La epidemia gripal no quiere ceder. Los entendidos dicen que puede aumentar aún luego del invierno. A diferencia de la crisis económica, la epidemia nos deja perplejos y nos regala una sensación de desvalimiento. Culpamos a los pobres cerdos. Pero la verdad, la naturaleza siempre nos sorprenderá misteriosa e imprevisible. No teníamos todo bajo control. A pesar de los avances tecnológicos y médicos, este virus de nombre críptico, AH1N1, nos asalta recordando nuestra condición de creaturas frágiles. Las seguridades humanas son limitadas. Lo relativo de ellas lleva a tomar conciencia de que hay que contemplar la vida con otros ojos, los de la fe, los que escudriñan en lo insondable de la realidad para encontrar allí la única seguridad posible. Solo esa mirada regala paz, ilumina y le da pleno sentido a todo traspié humano. Y esto no es cándida inocencia ni fatalismo. Es el realismo maduro que regala sabiduría y permite afrontar cualquier peligro que se cierna sobre el hombre. La verdadera fe nunca es obstáculo para buscar todos los medios posibles para paliar ésta y otras epidemias. Al contrario. Despierta en el hombre la sagacidad para enfrentar las adversidades con ingenio, es camino de encuentro y maduración interior; ayuda a elegir las soluciones más oportunas y de largo aliento. El creyente es tan soñador como realista. La fe no es ingenuidad: es luz, paz y certera esperanza ante los avatares de la vida; nos advierte ante un optimismo superficial como ante un pesimismo profundo. Así podemos cantar con el salmista: «El Señor es mi luz, ¿a quién temeré? El Señor es mi alcázar, ¿de quién he de temblar?» (Salmo 27, 1). Los momentos de crisis nos llevan a mirarnos unos a otros con humildad, a crecer en solidaridad y a contemplarnos como una gran familia, interdependiente y pequeña, donde el sufrimiento de unos es el de todos. Se vive mejor en la conciencia de que somos hijos de un Padre común y por ende hermanos. A pesar de las comprensibles seguridades que la situación actual exige, un antídoto contra la influenza es el cultivo de la paz interior. La sensación de incertidumbre perenne no es propia del hombre. Termina obnubilando, cegando, impide una visión sobrenatural de los acontecimientos. De ahí que la verdadera confianza tenga su raíz en una mirada de fe. Tanto la crisis económica como la epidemia gripal, bien abordadas, nos permitirán crecer en confianza y salir así fortalecidos de ellas.