone las cosas de una manera que, ahora, no comprendemos pero que, en la eternidad se nos develará completamente. Pero ahora quiero agradecerles. Primero, gracias por su fe. No es obvia. Se pudieron haber quebrado en tantas ocasiones; se pudieron haber rebelado contra un «Dios cruel e insensible». Nada de eso. Supieron descubrir en Él el padre amoroso, comprensivo, misericordioso, que conoce y comprende el dolor de sus hijos. El mismo a quien Felipe le rezaba todos los días. Si él tuvo fe y la supo cultivar, fue gracias a ustedes. Con una gran entereza fueron sorteando las mil dificultades que supuso la compleja situación de Felipe. Sin quejas ni reproches, se fueron abriendo a las posibilidades que los avances médicos les regalaban pero, a su vez, se enfrentaron con la misma calma a la eventualidad de que ellas fallaran; estuvieron abiertos a su carencia, concientes de que toda solución humana es frágil y riesgosa. Gracias por su lucha por la vida. Un testimonio enaltecedor que nos recuerda que toda vida, por débil que sea, merece ser vivida. Pudieron haber tirado la toalla mucho antes, pero no lo hicieron. Agotaron todas las alternativas que la medicina les fue dando. Hicieron sacrificios enormes. Gastaron energías, medios, tiempo en una lucha notable por su hijo. No fue en vano. Como muy bien dijeron en la despedida, Felipe no recibió el corazón que necesitaba, pero abrió el corazón a todos los chilenos. Así como su vida no fue en vano, vuestros desvelos y lucha tampoco lo fue.»Felipe amaba la vida intensamente, pero más amaba a Dios y su palabra» dijo su padre en su despedida. Una vida de fe es una vida ganada, por breve que sea. Cuando hay amor a Dios, hay amor a la vida y viceversa. Toda existencia es un canto a la belleza y alegría divinas. Felipe lo fue, y lo fue gracias a ustedes como padres.»Felipe venía a este mundo con una misión. Tengo la certeza que Dios lo utilizó con algún propósito». Sin lugar a dudas fue así. Los frutos de su corta vida se perciben ya en una mayor sensibilidad ante el dolor ajeno, sobre todo en niños; en una maduración en la solidaridad, nunca suficiente. El mejor regalo para el será ver vidas que despierten a un mayor servicio, en ganas de regalarse en los enfermos, en los niños, en los más pobres, en los abandonados y en quienes se sienten solos. Gracias de nuevo por su ejemplo de padres, por su fe y entereza. Felipe puede estar orgullo de ustedes.