Comenzamos un nuevo curso que nos ayudará en el desafío de educar a nuestros hijos en medio de la realidad actual: un mundo cada vez más secularizado y materialista. Cada 15 días publicaremos una nueva sesión de este curso.
CURSO EDUCACIÓN DE LOS HIJOS
Primera sesión
UN CRISTIANISMO DE DIÁSPORA.
I. VER VIDEO
II. TEXTOS PARA LEER Y REFLEXIONAR
III. PREGUNTAS Y TAREAS
UN CRISTIANISMO DE DIÁSPORA
El tiempo actual plantea al cristiano un extraordinario desafío: mantener su identidad y transmitir la Buena Nueva del Evangelio en medio de un mundo secularizado y materialista. El ambiente de cristiandad, que posibilitaba un cristianismo de costumbre, ha desaparecido. Nos encontramos ante una nueva realidad: una situación de diáspora.
En un estudio de 1961 sobre la alianza de amor con María, que en la actualidad existe sólo como manuscrito, el P. Kentenich se refiere a las características que según él debiera poseer un cristianismo de diáspora. Transcribimos algunos pasajes centrales de dicho estudio.
Un cristianismo de diáspora
Nos referimos aquí a una marcada situación de diáspora que hoy día se hace presente en forma lenta, pero cada vez con mayor fuerza: un cristianismo en la dispersión, en medio de una multitud de personas que profesan otros credos o de personas no creyentes de los tipos más diversos. Hace ya años que para caracterizar esta situación usamos la expresión “desterritorialización del cristianismo”. De eso ya han pasado decenios. Lo que veíamos venir en ese entonces, hoy día se ha desarrollado en forma plena.
Por todas partes se topa el cristiano actual con el no cristiano. Por todas partes, ambos se debaten en cuestionamientos de carácter existencial. Ya no hay murallas chinas que separen el espacio físico y espiritual de las diversas cosmovisiones. Una cultura universal, como una gigantesca red, abarca pueblos y naciones en forma creciente y casi incontenible. Ella acerca, querámoslo o no, los unos a los otros y, sin excepción, los hace dependientes unos de otros. Desaparecen las distancias. Los valores propios y peculiares, a no ser que estén arraigados de un modo extraordinario, son barridos en un momento.
El P. Lombardi parece contar con que, en un tiempo próximo, Cristo llegará a ser Señor del nuevo mundo que está surgiendo. Él piensa que será posible poner a los pies del Señor del cielo y de la tierra, una Humanidad cristificada, nueva y mejor. Al igual que nosotros, él sabe bien cuántos milagros de transformación se requieren para lograr cristianizar un mundo increíblemente secularizado. Sin embargo, él mantiene su convencimiento. Sin lugar a dudas, el ideal es extraordinariamente grande y hermoso. Nunca será mucho lo que se pueda hacer por alcanzarlo y son dignos de admiración todos aquellos que se afanan por su realización.
Pero es más que dudoso que la realización de esta meta pueda situarse en una cercanía palpable. En todo caso, hacemos bien si nos orientamos y predisponemos interiormente a un largo predominio de la situación de diáspora a la cual acabamos de hacer referencia. Esta situación exige perentoriamente una amplia educación que capacite para vivir en ella. De este modo, el ideal que nos inspira, el hombre nuevo y la nueva comunidad, ambos caracterizados por un marcado sello apostólico universal, adquiere una forma concreta muy determinada. Se trata de un hombre y de una comunidad capaces de vivir en la diáspora, que están animados por una vigorosa voluntad de conquista. Con el fin de profundizar este valioso conocimiento, doy la palabra a Karl Rahner. Escribe: “La situación de diáspora es para nosotros, hoy en día, una obligatoriedad salvífica. Es decir, no debemos considerar esta situación de diáspora únicamente como una desgracia, sino que podemos reconocerla como permitida por Dios, y serenamente sacar de ello las consecuencias”[1].
Nosotros acostumbramos decir: Vox temporis, vox Dei. Las voces del tiempo son voces de Dios. Las penurias y las exigencias del tiempo nos revelan, de modo más preciso, los deseos de Dios respecto a la necesidad de una nueva conformación del sistema educativo y de la formación, en nuestras organizaciones y establecimientos.La naturaleza y las características de esta situación de diáspora del cristianismo determinarán con más exactitud la estructura del hombre capaz de vivir en la diáspora y las características que debe poseer su formación en el plano individual y social.
Karl Rahner continúa: “La facticidad de la situación de diáspora existente en nuestro planeta debiera ser un hecho cada vez más reconocido. Dejemos de lado si es feliz y teológicamente correcto hablar de los países europeos como tierras de misión. Que ya no “existen países cristianos”. El cristianismo se encuentra (aunque en muy diversas dosificaciones), por doquier en el mundo, en situación de diáspora. En todas partes está numéricamente en minoría; en ningún lugar posee una función conductora que le permita imprimir el sello de los ideales cristianos al tiempo actual en forma vigorosa y clara. Sin duda que atravesamos por un período en el cual la situación de diáspora será creciente, sea cuales sean los motivos que aduzcamos para explicar este hecho. De todas maneras, la nueva época de Cristo Jesús, que profetiza Lombardi, en ningún caso se hace visible. Al contrario, la cristiandad de la Edad Media y de los tiempos modernos, es decir, la cristiandad campesina y la individualista, propia del pequeño burgués, irá desapareciendo en forma cada vez más acelerada. Esto porque las causas que desataron este proceso en el Occidente, están todavía actuando y aún no han terminado su obra”. [2]
Quien quiera determinar más exactamente las características del ideal del hombre capaz de vivir en la diáspora, que está arraigado en una comunidad igualmente capaz de vivir en la diáspora, quien quiera encenderse por ese ideal y entusiasmar a otros por el camino, debe partir de la consideración de la actual situación de diáspora, lo cual es sobre todo tarea particular de los institutos seculares. Se debe, entonces, tratar de captar cada vez en forma más profunda esta situación e interpretarla como un signo de Dios ‘a partir de ello, reformular la meta y buscar y señalar caminos para su más perfecta realización.
El cristianismo de diáspora actual, el que viviremos mañana y pasadomañana, posee cuatro propiedades que le son características, las cuales deben tomarse en cuenta y ser consideradas por todos aquellos que se dedican a la educación y conducción de los individuos y de los pueblos. Este tipo de cristianismo, a diferencia del anterior, es más acentuadamente un cristianismo de elección (o decisión personal) y un cristianismo del amor; es un cristianismo que acentúa más intensamente el espíritu de conquista y, por último, es un cristianismo laical.
Nos detendremos a analizar más en detalle esta tipificación de modo que podamos encontrarnos retratados en ella, en nuestro ser, en nuestro querer y nuestro actuar. Por el momento, sólo será posible hacerlo de modo global. Quienquiera, sin embargo, hacer suyo este mundo que hemos delineado, debe tomarse tiempo para ello y tratar, una y otra vez, de escuchar e interpretar las voces del tiempo como voces de Dios, para darles una recta respuesta.
Nos referimos primeramente a la estructura y misión de un cristianismo de decisión personal.
Lo que entendemos por “cristianismo de decisión personal” lo dice suficientemente la misma expresión. Se trata, por de pronto, de un cristianismo que pone el acento en la opción personal, en la decisión personal lúcida, en una vigorosa voluntad de realización y de conquista. Es un cristianismo que está dispuesto a renunciar a tener a otros juntos a sí o a que otros lo sigan. Edifica particularmente sobre la base de vigorosas personalidades de jefes cristianos, para los cuales la religión ha llegado a convertirse en una forma interior de vida, en aquello que da sentido a su vida y que lo impulsa poderosamente hacia adelante.
Esta manera de vivir el cristianismo no se contenta, como es el caso del cristianismo heredado, con atraer y actuar creadoramente por medio de la irradiación de una atmósfera común y por la transmisión de las costumbres y normas que le son propias. De alguna manera, los hijos de este cristianismo heredado crecen en el ser, en la vida y el actuar de la comunidad cristiana, en forma más espontánea e irreflexiva. Esto no significa que no conozcan también la opción y la autodecisión. Sólo que no le da a ello una importancia extraordinaria, El cristianismo heredado, en verdad no necesita hacerlo, porque las circunstancias muestran en forma natural otros caminos. Es un tipo de cristianismo que tiene lugar allí donde penetra y domina un círculo relativamente cerrado, un ámbito cultural insular. Este fue el caso de antaño, cuando el Occidente constituía un mundo cristiano compacto. Hoy no es éste el caso.
Es posible que aquí o allá se pueda dar uno que otro reducto cristiano. Sin embargo, éste no puede contar por mucho más tiempo con una existencia tranquila. Es conveniente que nos preparemos para enfrentar el hecho de que Occidente se encamina inconteniblemente a convertirse en una sociedad de religiones mezcladas y mente más y más secularizada. La rueda de la historia ya no ha de volver atrás. Por lo demás, no tiene sentido adoptar como norma de la vida y del actuar las condiciones propias de la Edad Media. La orientación al pasado requiere ser cada vez más y más superada por una orientación hacia el futuro. De otro modo, estaríamos desperdiciando nuestras fuerzas; lucharíamos por utopías y dejaríamos en poder del enemigo el campo de batalla del presente y del futuro.
Hoy ya tenemos que hablar, en todos los continentes, de la transformación del cristianismo heredado en un cristianismo de opción personal. Mañana y pasado mañana, las circunstancias se harán más complicadas que ayer y anteayer. La fe y vida cristianas se van a sentir fuertemente amenazadas en todos los lugares por enemigos de todo tipo, tanto en el ámbito interior como desde el exterior. La vida y la fe cristianas se encontrarán en medio de una fuerte lucha: en un lugar estará a la ofensiva y en otro, a la defensiva, frente a corrientes contrarias que la amenazan y que buscan imponerse. Por eso, el moderno catolicismo de diáspora constantemente colocará a sus hijos y a sus miembros ante nuevas decisiones que deben brotar desde lo más personal del individuo. Tanto más vale para él la consigna: lo que habéis heredado de vuestros padres debéis conquistarlo para poseerlo.
Más que antes, ahora debemos aprender y enseñar el arte de nadar contra la corriente, a pesar de toda nuestra voluntad de sentir con el tiempo. De este modo, este tipo de cristianismo debe superar al hombre masa, combatiéndolo y venciéndolo en su medio. Una vez se hace más importante la educación de la conciencia, para hacerla directamente norma obligatoria de la vida y del actuar. Más que antes, lo que ahora importa es educarse a sí mismo ya otros hacia la conquista de la verdadera libertad de los hijos de Dios. Es decir, educar la capacidad y disposición de decidirse a sí mismo, responsable y conscientemente, en el sentido de Dios y de llevar a cabo esa decisión en forma consecuente y valiente, a pesar de todos los obstáculos que se presenten en el camino.
El cristianismo de elección, propiamente, vive de esta auténtica y magnánima educación a la libertad. Sin ella no puede existir ni mucho menos cumplir su misión de ser cristianismo-levadura en medio de un tiempo secularizado. Más que antes, vale la consigna de superar vitalmente toda estrechez espiritual y de lanzarse abiertamente al mundo en el tempestuoso mar del tiempo actual, para medir fuerzas con el moderno espíritu del tiempo, para recibir de él valiosos impulsos, y para rechazar y vencer dudosas influencias y convertirlo en una fecunda simiente de Dios.En lugar de la clausura física, de las murallas del convento y del ámbito protector religioso-cultural de la comunidad, debe cobrar valor en forma más vigorosa la interna clausura del corazón.
Desde este punto de vista, pueden ser leídas y valoradas las siguientes palabras: “Christopher Dawson (1889-1970), un profesor inglés de filosofía de la religión y de historia del arte, actualmente profesor invitado en la Universidad de Harvard de los Estados Unidos, expresó en una conferencia dada en la Universidad Católica de Bonaventura, que los católicos de los Estados Unidos, a pesar de tener numéricamente y en la vida social un cierto peso, sin embargo han permanecido atrás en el mundo de la ciencia y de la cultura. A pesar de que la Iglesia y los creyentes tienen montado en este ámbito un extraordinario sistema educativo, sin embargo, carecen de vigor espiritual y no han desarrollado una creatividad propia. Dawson llamó a dar más importancia a estas realidades. Atribuyó la culpa de esta capitulación del cristianismo americano al aislamiento de los católicos. Dijo, sin embargo, que había llegado el tiempo en el cual los católicos ya no podían llevar una vida religiosa y social aislada, tal como lo hacen en Norteamérica las pequeñas minorías nacionales”.[3]
El desarrollo progresivo del cristianismo a lo largo de los siglos, está tipificado por la historia del estado de perfección. En su desarrollo se pueden distinguir claramente tres etapas. Con el monaquismo, el cristianismo tomó distancia del gran mundo, se refugió en la ermita y en el desierto. El desarrollo de las comunidades religiosas lo recluyó más tarde tras murallas protectoras en una comunidad más estrecha y vital: en parte, para permanecer allí separados del mundo y lograr la salvación, y en parte también, para emprender desde allí la conquista y luego volver a recluirse en el convento, para mantenerse alejado del mundo.
En la actualidad, la situación ha llegado a ser enteramente distinta. Los modernos Institutos Seculares han elegido el mundo preferencialmente como campo de acción. Sin la protección obligatoria del hábito y de una vida comunitaria de techo y comida, se han aventurado en el campo profesional penetrando los más amenazados y difíciles campos de batalla de un mundo secularizado. Involuntariamente surge el cuestionamiento ante una tal empresa.En lugar de que el mundo busque la Iglesia, la Iglesia utiliza los Institutos Seculares como un brazo que tiende hacia el mundo.
Uno casi retiene el aliento ante la magnitud de un riesgo tan extraordinario. Si estos institutos pretenden conservar su genuina originalidad, sólo pueden pertenecer a ellos personas que estén profunda e indisolublemente arraigadas en Dios, que se encuentren arraigadas en El y en una férrea comunidad capaz de vivir en la diáspora y que puedan reencontrarse periódicamente en el seno de esta comunidad como en su propio hogar. Sólo esto los capacita y dispone para acercarse a las personas y a los pueblos más amenazados, sin que ellos mismos sean arrastrados hacia los bajos fondos de la vida. De este modo poseerán la fuerza para atraer todo hacia lo alto y para entronizar a Dios como Señor del mundo actual (…)
Tal como el cristianismo de diáspora entra a forjar la historia de manera cada vez más acentuada como un cristianismo de decisión personal, de igual modo debe mostrarse, al mismo tiempo, como un cristianismo del amor.
Lo que pensamos con esto lo describe un corto comunicado de prensa. Trae como título: “La Iglesia sin representación vestida debrocado”. El texto dice así: “Según las expresiones vertidas por Bernard Hanssler(1907-2005), miembro directivo del comité central de los católicos alemanes, la Iglesia se caracterizará en el futuro por un alto grado de movilidad interna. Esta, de acuerdo a la opinión vertida por Bernard Hanssler en el Instituto Católico de Educación de Hamburgo, no será la Iglesia de la autoridad severa ni de la pomposa dignidad, ni la Iglesia de la representación adornada de encajes”.
“Los obispos del futuro ya no serán príncipes, sino padres de la Iglesia. De acuerdo a lo expresado por Hanssler: ‘Los sacerdotes son padres de su comunidad y, al mismo tiempo, hermanos de los que luchan’. Los laicos deberán ser testigos de una fe misionera ante aquellos que se encuentran en los márgenes del mundo de la Iglesia y en aquellas regiones en las cuales Cristo ni siquiera es conocido ni, mucho menos, reconocido”.
“En la situación de diáspora del mañana”, según la opinión de Hanssler, “cada cristiano debe ser un testigo de la fe. Su preocupación no estará sólo centrada en la salvación personal, sino en la salvación del mundo y de la historia en el momento actual. Hanssler rechazó enfáticamente una visión dramática que quiere ver a Alemania no sólo como una tierra de diáspora, sino también como tierra de misiones. Ciertamente el desaparecimiento de la fe y la secularización de la vida pública son características para la actual situación alemana, pero: ‘una tierra de ateos y no creyentes no lo somos. Somos una tierra de bautizados’. Los cuales, sin embargo, se caracterizan en forma abismante por una fe insípida. Hanssler enfatizó, además, la urgencia de formar cristianos capaces de vivir en la diáspora. Estos debieran aprender del mundo ‘profano’ el saber mantenerse firmes en una situación de diáspora en lugar de dejarse arrastrar ellos mismos por este mundo ‘profano’. No basta con limitarse al ideal de la autodefensa”.
El motivo para el importante cambio de acento en favor del amor o de una teología, sociología y pedagogía del corazón, se encuentra en la misma naturaleza de la situación de diáspora. No se trata aquí, por lo tanto, de una inconciliable oposición entre una Iglesia jurídica y una Iglesia del amor, o del rechazo de la Iglesia jurídica en vista del tiempo futuro. La Iglesia siempre es ambas cosas: baluarte y encarnación tanto del derecho como del amor. Se trata sólo de un cambio de acento en relación a uno y otro de los componentes; por eso, tampoco puede hablarse de una “ética de la situación”, en el mal sentido en que hoy se hace. Por cierto, existe una sana adaptación a las circunstancias, pero ésta mantiene firmemente los últimos principios del derecho y del amor. Y éste quiere ser nuestro caso.
Debido a las actuales circunstancias, hoy desaparecen en forma creciente poderosos factores que poseían una gran fuerza vital y educadora, tales como los usos, las costumbres y la opinión pública cristiana. Comienzan perdiendo su fuerza de atracción y conquista hasta que terminan desapareciendo.
No es raro que sean reemplazados por fuerzas contrarias no cristianas, las cuales, con el correr del tiempo, encuentran un caldo de cultivo extraordinariamente fecundo en el hombre herido por el pecado original e interiormente masificado.
Si en lugar de los usuales medios de protección y de los seguros exteriores, no se diese, en fuerte medida, el cultivo de un vínculo de amor cálido, íntimo e indestructible, a Dios, a Cristo y a todo lo relacionado con él tendríamos que prepararnos, visto ya sólo desde la perspectiva humana, a cantar, en innumerables casos, el réquiem al cristianismo. Entonces, habría dejado de existir el hombre auténticamente cristiano que, con Pablo, puede decir: “Ya no vivo yo sino que Cristo vive en mí” (Gal. 2, 20,).
Ciertamente, existió una época en la cual la religión, desgraciadamente más de lo aconsejable, llegó a ser una categoría social, o “una superestructura social a partir de las condiciones de producción”.
Eso fue una vez. Hoy día, la situación es esencialmente distinta. Y así permanecerá por mucho, por muchísimo tiempo. Hoy día la religión debe desarrollar poderosamente su fuerza inmanente de vida; debe desarrollar, desde adentro, la fuerza del amor, buscando penetrar de nuevo la vida privada y social como la levadura. Si antes la persona era llevada por un ambiente cristiano, hoy día, en cambio, el cristianismo debe poder cristianizar un ambiente no cristiano. El mismo debe irradiar una atmósfera que reemplace la atmósfera cristiana que se daba antaño.
La errada y engañosa consigna que “la religión es asunto privado”, podría tener un sentido aceptable si es que sirve para llamar la atención respecto del hecho que la religión hoy en día ya no es una función mecánica de la comunidad que apela al instinto gregario del hombre, sino más bien un asunto radicalmente personal. Debe corresponder a una vigorosa autodecisión del individuo que requiere ser tomada en serio con todas las fuerzas del alma. Ya pasó el tiempo en que tenía validez aquella expresión: “cuius regio, eius religio” (tal región, tal religión). Ya no es el príncipe del país quien determina la religión de los ciudadanos. Cada uno está condicionado a la propia decisión. Cada uno tiene que tomar la responsabilidad por sí mismo.
- TEXTO DE AGUSTO CURY, “Padres brillantes, Profesores fascinantes”
Los buenos padres dan regalos, mientras que los padres brillantes dan todo su ser
Este hábito de los padres brillantes contribuye a desarrollar en sus hijos: autoestima, protección emocional, capacidad de manejar la pérdida y la frustración, y de filtrar los estímulos estresantes, de dialogar, de escuchar.
Los buenos padres, dentro de sus recursos, se encargan de satisfacer los deseos de sus hijos. Les hacen fiestas de cumpleaños, les compran zapatos, ropa, productos electrónicos, e incluso les proporcionan viajes. Los padres brillantes dan a sus hijos algo incomparablemente más valioso, algo que todo el dinero del mundo no puede comprar: su ser, su historia, sus experiencias, sus lágrimas y su tiempo.
Los padres brillantes, cuando tienen los medios, dan regalos materiales a sus hijos pero no los alientan a ser materialistas, porque saben que el consumismo puede aplastar la estabilidad emocional, así como generar pensión y placeres superficiales. Los padres que siempre están dando regalos a sus hijos son recordados por un momento. Los padres que se preocupan por dar a sus hijos una historia se vuelven inolvidables. ¿Quiere usted ser un padre o una madre brillante? Tenga el valor de hablar con sus hijos acerca de los días más tristes de su propia vida, y la audacia de hablarles de sus dificultades en el pasado. Cuénteles sus aventuras, sus sueños y los momentos más felices de su existencia. Humanícese. Transforme su relación con sus hijos en una aventura. Cobre conciencia de que educar es penetrar en el mundo de otros.
Muchos padres trabajan para dar el mundo a sus hijos, pero se olvidan de abrirles el libro de sus vidas. Por desgracia, los hijos sólo admirarán a los padres el día que estos mueran. ¿Por qué es fundamental para la formación de la personalidad de los hijos que los padres permitan que los conozcan?
Esta es la única forma de educar las emociones y crear vínculos sólidos y profundos. Cuanto más baja es la escala biológica de un animal, menos depende de sus padres. Entre los mamíferos, los hijos dependen en gran medida de sus padres, ya que no sólo necesitan el instinto, sino que deben aprender de la experiencia de sus padres para poder sobrevivir. (p. 4)
(…)
En los divorcios es común que los padres prometan a sus hijos que nunca los abandonaran. Pero cuando baja la temperatura de la culpabilidad, algunos padres se divorcian también de sus hijos, de manera que éstos pierden su presencia, a veces no sólo física sino también emocional. Los padres ya no disfrutan, sonríen ni felicitan a sus hijos, ni tienen momentos agradables con ellos.
Cuando esto pasa, el divorcio genera severos efectos colaterales psíquicos. Si el puente está bien construido, si la relación continúa siendo poética y afectuosa, los niños sobrevivirán a la turbulencia de la separación de sus padres y podrán madurar. (p. 6-7)
II. PREGUNTAS Y TAREAS
Se recomienda que las preguntas se respondan y las tareas se hagan primero individualmente y después se converse sobre ellas con el cónyuge o en grupo.
1. Preguntas de comprensión de los textos
- ¿Qué significa un cristianismo “de diáspora?
- ¿Qué caracteriza el ambiente en el cual educamos a nuestros hijos?
- ¿Cuán dependientes son nuestros hijos del medio que los rodea?
- ¿Por qué la necesidad de educar hijos que sepan nadar contracorriente?
- ¿Cómo usan ellos los medios de comunicación social?
2. Preguntas de profundización
- ¿Qué impacto tiene en nosotros – como familia – el ambiente de diáspora?
- ¿Qué cosas son las que más influyen en nuestros hijos?
- ¿Qué balance podemos hacer de la educación de nuestros hijos (positiva y negativamente)
3. Tareas a realizar
- Revisar nuestra realidad concreta en cuanto a la calidad del tiempo que les regalamos a los hijos.
- Analizar qué “alimentos” ofrecemos a nuestros hijos que nutren su alma.
- Leer y subrayar las frases o párrafos que nos parecen más importantes y hacer un comentario personal al respecto. Compartir con nuestro cónyuge.
- Intercambiar sobre experiencias positivas en lo que hemos hecho por educarlos.
- Evaluar lo que hacemos bien, lo que tenemos que hacer mejor y lo que no hacemos.
[1]Karl Rahner, Misión y Gracia, t. 1, Ed. Dinor, 1966, pp. 58 y 59.
[2]Ibidem.
[3]P. Josef Kentenich,Desafíos de nuestro tiempo, Nueva Patris