Evangelio según Lucas 4, 24-30

Lunes de la tercera semana del tiempo de cuaresma

 

Cuando Jesús llegó a Nazaret, dijo a la multitud en la sinagoga: “Les aseguro que ningún profeta es bien recibido en su tierra. Yo les aseguro que había muchas viudas en Israel en el tiempo de Elías, cuando durante tres años y seis meses no hubo lluvia del cielo y el hambre azotó a todo el país. Sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una viuda de Sarepta, en el país de Sidón. También había muchos leprosos en Israel, en el tiempo del profeta Elíseo, pero ninguno de ellos fue sanado, sino Naamán, el sirio”. Al oír estas palabras, todos los que estaban en la sinagoga se enfurecieron y, levantándose, lo empujaron fuera de la ciudad, hasta un lugar escarpado de la colina sobre la que se levantaba la ciudad, con intención de despeñarlo. Pero Jesús, pasando en medio de ellos, continuó su camino.

 

Meditación de Juan Francisco Bravo Collado

 

“Con intención de despeñarlo”

 

Jesús me dice: “Mira qué contradicción. Primero me quieren por lo que digo, porque les aseguro que las promesas se cumplirán; pero luego, cuando ven que la promesa no va a ser en beneficio de ustedes, me quieren despeñar. Tú también, hijo mío, tienes esta tendencia a alabarme y a estar conmigo cuando crees que todo viene bien. Pero apenas te das cuenta que viene una cruz, en vez de cargarla conmigo, me empujas fuera de tu ciudad para despeñarme.”

 

Qué horror ver este comportamiento, típico del hombre-masa. Ante las promesas: alabar; ante las realidades y las reprimendas: empujar y despeñar. Jesús tiene razón: nadie es profeta en su tierra, y Él, que es el Señor de mi propio corazón, cuando propone cruz encuentra solamente resistencia en mí. Esta semana me gustaría enfrentar todas las cosas que me molestan o me incomodan con una actitud de hombre libre, no de hombre masa. Especialmente las pequeñas incomodidades típicas de las vacaciones que me ponen malgenio y me hacen refunfuñar.

 

Querido Jesús: nadie es profeta en su tierra. Regálame la gracia de saber acogerte como corresponde, como mi amigo y mi maestro. Enséñame a ser como Tú, capaz de decir la verdad y mirar a los demás de frente. Regálame esa libertad que permite ir contra la masa, y ver las cosas con independencia y serenidad. Acércame a Ti y a tu madre, para que te reconozca como mi Señor. Fórmame en tu Santuario, y enséñame a abrir camino a un mundo nuevo. AMÉN