Es admirable lo que ha sucedido en este lugar de Manresa: de una cueva a un centro de Espiritualidad en el que se respira ese espíritu ignaciano de actualizar los ejercicios espirituales: de fin de semana, de una semana, de mes, peregrinando desde Loyola en la ruta del «camino ignaciano».
«Todo lo que hiciste por uno de estos mis hermanos más pequeños,
a mí me lo hiciste»
(Mt 25, 40).
San Ignacio, después de su conversión, se puso en camino para desentrañar la voluntad de Dios. Lo hizo con la esperanza de dirigirse a Tierra Santa, pasando por Montserrat. Sin embargo, la Providencia de Dios lo detuvo 11 meses en Manresa, allí bajo el cuidado de las paredes de una cueva («la Cova»), y la sabiduría del mendigo, recibió la inspiración para elaborar sus ejercicios espirituales, los que se constituirían en el fundamento de la espiritualidad ignaciana. El proceso de conversión que él mismo había experimentado, se transformó en la fuente de inspiración y, como sucede en las cosas de Dios, esa experiencia de conversión recibió la gracia sobre abundante para constituirse en el contenido de toda su obra al servicio al mundo. Lo maravilloso es percibir como esos textos se actualizan en cada época y lugar; como desde ellos, la sabiduría ignaciana ha sabido leer los signos de los tiempos para responder a los desafíos del tiempo. Nos puede parecer o no, ya que a veces nos cuestan las fronteras que transitan los jesuitas para responder a esos desafíos, quizás porque es más fácil quedarnos en la comodidad de lo seguro que salir a la periferia de lo incierto, o bien porque a ese protagonismo tan individual le falta el complemento de lo comunitario para hacerlo sentir más eclesial; lo cierto es que es un carisma vivo y actual, querido y cuidado por Dios, para hacerlo renacer después de expulsiones, entredichos y renovaciones. Es un camino que ha iluminado la historia, no sólo desde el púlpito y la cátedra, sino del testimonio de los mártires hasta nuestros días.
Es admirable lo que ha sucedido en este lugar: de una cueva a un centro de Espiritualidad en el que se respira ese espíritu ignaciano de actualizar los ejercicios espirituales: de fin de semana, de una semana, de mes, peregrinando desde Loyola en la ruta del «camino ignaciano», de actualización, etc.
Un espacio desde el que se responde a las necesidades de nuestro tiempo, para muestra les comparto lo que la folletería del lugar ofrecía: Formación de liderazgo ignaciano, ejercicios y training para acompañantes de ejercicios, formación de identidad y misión, reciclaje en teología, cursos de inmersión ignaciana, «cuando vamos llegando a los 65, a los 70» (taller para asumir creativamente la tercera y cuarta edad), retiros varios: oración contemplativa, iniciación a la meditación Zen y a la contemplación, retiro de danza contemplativa, eneagrama, seminario de administración de escuelas jesuitas en Europa, propuestas para jóvenes, familias y talleres para sanar y vencer miedos y ansiedades. Una lista larga, a la que hay que sumar lo que se ofrece en Loyola, Comillas y Salamanca.
Yo me inscribí en el retiro de cuaresma que ofrecían, de viernes a domingo. Venía de Montserrat y sin la pretensión de ninguna iluminación particular, pude sumergirme en ese mundo tan ignaciano de confrontar y responder a los signos de los tiempos. El tema era «hospitalidad y espiritualidad», algo muy nuestro por la acogida como primera y fundamental gracia del santuario y la alianza. Éramos un grupo variopinto de religiosas, tres matrimonios, dos jóvenes, los monitores del retiro (un sacerdote y una laica), y yo, el único sacerdote participando del retiro y, además, extranjero. De partida fue estupendo la pluralidad de los asistentes, generalmente nosotros los curas estamos del lado del que da el retiro, en este caso éramos una iglesia viva en diversos estados de vida, todos hermanados por la necesidad de encontrarnos con el Dios de la vida.
El tema tenía un trasfondo actual y necesario, así como apremiante y complejo: el fenómeno migratorio. La lectura existencial que hacíamos era desde los textos bíblicos y magisteriales, las reflexiones personales y el intercambio, los momentos de oración y las celebraciones eucarísticas. Debo confesar que estaba en mi salsa por el lenguaje simbólico, el apoyo de los cantos y la actualidad de la Palabra de Dios. Me pillaba, en silencio por supuesto, complementando, usando otros recursos, adelantándome a los impulsos… «quien nació chicharra morirá cantando», dice el refrán. Se hizo un poco corto, sobre todo porque es muy bueno compartir lo que va pasando en el corazón de cada uno, especialmente con un grupo tan variado; muy dirigido a veces, pero todos satisfechos y con el propósito, al menos, de colaborar en el desafío que nos planteaba.
No les daré el contenido, pero sí las premisas bíblicas: el relato del Génesis de Abraham acogiendo a los tres peregrinos y la parábola del Reino de Mateo 25 que da título a esta crónica. Dentro del fundamento magisterial una frase me caló hondo: «la humanización o el rostro humano de la globalización es la migración».
Tenía mucho que ver con la perspectiva de este camino que realizo, porque desde Tierra Santa que soy un peregrino, pero esa es la condición de todos nosotros, al menos como cristianos: somos peregrinos camino a la Patria definitiva, peregrinos del encuentro en cada lugar, tiempo y circunstancia. Aceptar esta condición nos da alas para vencer el peligro de la parálisis ante los desafíos y dificultades, así como el peligro de aburguesarnos y acostumbrarnos. Peregrinos que en el gesto de acoger, somos acogidos, ya que se despliega lo que somos y estamos llamados a dar. Peregrinos porque reconociendo nuestra precariedad, somos acogidos también en el gesto de recibir lo que el camino nos da, rompiendo así la pretensión de inmunidad ante las necesidades y fragilidades de nuestra humana condición.
San Ignacio se puso en camino para que su proceso de conversión se transformase en misión. Esta perspectiva tiene eco profundo en nuestro padre, para quien San Ignacio fue fuente de inspiración: después del crisol de Dachau se pone en camino, venciendo la legítima necesidad de quedarse en un espacio seguro luego de tanta incertidumbre. San Ignacio peregrino nos enseña a hacer de nuestro camino de vida nuestra fuente de inspiración para ponernos en camino y encontrarnos con la vida en riqueza, complemento, confrontación y esperanza. Peregrinar es hacer de nuestro camino personal nuestra misión, enriquecida comunitariamente y desafiada a crecer y madurar en medio del mundo.
Quiero unir Manresa con Reus. No sólo porque están ubicados en Cataluña y así me ordeno geográficamente en mis relatos, sino porque una confirmación contundente de esta interpelación de Jesús de acogerlo en los demás y ser acogido por los demás, especialmente en los que están al margen del camino, lo vivencié en las Comunidades del Cenáculo, en este caso en la fraternidad de «Nuestra Señora de la Misericordia» ubicada en la Sierra de Mont Sants, cerca de Reus. No les conocía, pero salieron a mi encuentro a través de la consulta de personas, quienes al saber lo que estaba realizando, me contaban de estas comunidades fundadas en Italia por la Madre Elvira. Hay comunidades de varones, de mujeres y de familias.
Su carisma es ayudar a devolver al milagro de la Vida a quienes las tinieblas de las adicciones duras, los han sumido en la total oscuridad, resquebrajando vínculos, sepultando la propia dignidad y quedando a la deriva del camino. Me sorprendió su presencia en muchos continentes y países, a Chile no han llegado, pero desde ya me comprometí con mi sencilla oración para que si está en losplanes de Dios puedan llegar. Las sombras que ellos transforman en luz, están presentes en nuestra patria.
De partida sorprende el lugar: dejamos la ciudad y nos adentramos en el campo primero y en la montaña después. La imagen es la de un monasterio, alejado del «mundanal ruido» y entregado al ritmo que da la propia naturaleza para ordenar la vida en oración, trabajo, intercambio y acompañamiento. Lo que sucede allí es un milagro, es creer en lo mejor del ser humano aun en las más oscuras circunstancias, es descubrir una y otra vez como nuestra conversión(a veces tan radical porque toca nuestra propia dignidad perdida), se hace misión. Se me vino a la mente y al corazón el libro de ese gran maestro de espiritualidad Henry Nouwen: «El sanador herido». Porque el camino de salvación y sanación se hace con aquellos que lo han recorrido también.
Vivenciar en 22 varones, desde jóvenes de 19 años hasta adultos con familias, como Dios y la comunidad, junto a seguros como el trabajo duro, el ritmo y el orden de vida, un oficio de oración y el acompañamiento personal, van sanando a personas individuales y a sus familias como consecuencia necesaria, emociona.
«La comunidad propone a todos los que se acercan un estilo de vida simple, familiar, basado en el redescubrimiento de la oración y del trabajo, de la amistad verdadera, del sacrificio y de la fe en Jesús, vividos como dones especiales» … «al encuentro vivo con la misericordia de Dios, renace la esperanza del hombre, se liberan las cadenas que lo mantenían esclavo, encontrando la alegría de amar» (de la «Regla de Vida»).
Se trata de hombres y jóvenes quebrados, en los que ningún tratamiento ha prosperado, cada uno con una historia que hay que redescubrir sagrada, aún en las tinieblas y en la total marginalidad. Con vínculos rotos por las consecuencias de sus adicciones, llegados a un límite donde esa total indigencia permite a Dios actuar y manifestarse, dando sentido a la vida y redescubriendo o descubriendo por primera vez, la misión personal.
El camino y la necesidad de conversión lo recorremos todos; nuestra miseria e indigencia, que será distinta en cada uno de nosotros, es la llave para experimentar a Dios y su misericordia, haciéndose concreta en lugares y personasque hacen cercana esa experiencia. Un desafío difícil en un mundo de los éxitos y de los logros, de la competitividad y de las metas, de los poderosos y autosuficientes.
La necesidad asumida y reconocida nos devuelve nuestra dignidad, porque nos humaniza en el gesto de dar y recibir amor, de salir de nosotros mismos para dar y recibir amor.